Elda Sotti de González
Elda Sotti de González
Muchos de aquellos eminentes pensadores del pasado fueron dogmáticos. Tenían como objetivo “conocer la realidad” pero eran intransigentes en sus convicciones. Y muchas de aquellas verdades que ellos consideraban incuestionables, han sido sustituidas por otros conocimientos que la humanidad fue logrando a través de los siglos. En el presente, los científicos prefieren hablar de “creencias justificadas”, tomando una posición distante de propuestas conceptuadas como definitivamente válidas. En su obra Perspectivas, Rubén Vasconi, Doctor en Filosofía, afirma que “fundada en la inserción y la trascendencia, la verdad es humana, y como tal, histórica, múltiple, cambiante”.
Actualmente, ante el uso exaltado de las tecnologías de la información y la comunicación, verdades y falsedades suelen mezclarse y no resulta fácil discernir al respecto. Algunas voces definen los tiempos que corren como “la era de la posverdad”. En cuanto a este neologismo, en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, podemos leer: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.
Conviene que nos remontemos a los tiempos de la polis ateniense. Allí, en asambleas y tribunales se originaban las discusiones políticas, jurídicas y morales. Los sofistas, maestros de la argumentación, sostenían que era posible moldear la mente de los ciudadanos mediante la persuasión; que con habilidad y buen manejo de la oratoria, cualquier asunto podía ser defendido o atacado. Sócrates, en el “Protágoras” de Platón, describe así al sofista: “viene a ser como un traficante o tendero de los alimentos del alma”. Y hace esta advertencia a Hipócrates: “Cuidemos de que no nos engañe el sofista con sus elogios de lo que vende”. Para aquella incipiente democracia, los aportes de los sofistas no eran desestimados.
Cabe recordar también que durante el nefasto gobierno de Hitler, el político alemán Joseph Goebbels, designado para ocupar el cargo de Ministro para la Ilustración Pública y Propaganda, aseguraba que “una mentira repetida mil veces, se convierte en una verdad”. El nazismo crecía manipulando al pueblo mediante falacias. Al parecer, la intención de sofistas y nazis era opacar con el engaño toda actitud reflexiva.
Si entendemos que la posverdad es engaño, deberíamos aceptar que en otros tiempos esa práctica fue frecuente, aunque no podemos negar que el empleo de las redes sociales le ha dado mayor impulso. Si la realidad es alterada o deformada premeditadamente, los datos objetivos pierden valor. Se anula entonces todo debate sobre la base de lo razonable y se intenta, mediante discursos demagógicos, conducir la opinión pública. Según la Real Academia Española, “los demagogos son maestros de la posverdad”.
Para algunos autores, posverdad podría interpretarse también como autoengaño. En este caso, en el momento de analizar un conflicto de proyección social, cobrarían más fuerza las reacciones afectivas individuales, y quedaría al margen la objetividad de los datos.
Digamos que la emoción no debería oscurecer la racionalidad. Sería conveniente que ante cuestiones de significación social relevante, nos detengamos a examinar cada asunto con madurez y responsabilidad, en lugar de aceptar sin reflexión, de un modo acrítico discursos persuasivos, publicidades ingeniosas, mensajes explícitos o subliminales... Tengamos en cuenta que nuestro rol crece cuando abandonamos “las sombras de la caverna” con la cuota de energía que nos puede llevar a la luz, es decir, a una reconstrucción crítica de los hechos y, en consecuencia, al rechazo de un eventual engaño.