Por Ignacio H
Por Ignacio H
La noticia sobre las realistas muñecas sexuales japonesas deja en ridículo al impersonal orgasmatron de Woody Allen... pensé. Lo que no entiendo bien es por qué el colectivo de los derechos de género no se ha pronunciado contra los aparatos artificiales para “machos”; recordé que la “Hysteria” (la película) deja en evidencia que don Sigmund le daba a la maquinita para calmar aquello que los hombres de época (¿éramos?) incapaces de proveer.
Es que también hay artificios para “lo que ellas quieren”, pero la respuesta es insondable como la mismísima derterminación del ser. En esta sociedad donde las mujeres visibilizan derechos, tienen gran éxito las novelas turcas con harenes y no son noruegos tejiendo quienes las miran. Claro: los colectivos tienen distintas líneas, y llevan a diferentes destinos.
Buscaba un celular acorde a mis necesidades, cuidando que mis vanos deseos de consumo no traicionen mi bolsillo. Encontré el modelo, lo busqué en la página web del fabricante y le pregunté al “chat on line”, que me respondió, por supuesto, que ese aparato no estaba disponible en el mercado argentino.
Una mañana después, en la redacción del diario (perdón, las noticias son un continuo) leí en www.ituser.es que la consultora Forrester calculó en 7.600 millones de dólares los gastos publicitarios dilapidados durante 2016 en avisos de mala calidad en internet, que sólo vieron 40 % de humanos. Muchos bloquean la irrupción de anuncios en sus dispositivos.
Estos Nostradamus tecnológicos están anunciando algo así como la inminente muerte del todopoderoso (Google y Face ya tienen menos publicidad en EE.UU.). Pero predicen la llegada redentora de los agentes conversacionales. ¡Tengamos fe! ¡Aleluya! ¡Vuelven las relaciones interpersonales, cara a cara; le vamos a poder preguntar a un humano sin que una contestadora telefónica nos condene al laberinto sin fin!
Bueno... mejor no. Resulta ser que un agente conversacional es una entidad viviente artificial, diseñada para tener conversaciones con seres humanos reales. Por ejemplo el chat que me respondió lo del celular y que me ofreció muchas otras alternativas en base a deseos y capacidades económicos que yo no conozco pero los algoritmos sí.
A nadie invité para que me acompañe a buscar algo en las tiendas (ahora se dice así) y de paso tomar un café y charlar. Cara a cara. Y por ahí, quien sabe, seducir.
Una (¿un?) agente conversacional me vendió el smartphone. La robot japonesa o las modernas versiones de maquinitas de Sigmund no serán necesarias cuando nos ofrezcan, a todos y todas, on line, el orgasmartron a medida.