Por Pbro. Lic. Enzo Frati (*)
No es casualidad que el Papa Francisco haya viajado a uno de los países en los que la comunidad cristiana ha sido más violentamente perseguida en los últimos años.
Por Pbro. Lic. Enzo Frati (*)
Entre las religiones es posible un camino de paz. El punto de partida debe ser la mirada de Dios. Porque «Dios no mira con los ojos, Dios mira con el corazón. Y el amor de Dios es el mismo para cada persona sea de la religión que sea. Y si es ateo es el mismo amor. Cuando llegue el último día y exista la luz suficiente sobre la tierra para poder ver las cosas como son, ¡nos vamos a llevar cada sorpresa!», Fratelli Tutti 281
Se han escrito ríos de tinta sobre el Viaje Apostólico del Papa Francisco a Irak. Antes, durante y después. No faltaron los análisis meramente geopolíticos ni los pronosticadores de desgracias. Leímos calificativos como demagógico, peligroso, temerario. Tampoco escasearon las visiones romantizadas sobre la travesía papal ni los enfoques ideológicos. Aunque, en líneas generales, queda la sensación de que el Mundo ha visto con buenos ojos lo hecho por Francisco.
En lo personal, creo que hay dos puntos fundamentales para destacar y que están en consonancia con los ejes eclesiológicos que viene proponiendo el Sumo Pontífice: una Iglesia en salida (misión), una llamada a la fraternidad universal (comunión).
Desde el inicio de su pontificado, el Papa insiste en la necesidad de una transformación misionera de la Iglesia que es parte de la llamada a la conversión pastoral y que se inscribe en el dinamismo de salida propio de la Palabra. "Sal de tu tierra y ven a la tierra que yo te mostraré" (Cfr. Gn 12, 1) fue la invitación hecha por Yahveh a quien en ese momento se llamaba todavía Abram. Y es la llamada que Dios fue repitiendo a lo largo de la historia y que muchas veces olvidamos.
El Evangelio tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del ponerse en marcha sin excusas ni demoras. Más aún, en cada ser humano -como nos recordaba San Juan Pablo II- "hay una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser" (WOJTYLA, KAROL, 1978. Amor y responsabilidad, p.136). El peligro latente es el de la autorreferencialidad; la tentación del encierro como ocurriera con los apóstoles antes de Pentecostés; el peligro de quedarme sólo con los míos invirtiendo la lógica de la parábola de las cien ovejas, los de mi grupito, los que piensan como yo, los de mi raza, mi pueblo, los puros; el riesgo de cerrar las puertas por comodidad o temor, temor a la incomprensión, al rechazo, a salir salpicados por el barro. Iglesia en salida -insiste Francisco. No se trata de un slogan ni de un discurso bonito. Enseñaba como quien tiene autoridad, son palabras que vienen rubricadas por acciones concretas. Allí lo vemos al Papa yendo a la periferia, geográfica y existencial, recordándonos -como Jesús en la parábola- que el extraño es mi prójimo.
Leemos en Evangelii Gaudium: "La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan" (EG 24). Primerear e involucrarse, es decir: salir al encuentro sin miedo. "Que es peligroso", "que es una locura", "que no es el momento", "que es arriesgado", "que puede haber un atentado", "que lo pueden matar". ¡No tengan miedo! Entre la cobardía y la temeridad se encuentra la valentía cristiana atestiguada por tantas mujeres y tantos varones que han sido capaces de dar la vida por Jesús. Entre Jonás huyendo de Nínive, o Pedro negando a Jesús, y los Boanerges asegurando que podrían beber el cáliz del Señor, o Pedro caminando por las aguas, se halla el propio Jesús aceptando la voluntad del Padre. El viaje de Francisco a Irak no fue fruto del capricho de un Papa temerario. Se trató de un gesto valiente, profético y misionero de un Papa con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio, un salir al encuentro del otro derribando barreras (1). En cada uno de sus viajes apostólicos, Francisco se ha ido acercando a los márgenes de nuestro mundo, a aquellas periferias que hablan de heridas, dolor y postergación.
Al reflexionar sobre la Encíclica Fratelli Tutti en un conversatorio propuesto por la Universidad Católica de Santa Fe me pareció importante proponer como una, entre varias posibles, clave hermenéutica de lectura: la catolicidad. Sabemos que la Iglesia es "una, santa, católica y apostólica". Sabemos también que "católica" significa "universal". El Catecismo dice que: "La Iglesia es católica en un doble sentido: es católica porque Cristo está presente en ella" (CATIC 830). Y nos recuerda aquello de San Ignacio de Antioquía: "Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica". Y "es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano" (CATIC 831).
Este segundo aspecto me animo a decir ha estado bastante ausente en nuestra praxis. Hemos hecho, en no pocas oportunidades, del término "católico" un concepto cerrado. Es decir, "ser católico" es lo que me diferencia del "resto". El otro es "protestante", "musulmán", "ateo", "publicano", "pagano" y yo (nosotros, los de mi grupito) soy/somos "católicos".
Justamente, uno de los principales aportes de la Carta Encíclica fue el de llevarnos a reflexionar sobre la importancia de tener un horizonte universal, venciendo las sombras de un mundo cerrado, descubriendo la necesidad de acercarnos con ternura al extraño en el camino, pensando y gestando un mundo abierto. No es casualidad que Francisco haya decidido viajar a uno de los países en los que la comunidad cristiana ha sido más violentamente perseguida en los últimos años, a una Iglesia mártir, a una de las regiones más convulsas de la actualidad, para llevar consuelo y cercanía.
"La Iglesia me parece un hospital de campaña: tanta gente herida que nos pide cercanía, que nos pide a nosotros lo que pedían a Jesús: cercanía, proximidad" -le oímos repetir con insistencia al Santo Padre. El viaje a Irak nos habla precisamente de esa cercanía, de la necesidad de sanar, de renacer. Dios tiene el poder de vencer los males, las enfermedades, de restaurar los templos físicos y los de nuestro corazón. Sólo de las heridas de Cristo puede surgir ese bálsamo capaz de curar a la humanidad y de sanar las memorias dolorosas inspirando un futuro de paz y fraternidad.
(*) Licenciado en Filosofía (UCSF), Capellán de la Sede Rosario de la Universidad Católica de Santa Fe; Sacerdote de la Arquidiócesis de Rosario
NOTA (1) Hace unos años leí con gran placer un maravilloso libro (que me permito recomendar) escrito por un joven argentino que se animó a recorrer a dedo Irán, Irak y Afganistán con la intención de "deshilar la inextricable rasta de mitos tejidos por los medios en torno a esas tierras distantes y crear mi propia alfombra narrativa con las voces de los personajes conocidos a lo largo de las rutas polvorientas. Entiendo que algunos juzguen la idea de viajar a dedo en países bordados con conflicto como absurda o suicida. Pero éstas eran y son las naciones que más padecen los estereotipos mediáticos del establishment…" Cfr. VILLARINO, JUAN PABLO (2010). Vagabundeando en el Eje del Mal, p. 12.
El viaje de Francisco a Irak no fue fruto del capricho de un Papa temerario. Se trató de un gesto valiente, profético y misionero de un Papa con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio, un salir al encuentro del otro derribando barreras.
En cada uno de sus viajes apostólicos, Francisco se ha ido acercando a los márgenes de nuestro mundo, a aquellas periferias que hablan de heridas, dolor y postergación.