Por Pbro. Lic. Enzo Frati (*)
El viaje apostólico de Francisco a Irak abre una puerta a la esperanza. Es un fuerte llamado a la paz y una invitación a respirar con ambos pulmones, el de oriente y el de occidente.
Por Pbro. Lic. Enzo Frati (*)
Esta llamada a la fraternidad universal tiene su fundamento último en Dios Padre de todos. No es una cuestión meramente diplomática o un postulado de la tolerancia moderna. Es algo mucho más profundo. "Los creyentes pensamos que, sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad. Estamos convencidos de que «sólo con esta conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros». Porque «la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad»" (Fratelli Tutti 272).
De allí que, en su discurso en la llanura de Ur, en el encuentro interreligioso, el Papa haya afirmado lo siguiente: "Este lugar bendito nos remite a los orígenes, a las fuentes de la obra de Dios, al nacimiento de nuestras religiones. Aquí, donde vivió nuestro padre Abrahán, nos parece que volvemos a casa. Él escuchó aquí la llamada de Dios, desde aquí partió para un viaje que iba a cambiar la historia. Nosotros somos el fruto de esa llamada y de ese viaje. Dios le pidió a Abrahán que mirara el cielo y contara las estrellas (cf. Gen 15,5). En esas estrellas vio la promesa de su descendencia, nos vio a nosotros. Y hoy nosotros, judíos, cristianos y musulmanes, junto con los hermanos y las hermanas de otras religiones, honramos al padre Abrahán del mismo modo que él: miramos al cielo y caminamos en la tierra".
Si queremos cuidar la fraternidad, no podemos perder de vista el cielo. Mirar las estrellas, caminar la tierra, sabiendo que "el más allá de Dios nos remite al más acá del hermano". Ya lo dijo San Juan: "El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano" (1 Jn 4, 20-21). Por tanto, a nadie le es lícito desentenderse del otro, como hicieron el sacerdote y el levita, en nombre de Dios.
A nadie le está permitido matar, odiar o hacer la guerra en nombre de Dios. La violencia engendra más violencia y destrucción y no proviene del Dios de la vida y las estrellas. El fundamento de la violencia nunca podrá hallarse en las convicciones religiosas profundas sino en sus deformaciones y desviaciones más grotescas. "Hostilidad, extremismo y violencia no nacen de un espíritu religioso; son traiciones a la religión. Y nosotros creyentes no podemos callar cuando el terrorismo abusa de la religión."
La fraternidad universal lleva a una artesanía de la paz, a un diálogo sincero y respetuoso, al respeto por la libertad de conciencia, al derecho a la libertad religiosa, a la tolerancia, a la aceptación de la diversidad. Como nos recuerda Francisco: "hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia" (Fratelli Tutti 225).
El viaje apostólico a Irak abre una puerta a la esperanza. Es un fuerte llamado a la paz y una invitación a respirar con ambos pulmones, el de oriente y el de occidente. Hace muchos años John Lennon nos invitó a imaginar un mundo en el que todos vivamos en paz. Para ello, él creía -como tantos- en la necesidad de suprimir las religiones. Francisco nos invita no sólo a imaginar sino a hacer realidad ese sueño construyendo puentes, estrechando lazos, reconociendo a ese Dios Padre nuestro, Padre de todos, fundamento último de la fraternidad.
No hay dudas de que la dimensión ecuménica es uno de los rasgos distintivos del magisterio de este Papa. Caminemos, entonces, sin miedo y contra toda esperanza. "El padre Abrahán, que supo esperar contra toda esperanza (cf. Rm 4,18), nos anima. En la historia, hemos perseguido con frecuencia metas demasiado terrenas y hemos caminado cada uno por cuenta propia, pero con la ayuda de Dios podemos cambiar para mejor. Depende de nosotros, humanidad de hoy, y sobre todo de nosotros, creyentes de cada religión, transformar los instrumentos de odio en instrumentos de paz. Nos toca a nosotros exhortar con fuerza a los responsables de las naciones para que la creciente proliferación de armas ceda el paso a la distribución de alimentos para todos. Nos corresponde a nosotros acallar los reproches mutuos para dar voz al grito de los oprimidos y de los descartados del planeta; demasiados carecen de pan, medicinas, educación, derechos y dignidad. De nosotros depende que salgan a la luz las turbias maniobras que giran alrededor del dinero y pedir con fuerza que este no sirva siempre y sólo para alimentar las ambiciones sin freno de unos pocos. A nosotros nos corresponde proteger la casa común de nuestras intenciones depredadoras. Nos toca a nosotros recordarle al mundo que la vida humana vale por lo que es y no por lo que tiene, y que la vida de los niños por nacer, ancianos, migrantes, hombres y mujeres de todo color y nacionalidad siempre son sagradas y cuentan como las de todos los demás. Nos corresponde a nosotros tener la valentía de levantar los ojos y mirar a las estrellas, las estrellas que vio nuestro padre Abrahán, las estrellas de la promesa."
Mirar las estrellas, como nuestro padre en la fe.
Mirar las estrellas, como los magos de oriente.
Mirar las estrellas, como Jesús en sus largas vigilias de oración en el monte.
Mirar las estrellas, como los poetas.
Mirar las estrellas, como aquellos que sueñan.
Mirar las estrellas,
trabajar por la paz,
y experimentar así la bienaventuranza
de ser llamados hijos de Dios.
(*) Capellán de la Sede Rosario de la Universidad Católica de Santa Fe; Sacerdote de la Arquidiócesis de Rosario.
La fraternidad universal lleva a una artesanía de la paz, a un diálogo sincero y respetuoso, al respeto por la libertad de conciencia, al derecho a la libertad religiosa, a la tolerancia, a la aceptación de la diversidad.
"Nos toca recordarle al mundo que la vida humana vale por lo que es y no por lo que tiene, y que la vida de los niños por nacer, ancianos, migrantes, hombres y mujeres de todo color y nacionalidad son sagradas y cuentan como las de los demás".