"¡Trámites, normas, cortesía, usos intermediarios, justicia, razón! ¿De qué vino inventar todo esto, crear tanta complicación? (…) si miramos por dentro cada uno de esos trebejos de la civilización que acabo de enumerar, hallaremos una misma entraña en todos. Todos, en efecto, suponen el deseo radical y progresivo de contar cada persona con las demás. Civilización es, antes que nada, voluntad de convivencia".
José Ortega y Gasset (1930)
El hombre, sin elección alguna, se encuentra en esta vida junto a otros. Comparte tiempo y espacio en la casa, en el colegio, en el trabajo y en los lugares públicos. Inexorablemente hay una vida en común. Tal como lo expresó Tzvetan Todorov, no cabe preguntarse, como lo hizo Thomas Hobbes, "¿por qué los hombres escogen vivir en sociedad?" Se vive en sociedad, concluye el filósofo, porque no hay para el hombre otra forma de existencia posible.
La convivencia con el prójimo merece, entonces, una reflexión, pero inclusive aún más si tu vida transcurre en la Argentina. Un rasgo significativo que permite apreciar si hay convivencia en sentido cabal, es distinguir si estamos ante una acción directa de las personas o, en cambio, frente a un proceder indirecto. Entre aquello que prescinde de la intermediación y se va en línea recta en los quehaceres de la vida, a otra actitud bien diferente, la actuación con cierta mediación, esencialmente, a través de pasos generados por la cultura y la educación.
Mirá tambiénJustificar el orden (Parte I)El que señaló esto con claridad fue el filósofo español José Ortega y Gasset, quien explicó que en los procedimientos indirectos existe una conducta civilizada por parte del hombre, en tanto allí está el deseo de convivencia con los demás, hay una voluntad de contar con todos. El problema es que existe actualmente, con evidente notoriedad, un desdén hacia todo aquello que importe transitar un procedimiento predeterminado, ya sea respetar normas y reglas que regulan espacios de convivencia, o participar de una deliberación necesaria para alcanzar algún objetivo, o tener comportamientos que requieran de cierta ritualidad. Hay, concretamente, un desapego por lo "indirecto", lo "intermediado", lo "convencional" y la "formalidad".
La elección constante, en la actualidad, es ejercer la "acción directa" en diversos aspectos de la vida, con clara consciencia de ello e incluso con cierta satisfacción y orgullo. El camino hacia lo que se quiere debe estar allanado, libre de cualquier obstáculo. El ideal es la línea recta entre el individuo y lo deseado o la pretensión anhelada, no permitiéndose que en el medio haya un procedimiento o una norma que deba respetarse para alcanzar el fin propuesto.
Por el contrario, si partimos de una voluntad que tiene en cuenta al prójimo, lo que sigue es algo muy distinto a una acción directa dirigida hacia lo que se desea. Habrá, necesariamente, instancias que importarán un respeto, un resguardo, un conocimiento de lo que el otro también desea. Surgirán inmediatamente los debates y procedimientos. Aparecerá el diálogo en base a argumentos que derivarán en acuerdos y, luego, en la fijación de reglas y normas de conductas, así tendrán su lugar las instituciones. No habrá márgenes para el capricho y la arbitrariedad. Las instancias indirectas resguardan a los unos de los otros a fin de que impere armonía y paz social.
Para la acción directa basta con uno mismo o una voluntad de un determinado sector social. Anhelan el reconocimiento de un reclamo y, entonces, cortan una vía pública para coaccionar. Ocupan un lugar de poder y deciden hacer lo que quieran y como les plazca. Sufren un daño o una injusticia y utilizan la fuerza para resarcirse. En ningún momento el otro, el prójimo, una voluntad y opinión distinta, está en la consideración de esa persona o grupo que se sumergen en las bravías aguas de la actuación directa.
En el intercambio social el desprestigio de la "cortesía" es un síntoma que evidencia el abandono del accionar indirecto en el hombre. Ortega destacó que la cortesía era una técnica social que hacía más suave el choque, la lucha y el roce que importa socializar, al crear unos mínimos muelles en torno de cada uno que amenguan el topetazo de los demás contra nosotros y de nosotros sobre ellos. Ciertos modos, en gestos y palabras, que han pretendido mediar y hacer amigable la vida en común, han sido abandonados paulatinamente.
