El ingeniero francés Félix Revol y Perrier, nacido en Lyon y graduado en la Escuela Politécnica de París, arribó a las Provincias Unidas del Río de la Plata (nombre que contradecía la realidad) hacia 1843.
El ingeniero francés Félix Revol y Perrier, nacido en Lyon y graduado en la Escuela Politécnica de París, arribó a las Provincias Unidas del Río de la Plata (nombre que contradecía la realidad) hacia 1843.
Pronto adscribió al régimen político instaurado por Juan Manuel de Rosas, gobernador de la provincia de Buenos Aires y encargado de las relaciones exteriores del conjunto de provincias firmantes del Pacto Federal de 1831.
Revol hizo gala de sus conocimientos de ingeniería en encargos tales como una parte del diseño urbano de la ciudad de Río Cuarto, en la provincia de Córdoba, o la consolidación del cauce del Río Primero (o Suquía, en la precedente voz sanavirona) que atraviesa la capital mediterránea, donde, en 1848, se casó con Gumersinda Núñez Bazán, de antiguos linajes cordobeses y riojanos.
Pero en lo que concierne al Museo Histórico Provincial, interesa destacar su faceta de pintor, de artista singular que dejó una obra bastante reducida en piezas, pero que sigue concitando la atención de los especialistas. Fue lo que ocurrió, por ejemplo, en 2011, con el hallazgo de fragmentos de un fresco del artista en la secular iglesia cordobesa de San Francisco, descubiertos durante tareas de restauración del templo.
Las imágenes aparecieron en el ático de la iglesia (su parte más alta) sobre el retablo mayor, detrás de un cielorraso construido con posterioridad. Según la restauradora principal, la pintura, que lleva su firma, ocupa un paño de pared de siete metros de ancho por cuatro metros de alto, y sería una representación de la Santísima Trinidad, composición en la que la imagen mejor conservada es la de un Cristo en Ascensión.
Antes, el ingeniero francés devenido pintor, había recibido el encargo de realizar figuras religiosas decorativas (pictóricas y escultóricas) en la catedral de Córdoba, vuelta a construir entre 1848 y 1856. Pero como ocurriera con otras obras de Revol, incluidas las imágenes pintadas en el retablo mayor de la iglesia Matriz de Santa Fe, fueron desapareciendo con el tiempo. En el caso de Córdoba, las imágenes de los cuatro evangelistas de gran tamaño que ocupaban las pechinas en la base de la cúpula catedralicia, fueron destruidas en el siglo XX cuando fallas estructurales obligaron a reedificarla. En Santa Fe, en cambio, su cuadro "Reunión de todos los Santos", fue arruinado por sucesivos repintes.
Escribe el historiador Carlos Páez de la Torre en "La Gaceta" de Tucumán que, tal como sucediera en Córdoba, en 1851, Revol fue contratado por el gobernador Celedonio Gutiérrez para decorar la catedral de Tucumán, construida según los planos de otro ingeniero francés, Pedro Dalgare Etcheverry, encargado de la renovación de ese edificio colonial. La estética magnificente del neoclásico de raíz gala, arrasaba en distintas ciudades con las líneas austeras de los templos del período hispanoamericano.
Impulsado por la fuerza de su vocación, que disimulaba sus limitaciones técnicas en una Argentina en barbecho, entre otros muchos trabajos (colocación de nuevos pisos, cielorrasos, rejas y confección de algunas esculturas), el artista voluntarioso también se aplicó a la tarea de pintar frescos en algunos muros. Pero como ocurriera una y otra vez, su obra desaparecerá durante la profunda reparación del templo llevada a cabo entre 1937 y 1941.
