Domingo 22.10.2023
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El desarrollo musical santafesino entre los siglos XVI y XVIII se da principalmente bajo la influencia de la cultura hispana y se reduce a la incipiente liturgia religiosa, a la música marcial y a la música secular, destinada al entretenimiento, la celebración o la expresión de sentimientos. El conocer la actividad musical durante esta época se ha hecho dificultoso, ya que la pérdida de documentación ha sido cuantiosa. Muy pocos libros de ingresos y gastos, inventarios, visitas, partituras musicales, etcétera, fueron conservados, y -además- con la expulsión de los jesuitas en 1767 se perdieron todas las grandes bibliotecas misionales.
No obstante ello, sabemos que la práctica musical más prestigiosa fue la asociada al culto religioso, que seguía los modelos renacentista y barroco europeos, adaptados a la realidad de esta zona. Su implantación muestra una transformación del modelo peninsular: una fuerte injerencia de autoridades eclesiásticas en asuntos musicales, traducida en un predominio de los nombramientos directos y en la presencia de músicos no ordenados; la tendencia general a una menor movilidad (debido a las grandes distancias) y a un marcado localismo; y la contratación ocasional de ministriles indios. Entre líneas emerge una interacción constante entre las distintas esferas de la práctica musical y una revalorización del papel de los naturales, negros y mestizos como agentes activos de la cultura colonial.
En cuanto a la música en las instituciones religiosas urbanas, durante el siglo XVII "puede categorizarse en dos grandes rubros (…) obras litúrgicas en latín y composiciones paralitúrgicas en lengua vernácula" (Leonardo Waisman, 2019). Las que llevaban texto en latín eran salmos, antífonas, cánticos o letanías, mientras que las obras en castellano (sustituido o complementado por lenguas indígenas) pertenecían al género "chanzoneta" o "villancico", que eran comunes en las celebraciones fuera de la rutina litúrgica.
La música religiosa en Santa Fe
La actividad musical religiosa en Santa Fe, con las magras rentas que recibía, se constituía con lo mínimo indispensable. No se sabe de compositores de música en la Santa Fe colonial. El dato documental más antiguo lo proporciona Guillermo Furlong, sacerdote jesuita e historiador argentino, cuando en su obra "Historia del Colegio de la Inmaculada" (1962) dice que "en 1595 el Padre Juan Romero llega a Santa Fe procedente de Asunción. (…) y en días festivos encabezaba la procesión en la que se juntaban los indios en número crecido, pues pasaban a veces de mil, precedidos de setenta y más niños españoles, salían en devota procesión cantando los Misterios Sagrados".
En 1609 comienzan las actividades en las misiones jesuíticas del Paraguay y en breve se inicia un movimiento musical entre ellas y las ciudades argentinas. En lo que a Santa Fe se refiere "en 1627, los indios músicos que el Padre Comental llevaba, viniendo desde Buenos Aires y yendo hacia la Misión de San Ignacio, celebraron en nuestro Colegio de la Inmaculada la fiesta de Corpus con danzas, música y otros regocijos, dejando asombrados a todos los del lugar, que nunca habían visto cosa semejante, ni imaginaron pudiese caber en los que ellos tienen por tan bárbaros" (Furlong, 1962). El conjunto estaba integrado por veinte músicos, con violas da gamba y otros instrumentos.
Trasladada Santa Fe a su nuevo emplazamiento, en 1677 se encuentran referencias a "procesiones por la seca y las langostas, con misas cantadas en las iglesias". Para entonces, las celebraciones más solemnes se realizaban en honor a San Gerónimo, patrono de la ciudad y para las Fiestas de Pascua "con bailes públicos y privados, comidas y toda clase de fiestas" (Pérez Chiara, 1973). Al no hallarse inventarios, no puede saberse con exactitud con qué instrumentos contaban las iglesias, pero sí se sabe que en la de la Inmaculada había un órgano, ya que en los "Libros de cuentas" de la orden jesuita aparece el pago de 27 pesos a los indios que en 1714 se encargaron de la reparación del instrumento.
En San Javier
En 1752 el padre Florián Paucke llegó a Santa Fe y comenzó su actividad con los mocovíes en la Misión de San Francisco Javier, actual San Javier. Su habilidad como compositor de piezas musicales y como músico tocando violín, flauta, corneta de monte y espineta, asombraba a los indios quienes tomaban con gusto sus lecciones de música. A los tres años de haber llegado, Paucke había formado ya una orquesta de veinte ejecutantes, cuyos instrumentos se fabricaban en los talleres de la misma reducción. La gran fama que estos artistas se granjearon los obligó, en repetidas ocasiones, a dar conciertos tanto en Buenos Aires como en Santa Fe.
Vuelto a Europa, en 1768, luego de la extradición, Paucke se radicó en Bohemia, dedicándose al ejercicio de su ministerio sacerdotal hasta que terminó sus días en el monasterio de Zwettl, Baja Austria. Durante su estadía en este monasterio escribió las memorias de su viaje a tierras americanas con el siguiente título: "Aquí y allí. Allí placer y regocijo, aquí amarguras y angustias". En este documento se refiere a uno de sus mejores discípulos, el violinista indio Francisco: "Era un muchacho muy alegre y cuando yo no estaba presente, enseñaba con gestos divertidos a los otros indios, el modo de llevar el arco sobre el violín, a hacer un buen toque como también trinos, glosas, variaciones y mordentes. Mirad camaradas -decía él- cómo debéis hacerlo. Así lo hace nuestro Paterlec (así me llamaban los indios)".
Refiere Paucke que, movido por la curiosidad, espiaba por una hendija de la puerta las lecciones que impartía su discípulo preferido: "Ahora -les decía- mantened el violín en derechura hacia afuera, igualmente la cabeza, levantad el brazo izquierdo y la mano con el violín bien derechura ni demasiado hacia arriba ni hacia abajo; jamás hay que apretar el codo contra el cuerpo; el plano de la mano no debe jamás apretar el cuello del violín (...). Así los instruía en cuanto concernía a la mano derecha, en llevar el arco y semejantes otras cosas más en manera no diferente de cómo solía yo hacerlo cuando les indicaba las reglas. Nada era más ameno para mí que cuando él les mostraba la forma de hacer trinos sobre el violín. ¡Ahora -decía él- los trinos suspendidos! y los hacía con un dedo colocado tiesamente sobre la cuarta o la quinta, cuya posición cambiaba hacia adelante o hacia atrás. Ahora un trino simple, ahora un trino doble con cambio sobre la tercera!. Todo esto les enseñaba con una cara plena de broma como más de una vez he visto sin que él lo notara (...)" (Pérez Chiara, 1973).
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta provincial de Estudios Históricos y el Centro de Estudios Hispanoamericanos.