Acudir a las normas de cortesía, según el lugar y la situación en que se encuentre la persona, importa la suspensión del estado de ánimo que sea o de los prejuicios que se tengan a instancias de predisponernos a sociabilizar con el prójimo. Permiten abordar y que nos aborden de un modo previsible y amigable. Cada vida cae en un lugar común y ninguna avasalla a la otra.
Mirá tambiénJustificar el orden (Parte II)En el contacto social actual, se justifica el abandono de la cortesía en base a una pretendida "autenticidad" o "sinceridad". La manera de saludar y comportarse se condice con el estado de ánimo del momento. El desplazamiento de la cortesía pretende ser validado con la emoción circunstancial. De este modo vemos diariamente que la "acción directa", eso que siento sin mediación alguna, va avasallando inevitablemente al prójimo.
Cuando se considera que ciertas maneras de saludo, determinadas formas de solicitar, específicos comportamientos según las circunstancias o reglados rituales para ceremonias o acontecimientos puntuales, carecen de sentido, se ha perdido mucho más que una mera formalidad: la convivencia cae en el conflicto, en el destrato, en el predominio de quien sustenta el poder en la relación con un inevitable sometimiento del otro.
Al posar la mirada en otras aristas de la vida social, como el plano de los conflictos o de las conductas injustas e ilegales, advertimos que está prevista la existencia de un proceso judicial normado, es decir, instancias indirecta de actuación. El Estado tiene el monopolio de la fuerza y el ciudadano debe acudir a él para resolver sus problemas. Es la superación de la pretensión de hacer "justicia por mano propia". El pensador madrileño destacó que la civilización no es otra cosa que reducir la fuerza a "última ratio". Pero si aquí también advertimos que a pesar de lo previsto se toma el atajo de la "acción directa", los problemas interpersonales y sociales se agudizan. Es que podemos observar, como señaló Ortega y Gasset, que la "acción directa" invierte el orden y proclama la violencia como "prima ratio", como única razón y, entonces, esa violencia se torna en norma que propone la anulación de toda norma.
Este análisis también podemos trasladarlo a otros ámbitos. A nivel político observamos que la "democracia republicana" posee un cuidado circuito de instancias intermediadas, que evitan el accionar directo de la ciudadanía. Es una democracia indirecta con división de los poderes del Estado, pretendiéndose un control y equilibrio entre los mismos. Lo contrario, esquivar las intermediaciones de las instituciones previstas, como puede verse con mucha frecuencia, importa no sólo un vida pública al margen de las actuales leyes y Constitución, sino un constante proceder fáctico de los actores políticos y públicos ajeno al bien común.
Si cada uno, tal como se describió, elige la acción directa y, entonces, al obrar así indudablemente no está contando con el prójimo, cabe indagar la razón por cual se actúa de ese modo. En fin, hay que cuestionarnos haber abandonado lo que bella y poéticamente denominó Antonio Machado "la incurable otredad que padece lo uno".
Cuando se considera que no es necesario dialogar, cuando no se tienen dudas al juzgar y señalar sin rodeos fuera de los procedimientos previstos, cuando no importa saludar y tener delicadeza en el contacto social con el otro, cuando se tiene certeza al tomar decisiones sin debate y consulta, nos encontramos -entonces y sin lugar a dudas- ante personas que se consideran completas, autosuficientes.
Son aquellos seres que, según Ortega y Gasset, se encuentran con un reportorio de ideas dentro de sí y contentas con ello se consideran intelectualmente completas, se instalan definitivamente en ese lugar y no echan de menos nada fuera de sí. El filósofo español no dudó en ver ahí que tales personas tienen obliterada su alma, se encuentran herméticos y que ese
hermetismo les impide lo que sería la condición previa para descubrir su insuficiencia, el poder compararse con otros. Y, en lo que aquí interesa, Ortega concluye que ese "hermetismo del alma" los lleva a un procedimiento único de intervención en la vida social: la acción directa.
Este diagnóstico de nuestra sociedad no puede ser menos que trágico, tiene un calado muy profundo y sus síntomas ya son muy evidentes, el empobrecimiento material, espiritual y moral está a la vista. En la descripción misma de este descenso de la calidad de vida social, quedó en evidencia que obedece a un abandono y descuido de la educación y la cultura. Pronto, entonces, debemos ir de la nostalgia por aquellos procederes a ocuparnos con firmeza de una reconstrucción de los valores que sean el sostén de una convivencia social que tome en cuenta siempre al prójimo.
(*) Abogado. Actualmente es Relator Letrado de Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.