Imagen de la casa capitular que recibió a los congresales constituyentes de 1853 y a los convencionales reformadores de 1860 y 1866. Pintura al óleo de Manuel Garcilaso (1928). José G. Vittori/ Museo Histórico Provincial
Cada vez que se publica alguna foto del desaparecido Cabildo de Santa Fe, se levantan voces críticas contra la lejana decisión de demolerlo y levantar en su lugar una monumental Casa de Gobierno a tono con una Argentina en veloz crecimiento que pronto celebraría el centenario de la Revolución de Mayo de 1810.
La piqueta comenzó a hacer su trabajo en 1908, poco después de que en diciembre de 1907 sesionara en su salón principal la Convención Reformadora de la Constitución Provincial, último acontecimiento político-institucional relevante cobijado dentro de sus muros cargados de historia.
Foto del Cabildo tomada por el italiano Pedro Tappa en 1862, fuente documental de la pintura de Garcilaso.
Es notable cómo el transcurso del tiempo cambia las perspectivas e induce aprendizajes tardíos respecto de la irreversibilidad de ciertas acciones. Éste es uno de esos casos.
¿Se equivocó el gobierno de Pedro Antonio Echagüe (1906 – 1910) cuando decidió reemplazar el modesto edificio hispano-criollo por el monumental proyecto del arquitecto italiano Francisco Ferrari signado por su eclecticismo cosmopolita? ¿Acaso no crecía a saltos la Argentina mediante la sostenida inversión de capitales europeos -principalmente británicos- y el aporte de músculo inmigratorio en múltiples tareas urbanas y rurales? ¿No se había incorporado nuestro país al selecto club de las diez economías más potentes del planeta? ¿Podía la conjunción de tales factores perturbar la evaluación de semejante fenómeno en el horizonte del largo plazo?
Después de pagar altos costos en vidas y bienes para despejar el camino hacia la Organización Nacional, varios de cuyos hechos trascendentales habían resonado en el ámbito del viejo Cabildo, ¿estaba mal pensar en la modernización urbanística y edilicia de la ciudad? ¿Eran incompatibles la custodia de la historia y el afán de progreso?
Una pregunta lleva a la otra y las respuestas se complican, habida cuenta de que, por entonces, era muy difícil sustraerse a la borrachera provocada por la idea del progreso indefinido, apalancado en un extraordinario crecimiento económico y poblacional. Más de un siglo después sabemos, al costo de nuestra penosa decadencia, que nada es para siempre y que los errores de apreciación pueden producir efectos de larga duración.
También sabemos que las ciudades que han sabido conservar parte de su patrimonio urbano relevante, y convertido sus activos históricos en capital cultural, cuentan con una sustancial veta de identidad e ingresos económicos. Allí están, para confirmarlo, ciudades de América del Sur como Ouro Preto y Bahía, en Brasil; Lima, Cusco, Cajamarca, en Perú; Quito y Cuenca, en Ecuador, por citar algunas. Además de las numerosas ciudades europeas de arte e historia; así como las de Asia, el Oriente Próximo y el norte de África.
¿Podríamos nosotros haber conservado el Cabildo sin renunciar a la modernidad? Hoy, tarde, sabemos que sí. Nada obstaba construir una Casa de Gobierno expresiva del inusitado proceso de desarrollo de comienzos del siglo XX y, a la vez, conservar el principal edificio público que, durante más de dos siglos, había sido el escenario de las decisiones constitutivas de la autonomía provincial, primero; y del Estado nacional moderno, después.
Pero también hay que decir que antes de que llegara la decisión de 1908, la suerte del edificio capitular había comenzado a echarse con una buena intención mal resuelta. Ocurre que, en 1877, cuando los vientos de la modernidad progresista se sentían con fuerza, las autoridades resolvieron hacer notar su influjo a través de la erección de una voluminosa torre sobre el eje del Cabildo.
