I
I
Javier Milei puede ser una esperanza, puede ser una incógnita y puede ser un peligro. Y el dato original es que estas tres posibilidades, esta suerte de santísima trinidad, se conjugan en una sola persona. También se presenta como un político moderno que convive con los anacronismos más duros y como un outsider instalado al mismo tiempo en el centro de una madeja de intereses de claro signo clasista. Esa ambigüedad, esas contradicciones, hasta el momento han sido la clave de su popularidad. Las preguntas de fondo a hacerse son las siguientes: ¿Cuánto tiempo podrá sostener estas tensiones? ¿Cuánto tiempo soportará la sociedad un liderazgo de esta naturaleza? ¿Hasta dónde una clase media cuyo poder adquisitivo se erosiona todos los días acompañará a un proyecto cuyos principales dirigentes aseguran que "vamos a sufrir"? Resulta enternecedor escucharlo al señor Joaquín Benegas Lynch, un hombre seguramente avezado en la pasión del sufrimiento de quienes no saben si va a cenar esta noche, convocar a esta épica empleando la primera persona del plural. "Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamientos (…)", escribe Homero Expósito, quien sospecho que sobre estos temas conocía más que Benegas Lynch de lo que estaba hablando.
II
También corresponde preguntarse si las iniciativas políticas de Milei son la consecuencia de una estrategia fríamente elaborada o una audaz improvisación, que en la confusión de la política actual le permite sostenerse. ¿Es Milei el hondero entusiasta de una nueva era que se anuncia para la Argentina y la humanidad, o es el producto de un singular malentendido, una suma algo caótica de coincidencias que produce como resultado un presidente que durará lo que una burbuja en el aire? Está claro que sin las calamidades sembradas generosamente por el peronismo el denominado fenómeno Milei no hubiera tenido lugar. Milei es la respuesta a esa crisis; a los desbordes, miserias, farsas y miserabilidades de nuestro populismo criollo. Esa respuesta nos puede gustar más o menos, pero esta criatura no nació de un repollo. Sin la corrupción populista, sin los descalabros económicos del populismo, sin sus canalladas políticas, Milei no hubiera sido el emisario de una dudosa esperanza. No sé qué vamos a hacer los argentinos en esta encrucijada histórica. No lo sé, pero espero que Milei lo sepa, una esperanza que a decir verdad mucho no me tranquiliza. Por ahora sus índices de popularidad son elevados. Por ahora. Yo desearía que esa popularidad se sostenga, pero al mismo tiempo me pregunto qué me corresponde hacer para contribuir como ciudadano a la realización de este deseo. Milei solo no podrá hacer mucho; para provocar algunos de los cambios que propone necesita ayuda, colaboración. No es un objetivo imposible, siempre y cuando el presidente se deje ayudar. En política esto significa ampliar la base política de sustentación, tejer acuerdos, definir estrategias y dar respuestas al presente que sean algo más que un martirio. Y en particular, que se esfuerce por poner límites a sus desbordes emocionales.
III
A estas horas Milei está en Davos, el foro máximo del capitalismo globalizado. Me parece excelente que viaje a Suiza y que lo haga en línea turística después de habernos acostumbrado a gobernantes que usaban los aviones oficiales hasta para hacerse traer los diarios. No termino de entender, o prefiero hacerme el distraído, cuando declara que en Davos la agenda es socialista. ¿Qué entiende este muchacho por socialismo? Si mis libros juveniles no me engañan, el socialismo reclama la igualdad y la socialización de los medios de producción. No viene al caso discutir si eso es posible o deseable, porque lo que se impone en este caso es la alucinación que supone que Davos es algo así como una cumbre socialista. Afirmación, esta última, que convive con imputaciones parecidas a jefes de Estado y políticos cuya relación con el colectivismo, como le gusta decir a Milei, es inexistente. Frank D. Roosevelt, John F. Kennedy, Barack Obama, Joe Biden… ¿eran o son socialistas? Felipe González, Olof Palme, Willy Brandt, Harold Wilson y Francois Mitterrand, por ejemplo, lo fueron, pero yo le recordaría al presidente que se hace imposible pensar en los valores humanistas de la modernidad sin esta tradición política que supo conjugar el esfuerzo por la igualdad con la defensa de la libertad. En Davos, Milei habló de los logros del mundo libre, de la formidable prosperidad conquistada por el capitalismo. Con las reservas del caso, podría estar de acuerdo, pero acto seguido me gustaría preguntarle: ¿Es posible pensar en la victoria del mundo libre sin los denominados "treinta gloriosos años"? Es decir, el período histórico que se extiende entre 1945 y 1975, cuando precisamente el mundo libre derrotó al comunismo en todos los terrenos. ¿Y es posible imaginar ese mundo libre sin el estado de bienestar pensado y construido por políticos socialistas democráticos. ¿Solo ellos? Solo ellos, no. También aportó de manera decisiva el pensamiento conservador, democristiano y liberal. El mundo, el Occidente judeocristiano que abreva en Grecia y Roma, se ilumina en el Renacimiento y funda la modernidad y la ilustración, es una conquista de diferentes corrientes de pensamientos, de diferentes tradiciones y de diversos intereses. ¿Comparte Milei este punto de vista? Me temo que no. Para Milei no solo que hay una verdad revelada por algunos libros sagrados, sino que esa verdad para imponerse pareciera que necesita destruir o descalificar con los términos más despectivos a otras verdades que hicieron posible, el mundo que vivimos.
IV
Milei insiste en que el colectivismo domina en la Argentina desde 1916. ¿Lo dice en serio o se está divirtiendo? ¿Tanto le molesta la Ley Sáenz Peña? ¿Tanto le fastidian las conquistas sociales de las clases populares en un siglo como el XX, cuyo rasgo distintivo fue la irrupción de las masas en el espacio público, masas que llegaron para quedarse? ¿No suena delirante esa imputación de un régimen colectivista que incluye desde Hipólito Yrigoyen a Jorge Rafael Videla y desde José Félix Uriburu a su admirado Carlos Menem? En uno de sus libros clásicos, el historiador Alain Rouquié, para referirse a la clase dirigente de los años veinte y la irrupción de un pensamiento de derecha autoritario, habla de una suerte de originalidad ideológica argentina: el anticomunismo sin comunistas. La Liga Patriótica, la derecha cerril asustada por la presencia de las multitudes en la vida política, no vacilaba en calificar de comunistas a todos aquellos que la contradijeran. Anticomunismo sin comunistas. Así lo calificó Rouquié. Y así parece practicarlo Milei. En otros tiempos estas imputaciones expresadas más de una vez con un tono cercano a la histeria, solían ser la antesala de la caza de brujas. En otros tiempos esa referencia obsesiva a una libertad que en más de un caso es confundida con el interés de un sector, o de una clase o de un factor de poder, fue el recurso preferido de los "cruzados" que con fe de fanáticos o mala fe de tahúres, calificaban de comunista toda disidencia que pusiera en cuestión sus dogmas o sus intereses. Se dice que Milei está haciendo un elogiable esfuerzo para apartarse de esos lugares crispados en los que forjó su ideología. Ojalá. Por el momento, no me queda claro si sus reconciliaciones con quien calificó de "Montonera asesina" o con el señor del Vaticano a quien relacionó con el maligno, obedecen a una sincera vocación de cambio o no es más que la respuesta "táctica" de quien sigue creyó que la verdad última de la Argentina la conoce solamente él y los textos escritos por Murray Rothbard.