De las pocas pinturas que de su paleta han perdurado, sobresale la figura ecuestre del general Pascual Echagüe, nacido en Santa Fe (1797) y muerto en Entre Ríos (Estancia "San Gabriel", Dpto. La Paz, en 1867), gobernador, por turnos, en ambas provincias. El cuadro, de significativo tamaño (2,05 x 1,54 m., y, en origen, 2,30 x 1,77 con un marco de 0,11 cm) fue comprado en 1945 por el Museo Histórico Provincial a integrantes de la familia Zavalla Carbó de Paraná, descendiente de Echagüe, en la suma de $4.000.
Es un lienzo que siempre me llamó la atención por su atipicidad, la extrañeza de una imagen que si bien es figurativa está lejos de ser realista. Por eso, algunos críticos de arte, cuidando las palabras, han preferido designarla como un producto del "naturalismo candoroso".
Después de mirarla una y otra vez con afán exploratorio, lo que advierto es la obra de un pintor que exalta a Pascual Echagüe como personaje histórico, como militar triunfante y partícipe notorio de la coalición gobernante en la Argentina de Rosas. En tal sentido, es tributaria de la corriente del romanticismo decimonónico en sus múltiples vertientes expresivas animadas por la subjetividad de los artistas, sus emociones, intuiciones y sentimientos, generadores, en los hechos, de una figuración desatada de los cánones de la lógica y los mandatos de la razón realista. Es que en la expresividad romántica pesa más la construcción simbólica de un personaje o situación, que su minuciosa reproducción.
El cuadro de Revol que preside una de las salas del museo, espacio físico perteneciente, para mayor carga simbólica, a uno de los aposentos originarios de la primera tira edilicia de la casa, levantada en 1662 por Francisco de Oliver Altamirano, no pretende ser un retazo de la realidad. Es la interpretación de un hombre que, en 1847, llegó a nuestra ciudad con una recomendación de Felipe de Arana, ministro del Restaurador, para hacerse cargo del ya mencionado trabajo en el altar mayor de la Iglesia de Todos los Santos (La Matriz). Y que era, sin ambages, parte del rosismo y, a través del arte, un propagandista de esa fuerza política.
De hecho, sus dos cuadros emblemáticos, son el de Echagüe, en el Museo que cumple 80 años, y el de Martín Santa Coloma (que cumplió funciones militares en la ciudad de Santa Fe, donde tuvo una casa frente a la Plaza Mayor), cuyo original se conserva en el Museo Histórico Nacional, en tanto que una copia integra el acervo del Museo Julio Marc de Rosario. Ambos lienzos presentan similar estructura compositiva: en los ángulos superiores, los escudos de la provincia y la Confederación encuadran de modo simétrico a las figuras de los militares rosistas sobre sus montados. Y, de fondo, tropas vestidas de rojo con chiripá blanco completan la escena. En la pintura de Echagüe, en un segundo plano, con algunos problemas de perspectiva, detrás del general en su caballo tordillo se observa una batalla entre soldados ataviados con uniformes rojos y militares vestidos de celeste, color representativo de los unitarios liberales; combate en el que los federales rosistas predominan sobre sus enemigos.
Por su parte, la de Santa Coloma, evoca su decisiva participación en la batalla de Punta Quebracho (Puerto Gral. San Martín, Santa Fe), en la que, meses después de la derrota de la Vuelta de Obligado, los soldados federales triunfaron sobre la flota anglo-francesa que navegaba por el Paraná (escena de fondo), hecho que configuró la antesala de la decisión tomada un mes después por ambos países extranjeros para gestar "el retiro más honorable posible de la intervención naval conjunta".
Para cerrar, cabe decir que, paradójicamente, la gracia de la pintura de Revol, y la irresistible atracción que ejerce sobre el ojo del observador, nace de las rigideces que conspiran contra su plasticidad, pero atrapan al espectador en su aura primitivista.
En el plano de la realidad histórica, Santa Coloma fue degollado después de Caseros; y Echagüe huyó en el mismo barco inglés que Rosas, aunque en 1854 pudo volver a Entre Ríos con la aquiescencia de Urquiza, quien en 1856 lo designó ministro de Guerra del gobierno de la Confederación Argentina.