La secuencia es digna de una serie narco. Y de las duras. El sábado, en las inmediaciones de Rosario, se celebra un casamiento que, como bien se dijera, recordaba las escenas iniciales de "El Padrino", con una vuelta de tuerca que Coppola no tuvo el coraje de jugar: a la salida de la fiesta -con ritmo de cumbia y concejal santafesino haciendo lo mismo que hizo Frank Sinatra en la casa de los Corleone- se celebró una emboscada que concluyó con el asesinato de un matrimonio y un bebé. Aquí corresponde señalar otro toque distintivo: los bebés en estas peripecias tampoco están a salvo, un "bellísimo" procedimiento que los capos de la mafia italiana se cuidaban de cometer. Según las crónicas, la fiesta de Ibarlucea sumó alrededor de 300 invitados. Nadie sabía nada. Ni el concejal santafesino, ni los jueces, ni los políticos ni los funcionarios políticos. ¿Es creíble semejante embuste? ¿Se puede realizar tremendo despliegue de poder y de riqueza sin el visto bueno de autoridades estatales? Yo creería que no. Sobre todo si además se tiene en cuenta que más de la mitad de los invitados -y tal vez me quede corto- tiene cuentas que saldar con la justicia. Una primera conclusión que aunque a algunos les parezca obvia merece ser tenida en cuenta: el narcotráfico expande y consolida su poder, hace y deshace a su gusto y con notables márgenes de impunidad, porque dispone de recursos y de voluntad para sobornar o ganar la complicidad de "zonas" del poder político. Dicho con otras palabras: si el estado estuviera decidido a terminar con el narcotráfico en Rosario o en cualquier otro punto de la Argentina podría muy bien hacerlo, como lo hizo, por ejemplo, con la mafia rosarina en tiempos de Chicho Grande y Chicho Chico.
El segundo capítulo semanal se desplegó entre el miércoles y el sábado, aunque sus primeras escenas pueden haberse iniciado en el pasado fin de semana. Territorio: Conurbano bonaerense. Acción: repartos habituales, públicos y evidentes de "ravioles" Resultado: más de veinte muertos como consecuencia de la ingestión o aspiración de cocaína en mal estado o como lo quieran denominar. ¿Disputa territorial entre bandas narcos? Voceros del oficialismo descartan esta hipótesis porque suponen que la resolución de las rivalidades vía el envenenamiento de los consumidores afectarían los intereses de los propios capos, es decir, los perjudicaría a todos. Puede ser, aunque al respecto hago la siguiente observación: este argumento le está concediendo o atribuyendo a los jefes mafiosos las virtudes de una racionalidad de medios y fines que desconoce el contexto cultural, la catadura amoral y la "lógica" que practican los capos, una "lógica" que no se suele ajustar a los parámetros de la medulosa racionalidad cartesiana de los funcionarios o del sentido común ciudadano. La otra variante: ¿Torpeza de un "dealer" o "soldadito" que decidido a obtener más rendimientos económicos le agrega sustancias tóxicas a la "pasta"? También puede ser. Pero convengamos por lo pronto que esa torpeza, esa indiferencia por la vida de los otros, esa irresponsabilidad o esa avidez por obtener más ganancias sin preocuparse por la salud de sus singulares clientes, es la mentalidad real y cotidiana de los narcos, la misma que habilita a liquidar sin vacilaciones la vida de un bebé mediante una ráfaga de balas. La "virtud" de este truculento capítulo es que puso en evidencia la existencia efectiva del narcotráfico en la vida cotidiana. Ocurrió la tragedia y los resignados espectadores enseguida dispusimos de la posibilidad de informarnos acerca de los lugares, las zonas, las esquinas, las casas donde se venden "ravioles", pacos y otras menudencias estimulantes. Lo sucedido confirma, por si quedaba alguna duda, que el narcotráfico no es un ave de paso en la Argentina, sino que llegó para quedarse, está instalado con sus redes de poder desplegadas en plenitud. El narcotráfico ofrece empleo, buenos negocios, posibilidades reales de enriquecerse rápido. Y no concluyen allí sus beneficios. El narco financia campañas electorales, aporta a los magros ingresos de algunos jueces, algunos fiscales, algunos comisarios. Es por sobre todas las cosas, un exitoso emprendimiento cuya ilegalidad pareciera no ser muy diferente a la ilegalidad de algunos contrabandistas en tiempos del virreinato.
