I
I
Concluyó la fiesta del domingo; los perdedores a lamer sus heridas e intentar hallar alguna explicación a la derrota, y los ganadores a asumir la tarea más difícil: gobernar. No aporto novedades al texto si digo que la situación económica, financiera y social es deplorable. Los índices son elocuentes y en algún punto abrumadores. Si, como se dijo alguna vez, gobernar es comprar problemas, Javier Milei los ha comprado a todos sin saber a ciencia cierta cómo podrá pagarlos, más allá de su entusiasmo. Una advertencia importa: de esta calamidad social y económica en la que estamos sumergidos los argentinos, Milei es inocente. Por lo menos por ahora lo es. Lo podemos criticar por lo que piensa o por lo que dice, pero los pobres, los indigentes, las economías postradas, la incorporación del narcotráfico como un actor social legítimo, la inseguridad que estremece, se lo debemos al peronismo. El copyright de esta obra de terror le pertenece por derecho propio. Nobleza obliga, los compañeros han hecho todos los esfuerzos necesarios para dejarnos de obsequio este desastre a los argentinos. Yo no sé si los muchachos son de derecha o de izquierda; nacionales populares o populares nacionales, lo que sé es que si atendiendo su retórica, "derecha" es miseria, pobreza, privilegio político, luz verde a todas las variantes de la corrupción y las variantes más sádicas de la inseguridad, debemos convenir que la corona o el cinturón de la "derecha" en la plenitud de sus atributos se la merecen los compañeros. Como dijera el cardenal Richelieu a la hora de dar recomendaciones acerca de la frase que debían cincelar en su lápida: "El poco bien que hizo lo hizo mal y el mucho mal que hizo lo hizo bien". Néstor y Cristina agradecidos.
II
Misión cumplida. Ahora al llano, a prepararse para juntar piedras y antorchas para exigirle al nuevo gobierno que corrija en veinte días lo que ellos destruyeron en veinte años. Las jergas empleadas para justificar estas faenas son conocidas. Son las mismas que padeció "el gorila de Alfonsín" al que honraron con catorce paros generales, además de insultarlo y agraviarlo en español, lunfardo, arameo y jeringoso, con la canallada final de pretender, a la vuelta de la historia, transformarlo en un héroe de su causa. Es la misma retórica que sufrió Fernando De la Rúa, al que le hicieron pagar los platos rotos de la convertibilidad programada por el compañero Carlos Menem y lo despidieron del poder como a ellos les gusta: escupiendo sangre. Los mismos rigores padeció Mauricio Macri en 2015. Y los padeció antes de asumir el gobierno que la Señora nunca entregó los atributos; y los continuó padeciendo hasta el fin de su mandato, asediado por salvajadas, toneladas de piedras y el afán explícito de derrocarlo con helicóptero, lancha o camioneta. Las impugnaciones políticas siempre fueron las mismas, siempre se pronuncian las palabrotas con machacona y exasperante monotonía: "gorila", "vendepatria", "neoliberal", extremista de derecha. En estos temas los compañeros suelen ser eficaces, aunque no originales. Basta que un gobierno no sea peronista para que se inicien las diatribas que desde Arturo Frondizi y Arturo Illia en adelante padecieron los gobiernos no peronistas, culpables para esta crasa mitología de instalarse en la Casa Rosada como usurpadores, pues, como bien se sabe, la Argentina es peronista y solo los peronistas están llamados por ley Mandinga o Tata Dios a gobernarla.