Desde el punto de vista arquitectónico, la corpulenta torre cuadrangular, con su gran tamaño y lenguaje diferenciado, rompía la armonía del conjunto edilicio, caracterizado por sus arquerías superpuestas de líneas simples y anchas luces, que, en el arco central, se comprimía en un gesto vertical que marcaba la entrada principal y remataba en lo alto con un tímpano de tímida gestualidad neoclásica.
Como complemento modernista, en 1886 se agregó en el segundo tramo de la torre un reloj de cuatro fases para que, a todos los rumbos, los santafesinos pudieran ver la hora con solo levantar la vista. Y, por si no bastara, encima, en un tercer tramo, se construyó un pequeño templete para proteger las campanas que daban las horas a través de un mecanismo interno que las vinculaba con el reloj. Pero el peso mal calculado de estas intervenciones tuvo consecuencias. Las señales de alerta se manifestaron en crecientes rajaduras en las paredes y el techo de azotea. Y, poco a poco, el avance de los daños se tradujo en temores de colapso. El viejo Cabildo estaba herido.
¿Cuán antiguo era el edificio y cuantas transformaciones había experimentado a través de los siglos? La respuesta no es sencilla porque los registros y las crónicas son bastante contradictorios. Sabemos que cuando culmina el traslado de Santa Fe la Vieja al sitio actual, se había levantado una casa capitular, sin pretensiones y con materiales pobres: paredes de adobe, techo sostenido por tirantes de madera y solados de ladrillones cocidos. También se sabe que con el correr de los años y el aumento de la actividad administrativa, política y judicial, experimentó distintas ampliaciones. Lo cierto es que, a fines del siglo XVIII, los vicios constructivos y los consiguientes deterioros se hicieron evidentes y hubo que pensar en un nuevo edificio.
Algunos historiadores expresan que la reconstrucción se puso en marcha luego de la Revolución de Mayo de 1810, pero otros, como el jesuita Guillermo Furlong, manifiestan con documentos a la vista, que "en 1790 estaba ya construyéndose el nuevo edificio capitular (el tercero, a contar de Santa Fe la Vieja), ya que ese año se pagaron 8.092 pesos por 700 fanegas de cal y 1.268 de arena, y por los salarios de los albañiles…". Cuantifica los miles de ladrillos utilizados en la obra y agrega que "para los cimientos se trajeron de la Bajada (Paraná) en total 998 carretadas. Mientras se realizaba la obra, trasladóse el Cabildo a unas salas del Colegio de los Jesuitas."
De modo que la referencia a la segunda década del siglo XIX, debe tomarse como la de la conclusión de la obra, no la de su inicio. No obstante, siempre faltaban cosas. Según Clementino Paredes, al instalarse la frustrada Convención Nacional Constituyente de 1828, todavía no se había terminado la sencilla baranda de hierro del segundo piso. Sí estaba lista, en cambio, para recibir a los congresales constituyentes de 1853.
En el Museo Histórico Provincial Estanislao López se conserva un cuadro de prudente cromatismo ejecutado en 1928 por Manuel Garcilaso (fotógrafo notorio que incursionó en la pintura) sobre la base de una foto tomada por el italiano Pedro Tappa en 1862, entre las convenciones reformadoras de 1860 y 1866. Contamos, por lo tanto, con una imagen fidedigna del lugar en que se constituyó la república democrática y federal. Un edificio de elegante austeridad, ritmado por catorce arcos superpuestos que sombreaban las galerías porticadas, y en la azotea dejaba ver la caja de la escalera que daba acceso a esa gran terraza, cuya baranda de hierros rectos reproducía la del primer piso, límite norte del corredor hacia el que abrían las puertas del salón en el que sesionaron los constituyentes de 1853, 1860 y 1866 para darle a la Argentina su estructura legal e institucional.
En 1908, una decisión gubernamental lo hizo desaparecer, sin advertir que también se demolía un símbolo trascendente con su carga de múltiples valores intangibles.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.