Por Rogelio Alaniz
Por Rogelio Alaniz
Los penalistas afirman que hay una garantía que se debe respetar al pie de la letra: un delincuente no está obligado a declarar contra sí mismo. Impecable. En Cuba, por ejemplo, ese principio no existe; es más, el aporte del humanismo comunista a las causas nobles de la humanidad consiste en que no sólo los culpables están obligados a declarar contra sí mismos, sino también los inocentes, con autocrítica incluida, como lo enseñó Stalin y el padre Fidel lo aplicó al pie de la letra. Volviendo a la Argentina, ninguna observación contra esta garantía que protege los derechos humanos de un delincuente, pero dicho esto conviene reflexionar acerca de cómo se traslada este principio al mundo de la política, al mundo de la corrupción política. En un Estado de derecho no se puede permitir que haya presos políticos, es decir, ciudadanos detenidos por ejercer sus derechos, pero sí es posible y en algún punto justo que haya políticos presos cuando resulta evidente, visible y hasta escandaloso que se trata de malandras, ladrones, coimeros, corruptos y, en algunos casos, cómplices de crímenes. Esto quiere decir que existen las garantías pero también existe la Justicia atendiendo a ese otro principio sagrado de las sociedades abiertas: la igualdad ante la ley.
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Supongo que nadie o muy pocos están en contra de estas consideraciones, pero en la vida real, las cosas siempre se complican. Uno de los problemas que se presentan, tiene que ver con la lentitud de la ley. Me refiero a la lentitud exasperante, la lentitud que resulta funcional a los delincuentes. El otro problema, tal vez mucho más serio, son las dificultades de todo ordenamiento legal para ajustar cuentas con los poderosos siempre protegidos por el poder económico o el poder político. Lo que ocurre en la Argentina en estos tiempos es aleccionador: Cristina Elisabeth y la murga de cómplices que la acompañan disfrutan de hecho de ese privilegio que les confiere el poder que ejercen. Sobre esto importa ser claro: se presentan como víctimas, cuando en realidad son victimarios; invocan su condición de perseguidos, cuando en los hechos exhiben la más descarada impunidad. Ningún delincuente está obligado a declarar contra sí mismo. Cristina Elisabeth y su corte de los Milagros se resguardan escrupulosamente detrás de esta garantía. A ningún delincuente, ni siquiera a ellos, se lo puede privar de esa garantía. Si algún consejo me está permitido darles es que designen a Pierri como abogado defensor; o lo consulten al Gordo Valor acerca de cómo zafar en estas circunstancias. Valor no será un militante nacional y popular, pero sobre estos temas sabe y algo puede enseñarles, aunque no va a faltar algún periodista insidioso que asegure que en realidad Valor al lado del Morsa Fernández, por ejemplo, es un inocente y tierno monaguillo de parroquia de pueblo.
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Daniel Scioli es otro de los paradigmas contemporáneos de la militancia nacional y popular. No es amigo de Joan Manuel Serrat o Joaquín Sabina, pero es íntimo amigo de Julio Iglesias como corresponde a un líder tercermundista de sus kilates. Dicen que en sus actos aguerridos y bizarros abunda la música de Pimpinela y algunas otras eminencias musicales. Últimamente incorporó imágenes de su debate con Macri, con la pretensión de demostrar que el actual presidente no ha cumplido ninguna de las promesas electorales. Preguntarse si en caso de haber ganado él las hubiera cumplido, es un interrogante de imposible respuesta, aunque me salgo de la vaina por hacerlo. Inhabilitado para opinar sobre el futuro político de un Scioli presidente, sí me está permitido evaluar su pasado, su pasado como gobernador de la provincia de Buenos Aires. Como nunca el principio bíblico, “por sus frutos los conocereis”, adquiere desaforada vigencia con este caballero al que algunos de sus juveniles seguidores seguramente comparan con Fidel Castro y el Che Guevara.