III
Bram Stoker postula que Drácula a lo largo de su extensa vida fue adquiriendo diversos rostros sin dejar de ser un vampiro. Podía ser un joven agradable y garboso, un conde maduro y gentil, un gentleman distinguido, un campesino rústico y jovial, pero en todas las situaciones era Drácula, en todas las circunstancias los colmillos estaban afilados y la sed era la misma. Algo parecido podría decirse del peronismo: adquirió a lo largo de ochenta años todos los perfiles, pero nunca dejó de ser peronista. Fue fascista y socialista; clerical y laico; conservador y revolucionario; derechista e izquierdista; liberal y estatista. Digamos que se anotó en todas, pero su concepto del poder fue siempre el mismo; es el mismo. En su última versión estos expedicionarios de Transilvania se disfrazaron de izquierdistas. El ropaje, el maquillaje, los afeites los tomaron prestados de sus abuelos Montoneros. Lo hicieron gratis y sin culpas. De Montoneros podemos decir muchas cosas (yo las he dicho y las he escrito), pero admitamos que en el error, y en algunos casos el horror, los tipos se jugaron el cuero, y además no tuvieron reparos en criticar al General cuando consideraron que los había traicionado y les había ordenado a su sicarios de las Tres A que los asesinen sin asco. Ninguno de estos costos pagaron sus nietos y sobrinos. El único caído en combate fue un tal Iván, víctima de los excesos de una sesión masturbatoria. Todo lo demás fue manotear cargos públicos, esquilmar "cajas" y en más de un caso enriquecerse como jeques árabes siguiendo el ejemplo de sus jefes. De los pobres solo se acordaron para manipularlos y extorsionarlos con los planes. No conozco que una vez, una sola maldita vez, le hayan hecho una crítica a Cristina o a Néstor. Fueron sumisos, obedientes y ventajeros. Sus jefes, Néstor y Cristina, fundaron una cleptocracia, pero ellos solo se preocuparon de justificarla contra toda evidencia. Ni un gesto, ni una palabra, ni siquiera una pregunta acerca del saqueo perpetrado en nombre de la causa nacional y popular. Buenos muchachos. No sé qué rostro asumirá el peronismo en este nuevo capítulo que se abre. O si persistirá con sus viejos atuendos, sus antifaces percudidos y su palabrería hueca, banal y falsaria.
IV
Milei todavía no asumió y ya abundan las amenazas, los arrebatos de matón, las promesas incendiarias y las profecías golpistas. Los muchachos en estos días ya están juntando cascotes, piedras y morteros para lanzarse a sus conocidas ordalías. Yo, a decir verdad, tengo mis serias dudas respecto de la gestión de Milei, pero de lo que no tengo ninguna duda es que el peronismo ya le declaró la guerra responsabilizándolo de todas las trastadas y miserias que el peronismo en su versión kirchnerista sembró durante dos décadas. ¿Dudas? Por supuesto. El de Milei es un gobierno que obtuvo muchos votos, pero es débil, muy débil. Los votos, como los amores juveniles, vienen y se van. Abundan las promesas y las traiciones, pero también las fidelidades conmovedoras. Después queda el desafío de lidiar con los rigores del poder. ¿Qué hará Milei? Ya sabemos, o presentimos, que su programa de motosierra y dolarización fue a dormir el sueño de los justos. Las idas y venidas en la selección de ministros evidencian debilidades, confusiones e incertidumbres en algunos casos inevitables. Me parece necesario e indispensable resolver el tema de las Leliqs y las Lebacs, pero una gestión de gobierno para una sociedad como la Argentina reclama algo más que eficaces resoluciones macroeconómicas. "Coraje y sabiduría", le recomendó el Papa al flamante presidente electo. Esas consignas hay que traducirlas políticamente y hacerlas realidad. Insisto una vez más: la Argentina reclama un programa realista de desarrollo económico, de reformas estatales y de políticas sociales que atiendan la tragedia de la pobreza. Hay que empezar a hablar de esos temas. Y además hay que empezar a hacer. Hay tiempo, pero no mucho. Me sumo al deseo de millones de argentinos que aspiran a que a este gobierno le vaya bien, es decir, que realice las transformaciones y los cambios posibles. No pretendo revoluciones, sino reformas. Milei dispondrá de un tiempo breve para encaminar la nave en ruinas que nos dejó el peronismo. Sabemos que será asediado desde todos los flancos, pero para impedir un nuevo naufragio es necesario que los catorce millones de personas que lo votaron sepan qué hay que defender en cada una de las encrucijadas que se abrirán en el futuro inmediato.