Viernes 2.10.2020
/Última actualización 23:33
"Paren el mundo, que me quiero bajar”. La famosa frase de la entrañable Mafalda estuvo omnipresente esta semana en redes sociales al cumplirse 56 años de la primera aparición del personaje y, especialmente, un día después al conocerse la noticia del fallecimiento de su creador, el gran Quino.
El esperado debate entre los dos aspirantes a la Casa Blanca, no hizo otra cosa que confirmar el proceso de degradación que atraviesa la política estadounidense. El futuro inmediato y mediato del planeta, estará signado en gran medida por lo que decidan los norteamericanos el próximo 3 de noviembre. Y a juzgar por el penoso espectáculo exhibido por ambos contendientes esta semana, muchos seguramente pidieron al igual que Mafalda que el mundo se detenga, pero para que algunos se bajen…
Gritos, insultos, y pocos argumentos
El debate presidencial tiene una simbología muy especial para los norteamericanos. Esta semana se cumplieron 60 años del primer cara a cara político emitido por televisión entre Richard Nixon y John F. Kennedy, y que marcó un antes y un después en la historia de la Comunicación Política.
Aquel 26 de septiembre de 1960, en los estudios de la CBS en la ciudad de Chicago, el mundo fue testigo de cómo se transformaba para siempre el mensaje político. La estética discursiva comenzó a ganar terreno. La postura y el modo de comunicar, se impusieron al mero contenido argumental.
El pasado martes 29 en Cleveland, Trump y Biden sostuvieron un debate que estuvo dominado por una violencia que atravesó la pantalla. Los más eufóricos partidarios por uno u otro candidato, se dedicaron a reproducir a través de las redes los “mejores insultos” de cada uno de los protagonistas, como si sirviera para seducir al votante indeciso o, más aún, al que aún ni siquiera tiene decidido ir a votar.
Chris Wallace, periodista de la Cadena Fox, encargado de moderar el debate, poco pudo hacer para frenar las constantes interrupciones de un evento que se tornó caótico. Como resumen, se puede apuntar que el Presidente evitó condenar a los supremacistas blancos, habló de un intento de golpe en su contra y volvió a sembrar sospechas respecto a la integridad del proceso electoral.
Por su lado, Biden mandó callar a Trump y lo calificó de racista, payaso y mentiroso. Otro aspecto que caracterizó la participación del demócrata, fue que siempre miró a cámara evitando de esta manera el contacto visual con su oponente. A pesar de las dudas que se generaron alrededor de su poca ductilidad para la oratoria, supo soportar la presión en un difícil contexto.
Si algo faltaba para que Estados Unidos y su campaña electoral sigan dando que hablar, era la noticia que sacudió al mundo en la madrugada del viernes: el presidente Donald Trump dio positivo de coronavirus. A poco más de un mes para los comicios, la salud del mandatario anula cualquier otro tema de campaña, y pone a la pandemia como un tópico casi exclusivo de aquí al 3 de noviembre.
“El fin de la pandemia está a la vista”, había dicho Trump horas antes de conocerse la noticia de su contagio y el de la Primera Dama. Durante el debate, cuando le tocó referirse a los efectos del virus, se ocupó primero de burlarse de Joe Biden por usar barbijo, culpó nuevamente a los chinos por la propagación del virus y se permitió dudar de la veracidad de las cifras de contagiados y fallecidos que suministran otros países, como por ejemplo Rusia. Ninguna autocrítica a pesar de las más de 200 mil muertes ocasionadas por la enfermedad en su país.
Parece una ironía (o consecuencia) del destino que, quien ignoró a la ciencia en tantas oportunidades, hoy dependa de ella para su salud y su futuro político inmediato.
Periodista especialista en política internacional