Rafael Eduardo Micheletti
En la búsqueda de alternativas viables
Rafael Eduardo Micheletti
El conflicto entre el gobierno de Santa Fe y los gremios docentes parece haber entrado en un punto de no retorno. El nivel de agresividad está cruzando límites que no debería. Es tentador sumarse a la violencia contra un gobernador y una ministra que han causado estragos en la educación de la provincia, pero debemos preguntarnos hacia dónde nos conduce el camino de la intransigencia y la escalada constante.
Más allá del maltrato sistemático contra el educador, que es innegable, de la misma forma es irrefutable que los gremios docentes han abusado del paro. No hay derecho al abuso de la huelga, como no es legítimo el ejercicio abusivo de ningún derecho. Mucho menos cuando importa violar el acceso a la educación de los más vulnerables, los niños.
El paro es el camino fácil. Implica crearle un problema al prójimo para presionar a favor de un interés personal. Consiste en pasarnos problemas entre todos de forma indefinida y egoísta, en una suerte de jolgorio anómico que nos hunde colectivamente. No puede nunca ser tomado a la ligera, como se hizo.
Se puede discutir si en un caso excepcional y extremo, como último recurso, luego de haber agotado todas las demás instancias y alternativas, podría llegar a proceder el paro como herramienta de lucha en legítima defensa. Eso es, por lo menos, discutible. Lo que es indudable es que no es una herramienta legítima como factor de negociación cotidiano. Los líderes gremiales así la han concebido y, de esa forma, nos han hecho un gran daño a todos los docentes. No es que no se agotaron otras alternativas. Ni siquiera se intentaron.
Al 20 de septiembre del corriente año, la pérdida de clases en Santa Fe por causa de paro había alcanzado la exorbitante cifra de 20 días hábiles. O sea, cuatro semanas. Un mes. Se llegó a convocar a seis días de paro en dos semanas, cuando faltaban pocos días para la apertura de la paritaria. Abierta esta, existía muy poco margen para la huelga si la oferta oficial no resultaba satisfactoria. Como vemos, ni siquiera desde un punto de vista estratégico y egoísta tiene sentido alguno esta adicción al paro.
La discusión no es si ganamos lo que deberíamos ganar. En la Argentina son muy pocos los que ganan lo que deberían, porque somos un país pobre. La cuestión es cuáles son los medios legítimos para luchar por los propios intereses, cuáles son los límites, y qué medios de decisión y de resolución de conflictos hacen que una sociedad se desarrolle y se enriquezca, de forma tal que se agrande la torta y alcance para todos razonablemente.
El paro no es algo que se pueda tomar a la ligera. Debemos buscar alternativas, y dejarlo en todo caso como último recurso de excepción, discutible en casos extremos. Pensar, por ejemplo, en movilizaciones pacíficas, acampes, juntadas de firmas, apariciones en medios, quita de colaboración al ministerio, exposición pública de políticos que no honren la educación de todos los partidos, firma de compromisos con candidatos, etc.
¿Cuánto molestaría a un gobierno que los docentes se negaran a colaborar y participar en la política educativa, sin acatar sus resoluciones y disposiciones ni asistir a sus convocatorias? ¿No sería ello más molesto que un paro sistemático al que la sociedad ya está acostumbrada y por el cual no se paga un costo electoral? ¿Acaso una huelga no debe estar dirigida contra el empleador en vez de contra un tercero inocente, como el alumno?
¿Cómo convencer a la sociedad de darle más importancia a la educación, e invertir más en ella, si percibe que no nos importa a nosotros mismos? Es la ciudadanía a la que debemos convencer en última instancia, porque ella nos paga el sueldo. Si usamos herramientas de negociación que a largo plazo nos enemistan y nos desprestigian ante la sociedad, estaremos cavando nuestra propia tumba. Eso hemos estado haciendo y los resultados están a la vista. Como mínimo, debemos demostrar que se hizo todo lo posible por no parar.
Hoy en día parece redituar más, políticamente, descontarle al docente por parar que subirle el sueldo para que no pare. Si es así, estamos ingresando en un terreno muy peligroso. Los políticos ya no pagan costo porque haya paros. Esto es culpa de los paros irresponsables, que nos dejaron sin herramientas de negociación, buscando el camino fácil para ganar más a costa del alumno.
No cabe duda de que a los docentes con vocación, que son la gran mayoría, no les gusta parar. Muchos son rehenes de un sindicato monopólico, o bien de un callejón sin salida en el que nos metieron. En numerosas ocasiones, les descontaron los días de paro cuando querían ir a trabajar y no podían porque las escuelas estaban cerradas o, peor aún, cuando trabajaron de modo virtual a pesar de que las escuelas estaban cerradas.
Nadie dice que los docentes dejemos de luchar por un mejor salario, sino que lo hagamos por medios legítimos y éticos, que tienen, a la larga, mayor probabilidad de triunfar. Pero, claro, elegir el camino correcto puede parecer más largo y riesgoso. Es solo para valientes.
No hay duda de que un buen salario docente hace a la calidad educativa y reditúa en beneficio de la sociedad. Cuantas más horas, cursos y alumnos debe tener un docente para alcanzar un buen sueldo, menos tiempo y energía puede dedicarle a cada educando, a cada clase, a cada evaluación o devolución. Eso es algo que hay que explicarle y machacarle a la sociedad, para crear una demanda política que sea electoralmente redituable.
Antes, hay que hacer que el sistema educativo vuelva a ser mínimamente funcional y eficaz. No como ahora que, tras varias décadas de facilismo, igualitarismo mal entendido y antimeritocracia, padecemos una educación anómica, desgastante y disfuncional. Una que no puede generar orden, respeto y escucha; que logra docentes sobrecargados con alumnos que no aprenden; que falsea las estadísticas de repitencia aprobando sin aprendizaje; que no impregna valores ni inculca buenos hábitos. Los propios gremios que ahora siembran el conflicto son los que miraron para otro lado durante décadas de destrucción de la calidad educativa, la cultura del esfuerzo y la autoridad del docente y de la escuela. Este desprestigio también nos perjudica. ¿Por qué la sociedad va a querer invertir más en un sistema que no funciona?
Los jerarcas sindicales no sufren el paro y el conflicto. Al contrario, les da de comer, porque les hace creer a los docentes que más necesitan de ellos. Indudablemente, el conflicto paga. Mientras tanto, a los docentes nos descuentan y cada vez tenemos menos legitimidad y prestigio ante la sociedad, lo cual implica menos probabilidad de mejorar nuestra condición a futuro, en el largo plazo. El paro es cada vez menos sostenible y, si la sociedad optara por quitarnos esa herramienta, ya no nos quedaría nada. Nunca como ahora tan exacta la frase sobre que el abuso de un derecho puede llevar a perderlo.
Es difícil salir de la encerrona en la que nos han metido, cuando hemos gastado todas las cartas. Empero, otro sindicalismo es posible. Uno que agote todas las instancias y alternativas previas al paro; que le demuestre a la sociedad que hace lo imposible por no parar; que luche con esfuerzo y con el ejemplo; que deje la huelga para casos muy extremos y excepcionales; que acepte la diversidad gremial, para que cada docente pueda presionar a su dirigencia con la amenaza de desafiliarse y unirse a otra organización; que aspire a la unidad en la diversidad y respete a rajatabla el derecho de cada docente a decidir si quiere parar o no; que se gane la simpatía y el apoyo de la ciudadanía con una lucha simultánea por el salario digno y la calidad educativa, imbricada con el bien común de la sociedad.
(*) Docente y director de nivel secundario. Contactos: [email protected] / www.rafamicheletti.blogspot.com
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