¿Qué hubiese pasado si Jesús no nacía fuerte y vigoroso?
María y Jesús, podrían ser, en calle Tucumán entre San Martín y San Jerónimo, vereda norte, el miércoles 4 de diciembre a las doce del mediodía. Foto con permiso. Gentileza
Ya estamos cerca de Navidad. Entonces viene bien observar, o recordar, que la Navidad es sobre todo una cuestión de pediatría porque conmemora, festeja, celebra el nacimiento de un bebé. Es poco lo que se sabe sobre los mil primeros días de la vida de este bebé, y por lo tanto debemos suponer lo que pasó en base a lo que en general pasa, y pasaba, y pudo haber pasado.
Los decisivos mil primeros días de un bebé comienzan el día de la concepción. En el caso de Jesús, este momento es incierto, ni sabemos casi nada sobre las semanas y meses siguientes, y por tanto no podemos sacar cálculos para saber si el niño Jesús nació a tiempo, o prematuro.
Durante el embarazo, la madre, María, adolescente, despertaría comentarios tal vez malévolos, tal vez envidiosos en la vecindad. Ella no les haría caso porque bien sabía, puesto que así se lo habían dicho, que la concepción había sido milagrosa. No obstante, supongo que habrá recibido la comprensión, los consejos, las oraciones de las buenas mujeres que la rodeaban.
Suponemos que no nació prematuro sino de término porque esto es más probable, y seguro que por aquella época lo era aún más. En efecto, el porcentaje de bebés prematuros es al parecer cada vez más alto, y esto hace pensar que por aquel entonces no serían tantos los prematuros como lo son hoy, y que en todo caso aquellos prematuros tendrían menos probabilidades de sobrevivir a sus primeros días y meses de vida. Siendo así, hay que pensar que Jesús nació tras cuarenta semanas de gestación, quince días más, quince días menos.
Por ser María madre primeriza, el parto debió de ser más bien largo, y al parecer no tuvo más ayuda que la divina y la de José. Al fin nació bien, y con toda probabilidad respiró en seguida después de nacer. Lo suponemos así porque con el tiempo no presentó síntomas relacionados con la falta de oxígeno durante el parto, o después.
Pero si Jesús no hubiera nacido así, fuerte y vigoroso, y ávido de una primera y decisiva bocanada de aire con oxígeno, la consideración de la discapacidad, desde entonces y para siempre, hubiese sido muy distinta. Si por causas relativas al parto, a un parto largo y difícil, el niño Jesús hubiera nacido flácido, sin fuerzas ni respiración espontánea, tal vez José, con sus manos de carpintero, hubiese intentado reanimarlo. Muchas mujeres en el mundo, aún hoy, se ven envueltas, desesperadas, en una situación similar.
Si los esfuerzos de José y el hálito de la vaca del pesebre consiguen por fin, tras largos y angustiosos minutos, que aquel bebé comience a respirar por sí mismo, es probable que le hubiesen quedado secuelas graves, en lo físico y en lo mental, a causa de la falta inmediata de oxígeno. En este caso, la historia de la humanidad, y en particular del cristianismo, y de la discapacidad, hubiera sido diferente.
Un Jesús discapacitado hubiese cambiado para siempre la consideración de la discapacidad. Otro gallo hubiera cantado, para él y para sus padres, y para todos los niños discapacitados del mundo desde entonces. Un Jesús discapacitado hubiera estado presente, con su madre, en la jornada Convive, la tarde del pasado martes 3 de diciembre en El Molino. Fue una jornada sobre la discapacidad, sobre convivir con la discapacidad, sobre los derechos de quienes son discapacitados.
Allí había adultos ciegos, adolescentes sordomudos, niños con síndrome de Down, discapacitados diversos en lo físico y en lo intelectual. Alguien regalaba alfajores, había música y lindo ambiente. Un niño me llamó en particular la atención, en silla de ruedas, su madre intentaba darle pedacitos de alfajor pero el niño parecía atragantarse con ellos. Tenía un babero grande, tendría ocho o nueve años. Hubiera jurado que sus movimientos espasmódicos y sin control eran secuela de la falta de oxígeno al nacer. No me atreví a preguntarle el nombre por temor a llamarse Jesús.
Jesús nació bien, no tenemos argumentos para pensar en contra. Nació de pelo negro, de ojos oscuros y de piel morena. Difícil pensar que fue el bebé rubio que nos muestran aún hoy ciertas imágenes. Nació tirando a morocho, y en esto se parecería a su madre. Me gustaría saber qué reacciones se despertarían si todo esto pasara ahora, hoy en Santa Fe, en algún lugar de la periferia al cual sólo van aquéllos que no tienen lugar en la posada, porque no la pueden pagar, o porque los persigue un dictador envidioso, cruel y caprichoso, ávido.
Todos somos Jesús y María
En pleno centro de la ciudad de Santa Fe, el miércoles 4 de diciembre a eso de las doce del mediodía, calle Tucumán entre San Martín y San Jerónimo, a metros de la peatonal, allí estaban. La vereda es estrecha, y todos pasaban evitando la escena. No sé si ese bebé es hijo de esa chica. La abuela y otros del grupo estarían cerca y entre todos habrían creado la escena para inspirar lástima y con ella estimular la generosidad piadosa de los muchos transeúntes que por allí pasaban. Pero la escena no parecía tener mucho éxito.
Por favor, nadie levante el dedo acusador, o más bien que lo levante para señalar a quienes crearon, y aún hoy mantienen las condiciones que a ciertas personas las conducen a esta escena. El bebé dormía plácido, seguro que había tomado bien el pecho. Ella estaba limpia, tenía el pelo limpio, las uñas pintadas. Mientras algunos, allá, diseñan estrategias para facilitar que los ricos sean más ricos a costa de los pobres ser más pobres, acá los pobres desarrollan estrategias y utilizan todos los medios que tienen al alcance de la mano para conseguir el mismo objetivo, dinero. No veo que haya grandes diferencias. Nadie se rasgue las vestiduras, más bien mírese al espejo.
Mientras tanto, el bar que está en la esquina ya servía los almuerzos exuberantes, fritos que desbordan el plato, y entró un chico, tirando a morocho, con los pies sucios, descalzos, anchos, que ofrecía repasadores y bolsas de basura. Un rato antes había entrado una chica apenas puberal ofreciendo los mismos productos, y tampoco obtuvo éxito. Pude ver una bandeja donde una pila de fritas escondía parcialmente una milanesa que excedía tanto el plato como lo razonable. Era evidente que ambos chicos, ofreciendo lo mismo y en el mismo lugar, respondían a una estrategia de ventas, y que tienen un mayorista a quien seguramente le rinden cuentas. Unos y otros diseñan estrategias para ganar dinero, unos con la ley, otros con la trampa.
Un par de días después, a la siesta, el mismo chico estaba en la estación de ómnibus ofreciendo los mismos repasadores y las mismas bolsas de basura. Tenía la misma camisa roja de antes, iba sucio, pero ya no iba descalzo. Entonces comprendí que mientras unos pueden ir descalzos o calzados según la estrategia de venta, otros vociferan y recurren a otras trampas como estrategia para vendernos la moto.
Y me pregunto otra vez qué reacciones despertaría una adolescente, embarazada tras una concepción milagrosa, si estuviera teniendo su bebé, muy esperado y muy querido, en un lugar pobre y sucio, sin más ayuda que la divina, y a lo mejor la de su compañero, y del hálito de la vaca. Feliz Navidad, a todos, con perdón.
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