Nos escribe Teresa (Bahía Blanca, 54 años): "Hola Luciano, te escribo porque estoy en un momento particular de mi vida. Me separé hace unos meses, después de una relación que duró muchos años -no llegamos nunca a estar casados, pero no lo veo como algo pendiente- y, por primera vez en mi vida, estoy sola. Volví salir con algunos hombres, pero siento que todo cambió tanto que ya no me hallo en los vínculos amorosos e intento disfrutar de otras cosas. No tengo hijos, por lo que tampoco tendré nietos. Sí me gusta leer, escribir y más que un grupo de amigas, tengo buenos conocidos con los que conversar y hacer algunos planes de vez en cuando. ¿Estoy en la puerta de la vejez? No me siento mal, pero a veces me pregunto si no me estoy resignando. No estoy del todo segura si me falta algo, ¿cómo saberlo?".
Querida Teresa, qué bella tu carta y qué lindo ritmo tiene tu escritura. Cuando alguien piensa ante nosotros -es la impresión que tuve al leerte- es como ver las olas de un mar que hacen su movimiento de avance y repliegue. El pensamiento no es deducción lógica, sino el suave movimiento de ciertas figuras danzantes.
Esto es lo que llamamos "reflexión", algo tan distinto a la inteligencia. Hoy pareciera que ser inteligente (o tener un alto coeficiente intelectual) es una virtud. Sin embargo, lo que verdaderamente hace valiosa a una persona es su capacidad para reflexionar; es decir, volver sobre sí con el pensamiento y ver los diferentes movimientos en que puede verse a sí misma como si fueran las figuras que bailan en la llama de un fuego.
Nos transformamos permanentemente ante nosotros mismos. Somos seres cambiantes. Esta es una diferencia sustancial entre humanos y animales. Estos se desarrollan hasta que se realiza su esencia, mientras que los humanos crecemos, a través de realizar deseos que nunca se cumplen del todo y que dejan un resto por el que deberemos hacer un duelo.
A diferencia de las máquinas, cuya inteligencia es matemática y se jacta de que la resta dé siempre cero, los humanos vivimos en un mundo de sentidos móviles que son el reflejo de una existencia que, incluso en su final, será inacabada.
Tu carta tiene una profundidad existencial tan certera que casi todas las frases ameritan un comentario: "No lo veo como algo pendiente". Cuando leí esta frase, pensé: dado que no aludís al matrimonio, ese "lo" ¿no remitiría al hombre con el que estuviste en pareja? Algo en ese vínculo concluyó y quizá por eso ahora podés estar sola primera vez; pero "estar sola" ¿es lo mismo que no estar con alguien?
Mientras te leo, pienso que hay algo de tu necesidad del amor -la que pudiste tener en otro momento- que cerró un ciclo, pero no solo respecto de una persona, sino del amor como tal. De este modo, cuando decís que "todo cambió tanto", lo que escucho es que no se trata de que la cuestión quede referida a la situación actual de los hombres, sino que el cambio es tuyo e interno, un cambio a partir del cual surge la posibilidad de pensar nuevos deseos o, como bien decís, "disfrutar de otras cosas".
"No tengo hijos, por lo que tampoco tendré nietos". Esta frase, así de fuerte, me recordó al poema que Idea Vilariño le escribió al escritor Juan Carlos Onetti y que se titula "Ya no". Si no lo leíste, te lo recomiendo. Tu frase podría ser uno de los versos de ese poema triste y paradojal, ya que también transmite mucha liberación. Curiosamente, el "no tengo" redoblado por el "no tendré" -que hace temer un futuro privado- tiene el peso de la asunción un destino, algo que muy pocas veces estamos dispuestos a hacer.
Cuando podemos mirar un destino a los ojos, aquello a que nos creemos determinados no se vuelve más que una línea en el horizonte, frágil y desplazable; lo que no ocurrió puede así dejar de ser lo que no va a pasar, para convertirse en una condición, sí, pero ya no un cielo o un espejo obligado. En este punto, a continuación, hacés una enumeración de ítems que tal vez pretendas que son pocos (leer, escribir, algunas personas cercanas), pero que vistos desde otro punto de vista son quizá lo único que necesitamos para vivir.
¿Estás en la puerta de la vejez? Quiero creer que esta pregunta es un chiste. Más bien te diría que estás en la madurez de la vida; en ese momento -"particular", como decís- en que toca hacer las cuentas con el pasado, con los deseos que hubo y los que no, para no resentirse y empezar esa vida que nace cuando nos damos cuenta de que estamos vivos y que el futuro está cada vez más cerca del presente.
"Tenemos dos vidas: la segunda comienza cuando advertimos que solo tenemos una", dice una célebre máxima de Confucio. Creo que este proceso es diferente al de la resignación, ya que es la ocasión de vislumbrar placeres que antes, quizás atareados por ideales y algunos proyectos de ambición, no conocíamos: los de las pequeñas cosas, el aquí y ahora, este mate y esta conversación, el sol que se pone entre los edificios porque hoy pasó otro día.
"No estoy del todo segura si me falta algo", decís sobre el final de tu carta. ¿Escuchaste lo que escribiste? La frase puede entenderse de dos maneras distintas: que no estás segura de [sería el caso de que la preposición estaría implícita] si te falta algo; pero también de forma literal, es decir, no estás del todo segura si te falta algo; o sea, si te falta algo, no estás segura. Entonces, ¿no será este el momento de dejar de pensarse desde la falta y aceptar la seguridad construida a lo largo de estos años?
Querida Teresa, te dejo la pregunta y el mejor deseo para este renacer.