Por Jorge Bello (*)
Por Jorge Bello (*)
El 24 de marzo fue el Día mundial contra la tuberculosis. Es una enfermedad antigua, aún marcada por el estigma, fácil de curar en la mayoría de pacientes, pero difícil de tratar en ciertos casos, en ciertas regiones, en ciertas circunstancias. Requiere meses de tratamiento. Y ni Argentina ni Santa Fe están libres de tuberculosis.
Por la mañana, a primera hora, una enfermera discreta y eficiente vacuna a todos los recién nacidos del hospital. Y así los protege, maternal, al menos durante varios años.
Los vacuna contra la tuberculosis. Al hacerlo les evita, no ya la enfermedad en sí misma, sino las dos formas más devastadoras de la tuberculosis en la infancia: la meningitis tuberculosa y la tuberculosis miliar. Esta última es la que afecta a los dos pulmones a la vez, y lo hace rápido, y resulta tan desoladora como la meningitis tuberculosa. Ninguna de las dos les tiene piedad, pero la vacuna los protege. Es el milagro de cada mañana.
Medio mundo vacuna a sus hijos recién nacidos con la vacuna BCG, contra la tuberculosis. El otro medio mundo no lo hace, en general porque para ellos la tuberculosis infantil ha dejado de ser un problema difícil de controlar, pero no están en absoluto libres de la enfermedad. Nadie lo está.
Fue un 24 de marzo, el de 1882, cuando Robert Koch les comunicaba la noticia a un reducido grupo de científicos. Que atónitos lo escucharon decir que había descubierto la causa de la tuberculosis. Que es un bacilo, es decir, una bacteria de forma alargada, como un minúsculo bastón.
Mientras esto ocurría en la Universidad de Berlín, afuera, en las calles de medio mundo, se moría uno de cada siete enfermos de tuberculosis. Mucho han cambiado las cosas desde entonces. Pero esta enfermedad continúa y se aferra a las personas, niños y adultos, sobre todo allá donde la pobreza es consecuencia de la negligencia, la incompetencia, la corrupción. También se ensaña con quienes, por un motivo u otro, van pobres de defensas.
Los niños son en particular vulnerables, y por tanto deben ser objeto de una atención y una dedicación especiales. Es fácil para ellos recibir el contagio pero, en una muestra infinita de nobleza, biológica e involuntaria, los niños, casi seguro, no contagian, ni a otros niños ni a sus padres o abuelos.
Todas las mañanas, esta enfermera vacuna a los bebés, y estos bebés tienen tan sólo unas horas de vida, tal vez un día, como mucho dos o tres días de edad. Esto no sale en la tele, ni ocupa espacio en el vértigo abrumador, atontador, de las redes sociales. Ni está en la boca del político de turno, que hace menos pero cobra más.
A media mañana, vacunados todos bebés recién nacidos contra la tuberculosis, unos toman el pecho de su madre, ávidos, sedientos de vida, mientras otros continúan aquel sueño misterioso que fue por un momento interrumpido por una enfermera, discreta y poderosa. No sabemos por qué duerme tanto un bebé, pero sí sabemos que necesita dormir, y luego recibir el alimento de su madre y el amor maternal, y el amor de todos los demás, expresado de muchas maneras, como por ejemplo vacunar. O enseñar.
Robert Koch, médico alemán, presentó su colosal descubrimiento después de muchas observaciones y estudios meticulosos. Entonces tenía 39 años. Tres años después, en 1885, sería nombrado profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad de Berlín.
Fue un científico sumamente activo que trabajó tanto en Alemania como en África, a donde viajó varias veces para realizar estudios científicos y para luchar contra las epidemias. Serían decisivos sus estudios sobre el carbunco, también llamado ántrax; sobre el cólera y sobre la versión africana del tripanosoma, que causa la enfermedad del sueño.
En 1905 recibió el Premio Nobel de Medicina. Al año siguiente, en 1906, hizo su último viaje científico, esta vez para continuar sus estudios sobre la tripanosomiasis en África Central. Murió en Alemania, en 1910.
La humanidad le debe mucho. Y yo me permito ahora resaltar un aspecto de su vida que hoy más que nunca resulta aleccionador, porque demuestra un concepto sobre el que aquí se insiste una y otra vez. Robert Koch, con cinco años, gracias a una mentalidad metódica y tenaz, gracias a lo que le enseñaba su padre, con cinco años ya sabía leer.
Queda visto entonces, una vez más, que la formación básica marca para siempre el futuro de un niño, luego un adulto, y por extensión determina también el futuro de la comunidad donde vive. Y aquí, mientras las maestras enseñan, las enfermeras vacunan. Esto es el presente y el futuro. Es el milagro de cada mañana.
(*) jordibell@gmail.com
La tuberculosis se aferra a las personas, niños y adultos, sobre todo allá donde la pobreza es consecuencia de la negligencia, la incompetencia, la corrupción. También se ensaña con quienes, por un motivo u otro, van pobres de defensas.
La formación básica marca para siempre el futuro de un niño, luego un adulto, y por extensión determina también el futuro de la comunidad donde vive. Y aquí, mientras las maestras enseñan, las enfermeras vacunan. Esto es el presente y el futuro.