El Museo Ferroviario de Santa Fe se cae a pedazos. Funciona en la antigua Casa Hüme, de Hipólito Irigoyen y San Luis, junto al Registro Civil. Una edificación de 1889. Una edificación que en los últimos años no recibió ningún tipo de mantenimiento y se deteriora. Y en su interior también corre peligro la memoria viva del ferrocarril en la región: documentos, libros, fotografías y objetos.
Fueron los trabajadores ferroviarios quienes promovieron la creación de este Museo. Verdaderos protagonistas de un progreso que ya no existe. Muchos de ellos ya no están. Y los que quedan ya no tienen la fuerza suficiente para conseguir que alguien en el Estado, alguien en cualquiera de los niveles del Estado, salve al Museo.
Es por ello que ahora otro grupo de santafesinos se comprometió con la causa. Crearon una Comisión de Amigos del Museo Ferroviario. Y con la energía que los antiguos trabajadores del ferrocarril ya no tienen, pretenden despabilar al poder de turno para que despierte, sea quien sea, y se ocupe de restaurar el viejo Museo, la vieja casa Hüme. Y salvar así la memoria ferroviaria santafesina.
Seguramente no será nada fácil. Cuando los antiguos ferroviarios todavía tenían la fortaleza suficiente se cansaron de gestionar fondos, de tocar puertas, para hacerse escuchar. Del otro lado recibieron muchas veces un sin fin de promesas, muchas de ellas en épocas electorales. Algunos dejaron la vida por esta causa ferroviaria. Es que era su pasión, su identidad, su sentido del ser. En cambio los funcionarios públicos nunca les dieron la respuesta que reclamaban. Y ese reclamo no era para sí, no era individual. Sino que lo que estaban haciendo era exponer un problema de todos, un problema que tiene que ver con la identidad santafesina, con el patrimonio y con la historia. Porque es algo que le pertenece a la comunidad.
¿Será que esta vez los que vienen de atrás con energías renovadas conseguirán lo que otros no pudieron? La respuesta es un enigma. En estas épocas pre electorales, ante un año con muchos intereses políticos en juego, quizá reciban una vez más una palmada de algún sector político que les diga que lo van a solucionar. Esto ya pasó antes. Y nunca se solucionó. Mientras tanto la casa Hüme se sigue cayendo a pedazos, día tras día. Y en ella la memoria ferroviaria. Con el riesgo de que además ocurra un accidente, que caiga mampostería, un techo, el suelo, el revoque de las paredes. Porque todo puede pasar. La casa se cae.
O quizá ocurra lo contrario. Alguna conciencia despierte. Alguien con el poder suficiente tome una decisión para salvar el Museo Ferroviario. Esa es la esperanza. Por ahora una ilusión. Por la que un puñado de soñadores comenzó hace un tiempo a traccionar. Quizá lo consigan. Y así se podrá salvar la memoria ferroviaria.
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