A diferencia de la compra y venta de acelga, lácteos, tortas fritas, pororó, chupetines o bicicletas, el narcotráfico incluye para su realización un componente decisivo de sangre y muerte. Y a diferencia de los rubros legales, repito, ofrece la chance de enriquecerse en una velocidad y escala formidable. Capitalismo lumpen o burguesía lumpen. El que suele fascinar a caudillos populistas. En cualquiera de sus variantes este "capitalismo" se expande por las estructuras del Estado al que corrompe, degrada y a veces destruye. De ese riesgo, los mexicanos y los colombianos algo saben. Cuba, Venezuela y Nicaragua disponen de sus propias verdades y disfrutan de los previsibles beneficios. Nosotros, pareciera que recién estamos haciendo los primeros palotes, pero a juzgar por los excelentes resultados daría la impresión de que comentamos con el honor de ser alumnos aventajados. Se sabe que las relaciones entre narcotráfico y política no solo no son nuevas sino que son además evidentes. No hay crimen organizado sin esta articulación. Los narcos no solo financia campañas políticas sino, en más de un caso se candidatea o apoya a sus propios "pollos". Pablo Escobar Gaviria en ese sentido no es una excepción. El narco es un poder que incluye sus propias jerarquías sus propios privilegios, incluso sus propias leyendas con sus cancioneros, mitos y tragedias. Estamos ante una red desplegada de arriba hacia abajo. Su legalidad interna es implacable e impiadosa, como suele ser toda legalidad mafiosa. Su base social es popular. En general los jefes narcos salen del mundo de la pobreza, del mundo lumpen. A su manera son "populares". Y poderosos.
Este negocio es posible por un motivo que aunque parezca obvio hay que decirlo si es que de verdad en este tema se quiere ir a fondo. El narcotráfico con negocios multimillonarios, sus regueros de sangre y muerte, lealtades y traiciones, es posible en primer lugar porque hay un mercado de millones de personas decididos a consumir drogas. En las sociedades contemporáneas este deseo es cada vez más intenso por lo que se hace muy difícil, por no decir imposible, combatirlo. Las culpas originales del nacimiento y expansión del narcotráfico no provienen del neoliberalismo o del capitalismo como arguyó Cristina Kirchner en Honduras. Sin ir más lejos, los recientes escándalos que acabamos de protagonizar se interpretaron en dos provincias gobernadas por peronistas, en territorios controlados por el peronismo, con funcionarios que en algunos casos mantiene con el narco una relación viscosa. Que la seguridad de la nación esté en manos de un señor como Aníbal Fernández es por lo menos inquietante, sobre todo si se tiene en cuenta las opiniones que sobre él vertieron los compañeros Daniel Arroyo y Felipe Solá. ¿Legalizar el consumo de la droga sería la solución? No lo sé. Pero está claro que todas las medidas represivas que se han tomado han servido de poco y nada. Insisto. Mientras millones de personas reclamen por un motivo o por otro consumir drogas el negocio continuará abierto. En ese sentido hay una regla que se cumple a rajatabla: la oferta es la respuesta irresistible a una demanda irresistible.
El narcotráfico incluye para su realización un componente decisivo de sangre y muerte. Capitalismo lumpen o burguesía lumpen. El que suele fascinar a caudillos populistas. Este "capitalismo" se expande por las estructuras del Estado al que corrompe, degrada y a veces destruye.
El narcotráfico con negocios multimillonarios, sus regueros de sangre y muerte, lealtades y traiciones, es posible porque hay un mercado de millones de personas decididos a consumir drogas. En las sociedades actuales este deseo es cada vez más intenso.