Lunes 21.10.2024
/Última actualización 22:15
Queridos Amigos. Semana tras semana reflexionamos sobre la Palabra de Dios, aquella que nos convoca, nos cuestiona y nos compromete. Se trata de un verdadero regalo, porque la vida con Dios es una esperanza, la vida sin Dios es una lotería. Días atrás el evangelio nos desafiaba con la pregunta: ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna? Y hoy nos encontramos con un planteo que afecta a cada ser humano: la ambición del poder.
El evangelista San Marcos lo relata así: "En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir. Les preguntó: ¿Qué quieren que haga por ustedes? Contestaron: Concédenos sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Jesús les dijo: el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado".
Como podemos ver, nosotros no somos tan originales cuando nos peleamos por el poder degradando muchas veces a los demás; cuando nos consideramos mejores, incluso únicos para ciertos cargos y roles. Esto se da en la sociedad, pero también en la Iglesia misma. Al comenzar su vida pública, Jesús elige a los doce discípulos con una finalidad clara: para que estén con él, y para formarlos.
Los discípulos acompañan a su Maestro, pero ni su mensaje ni su ejemplo penetran suficientemente en sus vidas. Siguen siendo alumnos desmotivados y preocupados más por sus ambiciones personales que por las enseñanzas de Jesús. Se pelean por los primeros puestos. Todos quieren ser el capitán del equipo. Incluso presentan una queja diciendo: "Nosotros lo hemos dejado todo por seguirte… ¿Cuál será nuestra recompensa?" Y por si esto fuera poco, Juan y su hermano Santiago piden directamente sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda en el futuro reino.
Qué curioso, Jesús habla de servicio, pero Santiago y Juan piensan sólo en el poder. Aunque parezca sorprendente, esto nos puede pasar y de hecho pasa a muchos cristianos. Llevamos mucho tiempo escuchando el mensaje de Jesús pero tengo la impresión de que no progresamos lo suficiente. Seguimos suspirando por las mismas cosas que los apóstoles, es decir: ocupar los primeros puestos, tener poder. ¿Cómo nos cuesta pensar como pensaba Jesús, sentir como sentía Jesús y actuar como actuaba Jesús?
En el fondo, ocurre lo que dice tan acertadamente el teólogo indio Anthony de Mello (1931-1987), a través de la siguiente historia: "Cuentan que un monje budista estaba haciendo su contemplación sentado al borde del río. De repente vio una piedra. La sacó, la partió y quedó sorprendido. Dijo: esta piedra había sido sumergida durante muchos siglos en el agua y sin embargo esta no ha penetrado en su interior, porque por dentro estaba completamente seca". Estamos sumergidos durante siglos en el cristianismo, pero el evangelio todavía no ha penetrado suficientemente en nuestro corazón. Nuestra fe se parece a una capa de barniz, a algo epidérmico, superficial, no se expresa en nuestro modo de ser y actuar. Y bien sabemos si la fe no se hace cultura, no se hace vida, se pierde.
Hoy, cuando hablamos de los primeros puestos, de la ambición del poder, es justo preguntarnos: ¿Qué aspiramos nosotros en la vida? ¿Cuál es nuestro ideal? ¿Cómo actuamos? Si vamos al evangelio de hoy encontramos algo maravilloso. Jesús da una clase magistral a los apóstoles sobre cuál debe ser su forma de ser y actuar. Les dice: "Ustedes saben que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre ustedes: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos… Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir".
Que mensaje bello y fuerte para la Iglesia, para los pastores, para los que quieren liderar a los demás. Si la Iglesia a la cual pertenecemos no aporta para crear una sociedad mejor, más justa y fraterna… ¿Para qué sirve? Los médicos curan, los abogados resuelven litigios, los arquitectos construyen edificios, los periodistas informan y nosotros, los cristianos, si no servimos, no curamos las heridas de nuestros hermanos en este "mundo herido"… ¿Para qué estamos? ¿Para qué somos cristianos?
Yo no soy experto en el tema del liderazgo, pero mi experiencia de treinta y tres años de trabajo en el campo educativo, mi servicio de pastor en la Iglesia me enseñan esto: si queremos producir un cambio en la gente, en las comunidades y organizaciones, es importante responder cada día, en cada momento, a las siguientes dos preguntas. La primera: ¿Conocemos las personas que acompañamos o guiamos? Y la segunda: ¿Las queremos? Si no conocemos y no queremos a la gente de nuestras comunidades, no servimos para mucho. Por eso mismo, pensemos por unos minutos en nuestras actitudes y comportamientos. ¿Son evangélicas, son cristianas, aportan al "bien común"?