I
I
En política hay cosas que se dicen, hay cosas que no se dicen y hay cosas que se dicen a medias. Estos hábitos podrán resultarnos agradables o desagradables, pero así es esta actividad que delibera y decide alrededor de un tema clave para el ordenamiento social: el poder. Deliberar y decidir... la clave de la política, que en sociedades democráticas incluye en primer lugar ganar la adhesión de los ciudadanos, porque la legitimidad para el ejercicio del poder en las democracias representativas la otorga el voto. Se es presidente, gobernador, diputado o senador gracias al voto. Los elegidos ingresan a los despachos oficiales y designan secretarios, ministros y colaboradores, gracias al voto. Así funciona el sistema, así se juega. Se dice que los jueces no son elegidos y es verdad, pero es una verdad a medias. No son elegidos por el voto popular, pero son designados principalmente por quienes fueron beneficiados por el voto popular. Para conquistar el voto, algunos recurren a la racionalidad, otros a las emociones; algunos exageran, algunos mienten, algunos se victimizan; otros se presentan como los portadores de las grandes soluciones, algunos como los salvadores de la patria. Se supone que los votantes sabremos distinguir estas diferencias, pero también se supone que no estamos exentos a ser seducidos, a precipitarnos en el error. Uno de los problemitas de la democracia es que deposita en cada uno de nosotros la responsabilidad de elegir. En el mundo antiguo ese era un atributo de la sangre, de Dios o del guerrero. En las democracias actuales se participa con mayor o menor entusiasmo, pero quienes han adquirido más importancia son los indiferentes, aquellos que consideran que las desgracias del país provienen de la perfidia, la astucia o la inescrupulosidad de los políticos, cuando no, esa indiferencia es portadora de una negatividad hacia todo lo que signifique pensar en términos sociales; negatividad que en más de un caso no excluye beneficiarse cada vez que se les presente la oportunidad de los favores que les dispensan por un camino o por otro aquellos que dicen despreciar.
II
Me importa detenerme ahora en uno de los momentos claves de la vida política: las elecciones y los candidatos. La sociedad mira con recelo el electoralismo y desconfía de las promesas de los candidatos. Se sospecha que para ganar votos los candidatos mienten. En la Argentina, pero no solo en la Argentina, la política, los políticos y las elecciones son considerados sinónimo de trampa y oficio de fulleros. Hay matices en estas respuestas, pero para el sentido común de la sociedad la tentación de meter a todos en la misma bolsa suele estar presente, y si bien no creo que sea mayoritaria, porque en estos rechazos hay variaciones, es la más ruidosa y la más estéril. Por su parte, los políticos tratan de reducir este rechazo prometiendo que ellos son diferentes y que en todo caso son los otros políticos los portadores de estos vicios. A ver si nos ponemos de acuerdo. Con humor o mal humor, los argentinos hemos decidido vivir en democracia, y si bien las críticas a este sistema suelen ser diversas, como a nadie se le ocurre proponer algo diferente de buen o mal grado se lo acepta, aunque el clima de humor dominante sea el desencanto en sus más diferentes versiones.
III
Por supuesto que hay buenos motivos para arrullar la letanía del desencanto, pero también hay buenos motivos para afirmar que por ese camino las sociedades renuncian a una de las exigencias más importantes de la modernidad: pensar la realidad para transformarla y para transformarla en el interior de las sociedades democráticas, porque las experiencias alrededor del dictador salvador de la patria o de los revolucionarios portadores de los beneficios del paraíso en la tierra nos han conducido a desgracias y tragedias superiores a las que pretendíamos evitar. O sea que para bien o para mal, tenemos que desenvolvernos en el marco de las reglas de juego del estado de derecho con todas las dificultades que este juego conlleva. Organizar una convivencia aceptable entre más de cuarenta millones de personas con intereses diversos y a veces opuestos, es una tarea ardua sembrada de dificultades, celadas y trampas, pero también de virtudes y esfuerzos generosos. Desde ya hay que saber que sociedades perfectas no existen por lo menos en este mundo, que en las sociedades hay clases sociales, jerarquías, privilegios y, sobre todo, disputas por el poder, disputas que suelen ser duras y no siempre los ganadores son, como en las películas de nuestra adolescencia, los más buenos. No obstante ello, la política es la expresión más elevada, más compleja de esta convivencia, aunque importa saber que esa política, tal como la conocemos, no contiene todas las modalidades de disputa por el poder. Una de las exclamaciones preferidas de los enemigos de la política es decir: "A mí la política no me da de comer", como dando a entender que nada se debe esperar de ella. Hay algo de verdad en ese lugar común al cual muchos recurren, aunque en más de un caso estos furiosos críticos cuando ven a un político se deshacen en reverencias para conquistar algún favor. Pero admitamos que, efectivamente, es verdad: "la política no me da de comer", algo que bien mirado hasta puede ser justo, porque en las sociedades abiertas ganarse el sustento no debería ser la consecuencia de una dádiva de la política, sino del esfuerzo individual, sobre todo en sistemas cuyas instituciones se constituyen para asegurar las libertades que forjan al individuo libre. "La política no me da de comer", pero no es menos cierto que muchos "comen" de la política, lo que da lugar a otro debate respecto de cuánto poder disponen los políticos y si la verdadera riqueza de una nación depende de ellos o ellos son sus exclusivos y privilegiados beneficiarios.
IV
El parlamento, los tribunales, las casas de gobierno, los ministerios, sin duda que son centros de poder y decisión, pero no son los únicos, y en ciertas circunstancias ni siquiera son los más importantes. Una nación en la que la política decida sobre todo corre el riesgo de deslizarse hacia la autocracia o variantes parecidas; pero una nación donde la política es apenas un adorno, corre el riesgo de que el poder real quede en manos de quienes para legitimarse no necesitan de las elecciones y muchos menos de la deliberación pública con sus libertades y garantías. Valgan estas reflexiones para explicar por qué este año van a abundar las promesas políticas por parte de los más diversos candidatos. Ese aguacero de palabras puede fastidiarnos, pero los que disponemos de la memoria de los viejos sabemos que los excesos de retórica, la presencia sonriente de candidatos cuya sonrisa es el producto de prolongados ensayos frente a un espejo y bajo la orden de un exigente asesor, son preferibles, mil veces preferibles, al militar entorchado o el profeta que nos anuncia la salvación a través de la lucha armada o la llegada liberadora de una revolución. La Argentina hace rato que viene "cuesta abajo", pero sigue siendo un país en donde hay muchos valores que defender, muchas riquezas que explorar y muchas esperanzas que forjar. No lo vamos a lograr exclusivamente con la política, pero nada podremos hacer al margen de ella o en su contra. Dije en párrafos anteriores que la política está muy lejos de asimilarse a la santidad, pero tampoco es el infierno. Imperfecta como la propia condición humana, es al mismo tiempo una de las actividades nobles de la humanidad, en tanto se propone con sus límites pensar y transformar una nación.