Por Cristian Sperati (*)
Por Cristian Sperati (*)
¿Cómo un contador acostumbrado a lo lógico y estructurado de los números de un balance se aferre a las cábalas de sentarse en el mismo lugar a la mesa familiar? ¿Cómo una pediatra con dulce vocabulario infantil desgarre su garganta a insulto limpio cuando el rival nos empata?
¿Cómo un ateo recalcitrante puede prometer ir de rodillas a la Virgen de Guadalupe por un éxito del que no es protagonista ni le cambiará el mañana? ¿Cómo un docente pulcro y distinguido en su vestimenta, se trepe a un árbol con el torso desnudo y revoleando lo que sea ante miles de personas?
¿Cómo una jueza penal con un apego estricto a la ley revolee sus ojos rojos insultando al delincuente del árbitro que cobra cualquier cosa? ¿Cómo un cardiólogo con maestrías y doctorados en el exterior, que imparte consejos sobre la prevención del ACV, se desparrame en el sillón de su casa con la presión cercana a 20 por una salvada del arquero sobre el final del suplementario?
¿Cómo una persona poco afecta a los cariños se sumerja en abrazos llenos de besos y lágrimas con individuos que no conoce? ¿Cómo un país con un 50% de pobreza, en dos horas agote el stock de camisetas, banderas, cornetas, etc, de vendedores ambulantes que se la rebuscan en la diaria?
La neurociencia intenta dar una respuesta al reconocer que somos seres emocionales que razonamos. La emoción gobierna desde el inconsciente y la razón se encarga de justificarla como si fuese nuestro abogado defensor. Es que la vida tiene cosas del fútbol o al revés. Uno se prepara, da su mejor versión, busca sus oportunidades y cuando todo parece encaminado al éxito aparecen situaciones que nos hacen dudar de nuestra capacidad y no una, sino varias veces.
El ejemplo es ese que está pensando, el 2 a 2 o el 3 a 3. Es el momento de la resiliencia, de sacar del medio para remontar el resultado, de reconvertir el estado de desánimo en una nueva carrera contra el arco de enfrente. Sí, como la vida.
Tengamos presente algo importante, más allá del resultado final la clave es disfrutar del proceso. ¿Cómo es eso? Festejar cada partido, cada paso en positivo que damos, no dar trascendencia a las críticas del exterior y rodearse de personas que hagan de la cotidianidad un desafío constante. Un entorno sano potencia nuestras fortalezas y disimulas las debilidades.
Y aunque algunas personas racionales y con la cabeza fría definan a este deporte como "22 boludos que corren detrás de una pelota", nuestros corazones laten cada vez más rápido, nuestras manos no dejan de transpirar, las lágrimas recorren las mejillas rojas color sangre y las tripas rechinan de tanta angustia contenida.
Insisto, no te lo puedo explicar porque no lo vas a entender, reconozco que yo tampoco. Solo sé que el resto de mis días llevaré impresa en mi retina la foto con mis hijos llorando, gritando, sufriendo y festejando por un partido de fútbol.
(*) Consultor psicológico.