Lunes 10.7.2023
/Última actualización 13:57
Un viejo dicho popular sostiene que la culpa se va a quedar soltera, porque nadie quiere casarse con ella. El sicologismo de café o sobremesa sostiene: "La culpa es un mecanismo en el que, a partir de un acto u omisión, realizamos un 'juicio moral' de nuestra conducta (incluso de nuestros pensamientos) y 'dictaminamos' que hemos cometido un error y deberíamos tener un castigo". Después lo importante, asignamos el yerro a otro.
El refranero popular alude a que la culpa siempre será de otro. Con los actores políticos pasa una cuestión que puede asimilarse a este fenómeno. Estamos gobernados en Argentina, país unitario, por los actores que, residiendo en Buenos Aires ejecutan para un país que ignoran… y no tienen la culpa de cuánto nos pasa.
El actor político más importante, aún después de La Peste, es Cristina Elisabet Fernández de Kirchner, y los hechos que no pueden ocultarse son estos. Ella decidió quién sería candidato a presidente y eligió ocupar la vicepresidencia. El binomio triunfó. Hubo hasta un juramento formal. Es suya la decisión y suyo el gobierno y sus "muchachos" los que acompañaban al presidente.
La extrañeza es que, ante el fiasco de los Fernández en sus decisiones de gobierno, que con bastante certeza puede presumirse que los alejará de un segundo mandato, al menos a ese sector, elijan que la culpa es de otro. El fiasco tiene un culpable externo.
Corrección: extrañeza no, habitualidad. En el comienzo la culpa fue del gobierno anterior, después La Peste, se agregó el FMI, como siempre "los medios hegemónicos", finalmente la sequía en la zona núcleo, donde vivimos nosotros, y de donde se llevan una gabela realmente importante que distribuyeron pronto y mal. Hubo menor saqueo a la producción. Nada que reprochar. La culpa es, como se describió, externa.
Primera reflexión necesaria: el pueblo argentino votó, este es un "gobierno popular elegido por las mayorías". Punto. Sobre esto es necesario reflexionar. Con un agregado tan obvio que no debería explicitarse pero cada tanto es útil hacerlo: los ministros son -todos- elegidos por el Ejecutivo, no es el voto popular quien los nomina. En este punto "la culpa" es un silbido largo que baja y se pierde.
Se repite como protección ante posibles distracciones. Votados por las mayorías. Usted y yo los elegimos, junto a una decisión constitucional: gobiernan las mayorías. En la provincia el gobernador es Omar Perotti y, al igual que en el gobierno nacional, podrán plantearse mil escenarios pero el Ejecutivo es él (con Alejandra Rodenas como vicegobernadora, en un cargo que desde Antonio Vanrell en adelante no es tan, pero tan… pero cuidado, desde los beneficios que otorgó Antonio Bonfatti es muy, pero muy, confortable). Y ante lo bueno, lo malo o lo feo, le cabe pararla con el pecho y decir: fui yo.
Toda culpa en Santa Fe es de Perotti. Hay situaciones raras. Hasta el narcotráfico es su culpa. Personajes con pasado y roperos cerrados son mecanismos para esquivar las culpas, cuando no las decisiones interesadas que, esas sí, están presentes. Para el gobierno de Miguel Lifschitz y el de Perotti, el funcionario Sain es una llaga viva. Está claro que Perotti sostiene que no hay culpas sino yerros y porfías concurrentes pero, para acceder a su sitio los postulantes parten de un punto común: Perotti es culpable.
La provincia de Santa Fe (y ojalá no haya reforma constitucional que lo permita) no tiene reelección directa, hay que esperar un turno antes de intentarlo. Reduce las culpas pero las focaliza. No es por un criterio reeleccionista que trabaja un gobernador santafesino y, en cambio, debería hacerlo por un criterio "continuista".
Mirada obligatoria: Lifschitz no apoyó tanto a Bonfatti y la cuarta gobernación con cabeza socialista no apareció. Ganó Perotti al mencionado Bonfatti. Lifschitz se reservó el Poder Legislativo en pacto implícito con senadores provinciales. Hoy Perotti debería apoyar mucho y muy mucho a quien gane la interna de su sector, aparentemente Marcelo Lewandowski. La culpa es, en este caso, tema para un opúsculo, una suerte de segunda versión de "Elogio de la culpa", el libro del cordobés Marcos Aguinis.
Complicación y desnudez. Muerto Lifschitz, quedó desnudo el radicalismo, que se recostaba en los ministerios y en el manejo que el socialismo, un partido de 90.000 cuadros que cosechaba 700.000 votos del radicalismo unido y esa muerte, esa ausencia de un candidato indiscutido, los obligó a salir fuera de las trincheras. Maximiliano Pullaro era ministro de Lifschitz. Carolina Losada era periodista. Mónica Fein titular de la intendencia de Rosario. Ellos se ofertan y los tres concurren en un punto. La culpa es del otro. Perotti es el culpable.
Debe mencionarse un contrafactismo: con Lifschitz vivo, este era otro paisaje político. Los radicales bajo ese paraguas. Hoy llueve y la intemperie no perdona. En el caso de Rosario, la intendencia de Pablo Javkin concurre a dos temas donde la culpa es una ausencia muy pesada de esconder, esquivar, olvidar. Javkin se queja de la herencia recibida y se desprende del socialismo. Javkin pone su índice, indica a Santa Fe y el gobierno provincial como uno de los problemas de la ciudad.
También agrega la falta de una autonomía municipal sostenida por ley y con rango constitucional, que la policía no es suya, ni los caminos ni las escuelas ni, está claro, el combate a la delincuencia y es más: el periodismo condena a Rosario como ciudad victimizada, acusada de narco y él, Javkin, deja fuera su pasado como funcionario de la anterior intendencia, lo asume pero no le genera culpas ni disculpas.
Javkin es un prototipo del mejor político argentino al estilo Al Jolson. El actor y cantante, ante los aplausos al final de la función decía: "gracias por haber venido, lo mejor mañana, que mañana lo haremos mejor". Javkin va por la reelección sosteniendo que no es culpable de nada de cuanto sucede -mal- en Rosario, y en cambio sí es el responsable, único responsable, de lo bueno (siete plazas arregladas, muchas luces led que serán colocadas ya mismo y otras obras que harán de Rosario algo bueno).
En rigor, un discurso de campaña donde las culpas son ajenas y las promesas de lo bueno lo propio. Va de suyo que los que intentan reemplazarlo apuntan al eje: hay culpas y son del que gobierna y ellos, los aspirantes, vienen de un ayer limpísimo, inmaculado. Estamos acostumbrados a devolver a toda velocidad "la papa caliente". Pertenece a lo ajeno, lo de fuera, el otro, la culpa.
En tal sentido, es ejemplar el audio de la nota al intendente Javkin, el que se adjunta para la edición web. Es una bellísima, y acaso perfecta, muestra de la culpa como ajena y sus inevitables consecuencias que caen sobre los terceros, indefensos, solo protegidos por algo que ya se ha manifestado que no debe distraerse: el voto popular.