"Nadie es consciente de lo que tiene hasta que tiene que hacer una mudanza". Meme anónimo.
"Nadie es consciente de lo que tiene hasta que tiene que hacer una mudanza". Meme anónimo.
Revisando las efemérides de febrero, actividad diaria que muchos comunicadores hacen para mantener viva la memoria de sus escuchantes y/o televidentes, y que, gracias a Google, se simplificó a centésimas de segundos y ahorró papelitos, agendas, archivística casera y trabajo al productor de contenido; me encontré que el 20 de febrero, de hace 369 años atrás, comenzaba el traslado de la capital santafesina desde Cayastá, -enclavada en las costas del río San Javier, también conocido como Quiloazas-, hasta su ubicación actual, ochenta y seis kilómetros al sur.
Tenemos que ponernos en contexto. Calor extremo, inundaciones que erosionaban las barrancas de aquella población pionera, ataques constantes de las tribus indígenas (pueblos originarios) y todo tipo de alimañas empezando por los furibundos e insistentes mosquitos de la zona… Sus sufridos habitantes, me imagino, hartos de semejante despliegue de señales universales y cósmicas que les indicaban que ese no era el lugar correcto, tomaron la decisión -demorada casi ochenta años- de tomar el toro por las astas, encajarle la cincha y cambiar el rumbo de las cosas y de las casas. Así fue que enfilaron sus carromatos desde las orillas del río San Javier para venirse a las costas de la Laguna Setúbal. Solo algunos kilómetros, algunos petates y toda la ilusión de zafar de los flechazos, las inundaciones y de los mosquitos. A la luz de los hechos, mucho no modificaron las cosas, me refiero a los mosquitos y a las inundaciones y alguna que otra incursión de la "indiada", pero al menos hay que reconocer la valentía de encarar sus carretas y su mobiliario hacia el sur para quedarse a mitad de camino entre Santa Fe la vieja y Rosario, que aún no había sido fundada, ni lo será hasta muchos años después.
Según los estudiosos de todas las cosas y los investigadores de todos los comportamientos dicen, el acto de mudarse es considerado como uno de los actos humanos más estresantes de la vida. Aquellos que en el lomo lleven un puñado de mudanzas, o para el caso, aunque sea una, pueden dar cuenta de ello. La mudanza, que de danza no tiene nada, te termina dando un baile que ni te cuento. Seamos sinceros, aquel o aquellos que se mudan no solo llevan consigo sus cosas de un lugar a otro, sino que, además, implica una serie de rupturas. Romper rutinas aprehendidas, hábitos cotidianos, comportamientos mecánicos. A modo de ejemplo: el camino hasta el baño, la perilla de la luz a la altura del cuello, mano derecha apenas pasar el quicio de la puerta para colgar las llaves, el botón de arriba es el que enciende el patio, etc. El mismo camino diario del trabajo a la casa; el "super" a la vuelta o el carnicero del barrio que siempre te guarda la mejor tira de asado para el domingo; esas simples cosas que son la sal de la vida diaria, ser parte de una comunidad, de un barrio, de tu lugar en el micro mundo. Es que la mudanza causa estrés, ansiedad y depresión, no hablemos de la parte administrativa de la "cosa"; que los garantes; que las firmas; que los depósitos; y toda esa cháchara administrativa y legal que incide directa y proporcionalmente a la pérdida de la cordura. Porque, insisto, no se trata solamente de mover cosas de acá para allá, es todo un desafío a la paz mental y al equilibrio espiritual. Mudarse es readaptarse, es encontrar faltantes, perder sobrantes; es romper conductas que a fuerza de repeticiones se convirtieron en hábitos; es dejar atrás todo ese microcosmos ignorando lo que vendrá.
¿Con quién vas a compartir el ascensor? ¿Cómo serán los nuevos vecinos? Sentir nuevos ruidos; nuevos aromas; nuevas relaciones.
Según el diccionario, mudar es también cambiar de piel; ciertos animales mudan sus plumas, sus pelos o su piel. La naturaleza es sabia, se sabe, es por eso que mudar es también un acto natural y necesario cuando las señales son inequívocas.
El acto de mudarse no es solamente el traslado de cosas de un punto "A" hacia un punto "B", mudarse, independientemente del contexto en el que se produce la decisión -de si se hace para bien o para mejor, si es un acto consensuado o una decisión propia o por factores externos al individuo que se muda-, implica cambiar, rehacerse, recomenzar, renacer.
Porque no solamente uno muda sus cosas, también muda la piel, y claro, la de los demás.
En ese acto de cambio, de renacimiento, de ser otro, de olvidarse de uno para convertirse en otro, se basa la fiesta de carnaval, tan afecta a nuestros recuerdos de murgas y colores. Fiestas griegas bacanales y dionisíacas u orgiásticas festividades saturnales romanas son el precedente carnavalesco actual. Libertad de acción, alegría, vino, caretas igualitarias donde el amo era el esclavo y el esclavo mandaba; colores, máscaras y disfraces que propiciaban el anonimato para así poder dar rienda suelta a los más variados y desenfrenados comportamientos humanos e instintos animales. Con el tiempo, el carnaval se ligó íntimamente a la cuaresma de la religión católica, pues cuando finaliza el carnaval, comienza la cuaresma con el miércoles de ceniza.
Una triada de días descontrolados con orígenes paganos que finalizan con el simbolismo de la constricción católica de la cuaresma.
El Ying y el Yang de la vida.
Mudar; mutar; cambiar; otredad. Vivir, precisamente.
¡Feliz carnaval!
La mudanza, que de danza no tiene nada, te termina dando un baile. Seamos sinceros, aquellos que se mudan no solo llevan consigo sus cosas de un lugar a otro. Además, rompen rutinas, hábitos, comportamientos mecánicos.
En ese acto de cambio, de renacimiento, de ser otro, de olvidarse de uno para convertirse en otro, se basa la fiesta de carnaval, tan afecta a nuestros recuerdos de murgas y colores.