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El compañero Daniel es, desde cierto punto de vista, admirable. Máxima autoridad política del peronismo, viaja a Punta Cana en jet privado con amiguita incluida. Como se dice en estos casos: puede que al país no le vaya del todo bien, pero a Scioli le va bárbaro. Exponente descarnado de una fracción arribista y tilinga de la burguesía criolla; instalado en el firmamento político gracias a la visión de estadista de la Comadreja de Anillaco, calificado en 2003 por los analistas de Página 12 como el infiltrado de la derecha en el gobierno nacional y popular, deviene con la profundización del modelo en el abanderado bizarro del proyecto. ¿A los adalides de la causa emancipadora liderada por Cristina Elisabeth, Máximo y Florencia, nunca se les ocurrió preguntarse qué pasa con ese proyecto para que después de doce años de ejercicio continuado del poder, el candidato “natural” sea Daniel Scioli, acompañado de esa otra obsesiva abanderada de los humildes que se llama Karina Rabollini? La compañera Karina, la misma que en su momento fue defendida por la heroica militancia nacional y popular cuando Pilar Rahola se tomó el atrevimiento de calificarla de ignorante y estúpida, una típica maniobra cipaya seguramente financiada por Magnetto.
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El gobierno nacional mientras tanto llega a fin de año con los inevitables chichones y moretones provenientes de una gestión que debe lidiar con una herencia funesta. Seguramente logrará impedir que 2016 concluya con revueltas callejeras, piquetes y paros salvajes. Todos sus esfuerzos apuntan a conseguir ese objetivo y tal como se presentan las cosas daría la impresión de que el año va a concluir sin demasiados sobresaltos o sin el anunciado estallido social propiciado por los K. Y hablando de estallido social, si algo hay que ponderar de este gobierno es que ha logrado -hasta ahora lo está logrando- impedir que el país estalle porque, y con esto no estoy descubriendo la pólvora, todo estaba armado, con papel celofán y moño, para que en la Argentina ocurra algo parecido a lo que padecimos en 1989 y en 2001.
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El año 2017 no promete ser fácil. La situación económica y social no es buena y si bien la herencia recibida ha sido nefasta no se puede atribuir exclusivamente a esa causa la suma de dificultades presentes. Al gobierno podemos disculparle que haya hecho promesas demasiado exitistas, pero esa disculpa no puede ser un cheque en blanco. Supongo que Macri y sus colaboradores son los más preocupados por esta situación. Ojalá que la anunciada reunión de funcionarios oficiales para evaluar lo que se hizo y lo que se debe hacer sirva para algo. Por lo pronto, yo no espero milagros. La inflación, la desocupación, la caída del consumo, en el mejor de los casos se irán corrigiendo lentamente. Lo que se prometió que se iba a hacer en cuatro meses seguramente se podrá realizar -y ojalá que así sea- en cuatro años. Mientras tanto, habrá que prepararse para las elecciones legislativas previstas para octubre, elecciones que renovarán legisladores, aunque todos sabemos que en primer lugar estos comicios representan un test para Macri. En un país normal un gobierno puede perder las elecciones intermedias, pero en la Argentina eso no está permitido, mucho menos si ese gobierno no es de signo peronista. La historia política de los últimos treinta años así parece confirmarlo. ¿Y qué pasa si Macri pierde? No lo sé, tal vez disponga de margen de maniobra para sostenerse hasta el fin de su mandato; pero si esto sucediera, como le gusta a decir a la amiga de mi tía: “Ojalá el Señor nos encuentre confesados”. Hacer pronóstico acerca de estas elecciones es un ejercicio inútil; lo único que se puede decir al respecto es que si Cambiemos quiere ganarlas deberá mejorar el humor social. Y eso se mejora desde la economía. O, para ser más claro, desde el bolsillo, la víscera más sensible de los hombres, como le gustaba decir al General.