Mucho antes de que la cruz sea el emblema de la cristiandad fue el símbolo del equilibrio: arriba igual que abajo, el cielo en armonía con lo terrenal, el justo medio.
Mucho antes de que la cruz sea el emblema de la cristiandad fue el símbolo del equilibrio: arriba igual que abajo, el cielo en armonía con lo terrenal, el justo medio.
Por estos días la cruz, nuestra cruz, se observa ciertamente inclinada.
Pienso en el equilibrio. Ante tanta desigualdad, desde hace días, pienso en el equilibrio.
El verano y el invierno, el día y la noche, la vida y la muerte. El yin y yang.
Un bibliotecario de la antigua China, llamado Lao Tse, hace más de 2500 años, sistematizó esto del yin y el yang en un sabio librito de sólo cinco mil caracteres, que afianzó la base de la milenaria filosofía taoista: El Tao Te King (camino de la vida y la virtud).
Yo esta vez nací lejos de oriente, en Santa Fe de la Vera Cruz, una ciudad mediterránea en el medio de un país nuevo, en el extremo sur del continente americano.
Pienso en estas naderías, sentado en un banco de la costanera ribereña lindero al faro apócrifo, que alguien supuso que sería alegórico levantar en el lugar.
Frente a mí puesto, una barrera de palos borrachos en flor parece confirmar la teoría del viejo maestro chino. Poseen troncos rechonchos, de madera inservible, con deformidades, y cubierto de amenazantes espinas puntiagudas que, sin embargo, confluyen en un follaje atiborrado de flores espléndidas, similares a orquídeas, que detonan en rosado y nácar.
Entretanto cae la noche.
La noche santafesina, hace bastante dejó de ser un tiempo de refrescante regocijo con olor a cebada y comidas cosmopolitas compartida. Al menos para mí.
Parece ser que, de un tiempo a esta parte, un sádico conjuro pasó a convertirla en coto de caza de ciertos impiadosos bandidos que acechan inocencias y bienes de la buena gente.
Es tan dura esta realidad y condiciona tanto a mis vecinos, que son pocos los que se acuerdan de levantar la mirada, como alguna vez nos enseñaron. Casi nadie repara en las estrellas de nuestro extendido cielo de llanura y son menos aún, los que disfrutan del conmovedor vuelo nocturno de las garzas blancas en formación “ve” que siguen cruzando, en las alturas, rumbo a las islas. Si hasta parecen otear desde la inmensidad de la noche, una comarca que, para ellas, poco ha cambiado en los últimos milenios.
El equilibrio nunca está ausente. Es propio de nuestro universo, aunque cueste entenderlo. Aun en estos ajetreados y violentos días, el peligro de las calles de abajo contrasta (o acaso complementa) con la paz que ofrece a quienes avistan el sublime cielo santafesino, transitado por aves en migración permanente.
Sospecho, por lo que leo, que los hombres y las mujeres de este tiempo hemos olvidado el principio de la equidad, suponemos que las cosas son de una manera o de otra. Subestimamos los grises.
No advertimos que todo, absolutamente todo, encierra a su contrapuesto, incluso nosotros mismos que, aunque nos empeñamos en ocultar una cara, no podemos desprendernos totalmente de ella. Naturaleza humana.
Por generaciones, hemos sido educados en la absurda idea que nos conmina a pensar que no hay magia en la pobreza, ni dolor en la riqueza; que no hay belleza en los viejos, que no existe feminidad en los hombres ni masculinidad en las mujeres, que no hay una dosis de divinidad en lo que suponemos maligno…
Es bastante posible que esta manera de pensar sea, en gran medida, el origen de nuestros males presentes, o al menos, que consecuencia de esta concepción maniqueista, no hayamos podido apreciar el milagro del existir desde distintas ópticas y con ello avanzar por el camino de la sabiduría.
En estos agitados días de conflictividad social exacerbada, los formadores de opinión de todas las profesiones, se empeñan en convencernos de que existen dos bandos. Y, por supuesto, nos invitan a integrarnos al que ellos dignamente representan, apelando a nuestro ego, “porque somos distintos, no como los otros que tanto mal hacen”. Ovejas descarriadas.
Es justo ahí donde engarza el pensamiento dogmático y Santa Fe de la Vera Cruz, es una muestra perfectamente representativa.
Les traigo una ingrata noticia, seguro influenciada por un viejo filósofo chino que fue bibliotecario del gran imperio hace 2500 años:
Como los palos borrachos, en todos convive una parte áspera y agresiva, con otra bella y pacífica.
Todos somos potenciales delincuentes y todos tenemos una cuota de sectarios, detractores, por las dudas, de lo que no conocemos.
Dentro de cada quien conviven aspectos masculinos y femeninos en casi idéntica proporción.
Ante determinadas situaciones quienes se dicen progresistas, suelen convertirse en tercos conservadores y viceversa.
El viento del este me trae de regreso y avisa que es tiempo de volver a lo cotidiano. Camino por la avenida costanera rumbo a mi casa, con el río espejado cruzado por el reflejo de una luna llena fundida en plata candente.
Cierro los ojos para percibir mejor el aroma; olor a río, mezcla de agua dulce y tierra ferrosa amalgamada con esencias de vida animal y vegetal en descomposición. Paisaje extraordinario. Cuesta imaginar que es el mismo río que de tanto en tanto enloquece y se transforma en una amenaza, capaz de arrasar con todo a su paso.
Como en la filosofía oriental, el yin y yang son dos energías opuestas que se necesitan y se complementan, la existencia de una depende de la existencia de la otra.
(En base al relato: Desequilibrios de mi ciudad, del libro “La ciudad está viva y rezonga”)