Teléfono…
Teléfono…
El celular, en mi bolsillo, no para de sonar, pero el teléfono fijo de casa sólo para familia o algunas encuestadoras, de esas que siguen insistiendo.
Sonó a las siente y desde un número desconocido. Me preparé para una sorpresa.
Y fue una sorpresa nomás.
-Buenas tardes, ¿hablo con el señor que escribe en el diario sobre el Hotel Ritz? Es que busqué su número en la guía.
-Sí señora. ¿En que la puedo ayudar? -me apresuré a contestar.
-Tengo una historia que le quiero contar; en una de esas le interesa. ¡Ah!, me llamo Julia.
- Claro Julia, cuando usted quiera me la cuenta. ¿Será del Hotel?
- Sí, sí. ¿Me podrá llamar el sábado? Perdone, es que estamos ya por comer y en mi familia la cena es sagrada, vio.
- Claro señora, anoto su número y la llamo el sábado a la tarde. ¿Le parece bien?
Llamé ese sábado. Me atendió una mujer joven y largó que estaba comunicado con no se qué Hogar de Ancianos. Al principio pensé que me había equivocado, pero no.
-¿En qué puedo ayudarlo señor?
-Mire, quiero hablar con una señora que me llamó los otros días, se llama Julia y creo que vive ahí.
-¿Julia? ¿Usted es pariente?
-No, pero me dijo que quería contarme una historia del Hotel Ritz…
-Ah sí, sí, ya sé quién es, espere que la llamo.
Y Julia, a quien nunca vi a los ojos y probablemente nunca vea en esta vida, me largó su conmovedora historia de un saque.
Un saque que duró más de dos horas.
Y yo disfruté cada palabra, cada segundo; como cuando mi papá me leía un cuento de niño.
Y comencé a agradecer a Dios el haberme sumergido en estas historias de un Hotel abandonado, en una ciudad olvidada, en el interior de un país remoto que, para ser honesto, pienso sólo nos importa a los de por acá.
Por aquellos días, los dueños querían que los santafesinos conozcamos el Hotel Ritz y de paso, recaudar algo de dinero. Lo cierto es que el diario y LT9 comenzaron a anunciar los bailes del Ritz a toda orquesta.
Mi mamá, que era una gallega costurera, fue la que insistió para que yo vaya al baile. "Si es necesario vamos a juntar peso por peso, pero tenés que ir". Cosas de antes, vio.
Con mis primas (Susana y Ana) empezamos a ahorrar para ir al baile de primavera y conseguimos la plata entre mandados y pedidos. Pero surgió otro problema inesperado, la radio ahora decía que las chicas (yo tenía 17 y mis primas 19) teníamos que asistir con vestido largo.
A cuatro días del baile volvimos a la carga.
Mi tía Antonia, consiguió unas telas de saldo en la Sedería Boral y mi mamá, en una noche, nos hizo el vestido a las tres. El mismo vestido pero con géneros distintos. Es que ella sólo era remendona vio.
Eso, si mal no recuerdo, pasó un viernes. El baile era el sábado. Y mi papá, que era zapatero, y nunca se metía en temas de mujeres, cosas de gallegos vio, cuando le fui a mostrar el vestido, se me acercó y llorisqueando me dijo al oído... Perdone, es que me emociona acordarme… -interrumpió su relato.
-No hay problemas, tranquila, tenemos tiempo -intenté calmarla.
-Bueno ya está, ya pasó. Mi papá me dijo al oído que estaba muy linda y que tenía una sorpresa para mí ¿Se imagina?
Bueno, la sorpresa llegó el sábado a las 9 de la noche. Papá había contratado un taxi para que nos lleve hasta el Ritz... ¡ay!, perdone... -dijo quebrada de nuevo por la emoción. -Estoy hecha una vieja tonta.
¿Se imagina? -repitió. -Él era zapatero, andaba en una bicicleta destartalada con un carrito; apenas le alcanzaba; nunca había subido a un taxi. Querido viejo…
La cuestión es que llegamos con nuestras entradas y nuestros vestidos largos. Un conserje abrió la puerta del taxi y nos condujo hasta la escalera. El baile era en el quinto o sexto piso. No recuerdo bien. Esa noche primero cantaba Estela Raval y luego comenzaba el baile. Ahí conocí al que iba a ser mi marido. ¿Usted puede creer? Esa misma noche. Casualidad ¿no?
Él se llama; se llamaba Alejandro y cuando me sacó a bailar contó que venía de la campaña y que se estaba hospedando desde hacía unos días en el Hotel. Jajajaja. ¡Mentiroso! Resultó que era el botones del Hotel. Pero bueno, yo tampoco le dije que era la hija de la costurera y el zapatero de Barrio Candioti. Jajaja.
Nos pusimos de novios. Yo lo pasaba a buscar por el Ritz a la tardecita cuando terminaba el turno. Y nos dijimos la verdad, y nos casamos y tuvimos tres hijos hermosos.
Un largo silencio.
-Le voy a contar algo más. Si no le aburre.
Sabe que cuando abrió el Shopping, yo no quería ir porque me ponía triste, cosa de mujeres vio. Pero él insistía y fuimos. En un descuido, me dejó con los más chicos en el bar y subió por las escaleras de servicio, hasta el quinto piso para mostrarle a Marito donde nos habíamos conocido. ¡Qué locura!
Pero bajaron contentos. Incluso dijeron de volver con la cámara de fotos.
A los pocos días nos enteramos que el Shopping había cerrado sus puertas. Dijeron que para arreglarlo pero, con el paso de los días, nos dimos cuenta de que no iba a abrir más.
Bueno, gracias por escucharme y perdone si fui muy pesada.
-Al contrario, me encantó su historia. ¡Ah! Julia, ¿me autoriza a publicarla?
-Sí claro, pero le pido que no mencione quien soy, sobre todo por mis hijos. Uno es abogado y los otros tienen un comercio en el centro, cerca del Ritz.
Bueno, me tengo que preparar para la cena, es que en mi familia la cena es sagrada…
Tu historia puede inspirarnos
"Veinte relatos posibles" son aventuras literarias entre la ficción y la realidad, que recorrerán las distintas etapas del Edificio Plaza Ritz. Tu historia puede inspirarnos y podés enviarla a: opinion@ellitoral.com