Por Rogelio Alaniz
Se dice que en una familia la economía anda bien cuando los ingresos son superiores a los egresos. Esto quiere decir que se gasta menos de lo que se gana, sin dejar de atender las necesidades fundamentales que aseguren una aceptable calidad de vida. Las condiciones mejoran mucho si, además, hay capacidad de ahorro, lo que significa que una parte del sueldo se deposita en el banco o se esconde debajo del colchón para atender imprevistos. Puede ocurrir que esa familia disponga de ahorros heredados. Las célebres alhajas de la abuela, los terrenos que dejó la tía soltera o variantes por el estilo. Una familia tipo también puede endeudarse para atender algunas necesidades inmediatas o de mediano plazo. Construir un cuarto más, ampliar el comedor, puede ser un proyecto razonable. Otra causa que justifica endeudarse es pagar los estudios de los hijos, una inversión de mediano y largo plazo en sintonía con las exigencias de los tiempos actuales y futuros. Digamos que una familia dispone de sus ingresos regulares y de sus ahorros. La exigencia razonable es gastar menos de lo que se consume y contar con los ahorros como garantía. Como las sociedades modernas son cada vez más exigentes, sacar un crédito para financiar una iniciativa que merezca la pena es siempre una posibilidad a tener en cuenta, a veces la única para estar a la altura de las nuevas necesidades. Otra variante es disponer de los ahorros. Las alternativas son diversas, pero lo que debe quedar en claro es que a la hora del balance la ecuación básica debe mantenerse: mayores ingresos que egresos y cierta capacidad de ahorro. Si eso anda bien, el futuro está más o menos asegurado y el padre muy bien puede decir que la década pasada se ha ganado. Imagino algunas objeciones. Que hay padres sin empleo, familias que ganan menos de lo que pueden consumir mínimamente, etcétera, etcétera. Respondo a esas objeciones diciendo que estoy planteando un modelo ideal. Es decir, no estoy haciendo una evaluación política o histórica, estoy construyendo una metáfora. En ese modelo doy por sentado que el padre trabaja y que su calidad de vida básicamente es buena. Lo que en este caso importa reflexionar es cómo se comportan dos jefes de familia que disponen de condiciones de vida parecidas. Veamos. Uno cuida el gasto, mantiene hasta donde es posible los ahorros, justifica en nombre del bienestar de su familia cada una de las inversiones que realiza y está siempre atento para aprovechar las oportunidades que se le presentan y ampliar sus ingresos. El otro gasta más de lo que gana y hace rato que se ha consumido los ahorros. Sus gastos son diversos, pero todos improductivos. Por lo general consume bienes que están muy por encima de sus posibilidades, en algunas ocasiones incursiona en el casino y gasta lo poco que le quedaba. Para aliviar las culpas concede a los hijos los más diversos caprichos, caprichos cuya realización conspira contra una educación fundada en la cultura del trabajo y la excelencia. Con las inevitables diferencias en escala es posible trasladar este tipo de razonamiento para evaluar la economía nacional y la capacidad de gestión de sus responsables. El país A, no gasta más de lo que produce, se capitaliza y en las buenas coyunturas ahorra para atender necesidades imprevistas. El país B, hace todo lo contrario. Los dos disponen de las mismas posibilidades, pero la gestión de una clase dirigente garantiza el progreso, mientras que la gestión de la otra lleva al fracaso. Unos ganan una década, los otros la pierden. Retornemos a la unidad familiar. Un padre populista -ése es el nombre que se merece- es el que cree que lo más importante es hacer feliz a sus hijos, objetivo loable si previamente tiene en claro qué es la felicidad y qué hay que hacer para conquistarla. El problema se presenta cuando la supuesta felicidad de sus hijos está reñida -por ejemplo- con la cultura del trabajo o el esfuerzo intelectual. Para un padre populista estos son problemas menores o problemas a atender en el futuro. Lo que importa es pasarla bien en tiempo presente. El padre no orienta ni dirige, hace lo que los caprichos o las pulsiones de los hijos le solicitan y supone que satisfaciéndolos cumple a mil maravillas con su rol de padre y en más de un caso zanja culpas y remordimientos. Un gobierno populista actúa con la misma lógica. El presente es más valioso que el futuro, el objetivo es hacer feliz al pueblo con la ley del menor esfuerzo, los gastos son superiores a los ingresos, pero además son gastos superfluos, gastos que se agotan en su objetivo consumista. ¿Ejemplos familiares? El padre que supone que es más importante que el hijo disponga de una moto para hacer picadas en la Costanera que una educación exigente que lo capacite para el futuro. El chico, por supuesto, está “feliz” con un padre tan bueno que no le exige nada y le concede todo. Volvamos a la comparación de las dos familias que disponen de los mismos ingresos y los mismos hijos. La familia A ha ido mejorando su calidad de vida sobre la base de avances lentos pero constantes. Disponen de casa propia, sus hijos estudian en universidades de calidad y cuentan con ahorros guardados en una caja de seguridad o, conociendo el paño financiero local, debajo del colchón. La familia B vive un presente de jolgorio. Gastan a cuatro manos, el nene está contento porque le dejan hacer lo que quiere, incluso abandonar los estudios y la nena luce el mejor vestuario del barrio, aunque está muy lejos de ser la más inteligente del barrio. El precio a pagar es también evidente: la casa hipotecada y el sueldo embargado. El padre es consciente de que están al borde del abismo, pero espera ganar la lotería o encontrar un portafolio con plata olvidado en un taxi. Otra alternativa no tiene, y tampoco se le ocurre. Un padre que a la hora del balance descubre que ha gastado más de lo que ha producido, que no ha sido capaz de promover inversiones culturales y materiales puede elaborar diversas excusas, pero lo que no puede decir es que ha sido un padre que ha asegurado el futuro de su familia. Pregunto: el comportamiento de la familia B, ¿no nos evoca al de nuestros populistas criollos? Gastar más de lo que se produce; para continuar con la fiesta, empeñar las joyas de la abuela y “comerse” los ahorros; privilegiar las facilidades del presente ante las exigencias de construir el futuro. ¿Lo mismo puede decirse del país de los Kirchner? Es lo que estoy intentando demostrar. Por lo pronto, no hay década ganada con los ahorros consumidos y los bienes dilapidados. No hay década ganada si las bases estructurales de una economía están en rojo. ¿Ejemplos? Superávit primario negativo; superávit comercial negativo; ingreso de divisas negativo; cuenta energética negativa; tipo de cambio negativo. Por último, índice inflacionario a la altura de los más elevados del mundo. Pregunto: Si éste es el horizonte que se abre hacia el futuro, si ésta es la herencia que recibirán las nuevas generaciones; ¿de qué década ganada estamos hablando? Pero en esta comparación entre el padre populista y el gobierno populista hay un punto a favor del padre que no debe desconocerse. El padre populista está equivocado, ha llevado a su familia a la quiebra y el futuro de sus hijos es la desocupación, el fracaso existencial, la droga o el delito, pero tiene un punto a su favor; lo hizo de buena fe, equivocado pero con buenas intenciones. En cambio, el gobierno populista no sólo no puede invocar inocencia, sino que suma a su responsabilidad un detalle significativo: es viciosamente corrupto.
No hay década ganada con los ahorros consumidos y los bienes dilapidados.