Nos escribe Alexia (44 años, Viedma): "Hola Luciano, te escribo porque tengo un tema con mi hijo de 8. Lo tuve de grande y con el papá nos separamos al poco tiempo, y la verdad es que siempre fui un poco papá y mamá a la vez. Esto no fue un problema cuando él era más chiquito, pero el tema es que ahora empezó a responder de un modo que no me gusta. Hasta me confronta cuando se frustra, echándome la culpa, por ejemplo, cuando pierde en algo. El otro día me dijo 'No me rompas las…' porque se le había roto un juguete y se fue a llorar a la habitación, y si yo quiero acercarme es peor. Después vino y me pidió perdón, pero la verdad no sé qué onda y si tengo que hacer una consulta. Te agradeceré mucho la respuesta".
Querida Alexia… ¡qué consulta! Muy difícil, pero por eso la elegí, porque sé que puede ser útil para muchas otras madres que me contaron situaciones similares. La circunstancia de ser madre y padre a la vez es algo corriente hoy, por diversos motivos: a veces porque no hubo varón en una pareja, porque no asumió la función parental o, directamente, porque puede estar presente y ser de "palo" o una sucursal materna.
No importan los motivos. El punto es que la pregunta en juego es hasta qué punto en la crianza de un pequeño varón se puede prescindir de otro varón o, mejor dicho, una instancia paterna diferenciada. Esta es una pregunta muy difícil y sé que todo lo que diga en esta breve columna será poco; pero igual avancemos, porque es un tema muy relevante y actual, por el que vale la pena el esfuerzo incompleto.
De tu consulta, Alexia, tomo dos cuestiones. Por un lado, que me contás que durante un tiempo todo anduvo bien y ahora, en los 8 años de tu niño, algo cambió. En este punto, te voy a dar primero una respuesta teórica, que luego voy a explicar: se trata de la actualización del complejo de Edipo, que no tiene que ver con la historia del amor por la madre y el padre en el lugar de rival. El Edipo es lo que tu hijo pone de manifiesto cuando se encuentra con el efecto de una pérdida irreparable.
Esto es lo que ocurrió con la rotura del juguete. Si le comprás otro, será otro, pero ya no puede ser el mismo, el anterior. Y ahí muchas veces las madres quieren consolar a los hijos y decirles que no es nada, que es solo un juguete, que tienen otros, pero creeme: nada de esto sirve, porque ser varón es atravesar esa pérdida irreparable. Si puedo darte un ejemplo que tal vez sea un poco vulgar, pero imagino claro, sería como si una mujer, ante un varón impotente en lo sexual, le dijera: "No te preocupes, igual podemos charlar, o quizá la próxima funcione…". La sensación de impotencia no tiene consuelo y eso explica la furia. Ahí no hay mucho que se pueda hacer y fíjate que él mismo lo sabe, porque se va a llorar a su habitación.
Lo interesante, como contás a continuación, es que él viene y te pide perdón. Creo que este es un elemento interesante, que se complementa con otro: si me hubieras contado que tu hijo no acepta perder cuando juega con un amigo, porque se queda enganchado en algún tipo de rivalidad hostil, o porque ante la confrontación siente que el otro lo goza y le quiere hacer algún daño, ahí mi respuesta hubiera sido otra y quizá más preocupada; pero en este punto te respondo con tranquilidad. Tu hijo sabe que es un tema suyo y que se trata de esperar de que se le pase y lo acepte. Dale su tiempo y su espacio.
Quiero ser más claro con esto último. Vos decís que él te echa la culpa, pero si después viene y te pide perdón es porque sabe que la culpa está de su lado. Es como si fuera un niño a dos aguas: entre la posición infantil de culpar al otro y el comienzo de virilización que va de la mano de consentir al fracaso eventual. ¡Tenés en casa a un pequeño varoncito! Y por supuesto que esto no depende de la anatomía, sino de la maravillosa experiencia que está transitando en su crecimiento.
Este es un tiempo de pasaje. Recuerdo cuando uno de mis hijos, también alrededor de la edad del tuyo, cuando tenía uno de estos arranques, luego venía y, en lugar de pedir perdón, le salía decir "Te perdono". ¡Qué complicado es poder asimilar la culpa como algo interno, ya que primero se la deposita afuera en el otro! Por eso cuando se trata de operaciones psíquicas no tienen mucho sentido los discursos ni las explicaciones que queremos decirles en el momento.
A partir de esto último quiero detenerme, por otro lado, en esa expresión que te dijo, la de "No me rompas…". Sin justificarla, te propongo que la interpretemos: ¿no es un dicho que sirve para situar la diferencia entre ustedes como la de un varón y una mujer, en el interior de la relación entre madre e hijo? Por eso antes utilicé el ejemplo de la impotencia. Y lo que voy a agregar, ahora sí como consejo, es un modo de intervención: si en el momento no cabe dar un consuelo, sí después creo que podría estar bueno que le digas que vos te das cuenta de que él perdió algo muy valioso para él, que esas cosas ocurren, pero que no por eso te puede decir lo que te dijo, que vos sos una mujer –además de una mamá– y que (si querés ponerle un poco de pimienta) un vecino, el encargado del edificio –si hay– o un tercero lo escuchó gritar y te preguntó qué pasó.
El objetivo de esta intervención es incluir un tercer lugar en la escena que, si solo los incluye a ustedes dos, tenderá a una intimidad que no servirá para resolver estas situaciones. Es necesario que su exabrupto -como la palabra lo indica- tenga una sanción exterior, que no tiene por qué ser punitiva ni se redime con que lo perdones.
Para concluir, querida Alexia, vuelvo a algo que dije al comienzo. La situación que me contás es muy amplia y compleja. Mi respuesta se ciñe a un caso ideal que quizá no se ajuste del todo al tuyo, por eso también incluí un elemento diferencial (en relación a la situación de perder con otro) para trazar un contrapunto y, llegada la coyuntura, también evalúes si es el momento de hacer una consulta especializada.
(...) Vos decís que él te echa la culpa, pero si después viene y te pide perdón es porque sabe que la culpa está de su lado. Es como si fuera un niño a dos aguas: entre la posición infantil de culpar al otro y el comienzo de virilización que va de la mano de consentir al fracaso eventual. ¡Tenés en casa a un pequeño varoncito! Y por supuesto que esto no depende de la anatomía, sino de la maravillosa experiencia que está transitando en su crecimiento.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com.