"Si les decía lo que iba a hacer, no me hubieran votado". Carlos Saúl Menem
"Si les decía lo que iba a hacer, no me hubieran votado". Carlos Saúl Menem
Hace un tiempo, allá por los primeros días de marzo de 2018, salía la primera columna de las llamadas "Peisadillas" en las páginas del diario El Litoral. Junto a mi padre, el Peiso, nos habíamos propuesto escribir sobre "mucho de nada y un poco de todo", que era su forma de gambetear la realidad política y el bombardeo noticiario. Conforme a su idea, puso como hilo conductor a los sueños, y a través de ellos jugar con las palabras, entrelazarlas, trenzarlas en lo onírico y lo lúdico. En esa primera publicación, donde explicábamos de qué venía la columna, con el título "Peisadillas" decía entre otras cosas "Este introito o algo por el estilo que pretende ser columna, es la base para que no se caiga, porque como dicen los arquitectos y las arquitectas 'si no hay cimiento (no miento) la columna se viene abajo' (...)"
En ese marzo de 2018 comenzaban a pasar cosas, y no se podía estar al margen de una realidad que se metía con fuerza y virulencia en la sociedad argentina. Una sociedad que se partía al medio y dividía aguas: la llamada grieta estaba en su punto más álgido. La popularidad de Mauricio Macri se degastaba día a día, la inflación subía a un ritmo del 40% anual y todos los valores se situaban en un preocupante rojo. Era casi imposible mantenerse al margen de una realidad que castigaba y que brindaba jugosos titulares y potenciaba broncas, gritos, y silencios aturdidores. No hablemos de política nos decíamos, pero nos resultaba imposible no hacerlo.
En los primeros dos años de esta columna, mientras el Peiso estuvo vivo, vivimos un cambio de presidencia, las denuncias de corrupción, la ineficacia del plan económico de Macri, la suba de impuestos más grande de la historia (hasta ahora), los primeros meses del gobierno de Alberto Fernández y la pandemia de Covid-19... que fue donde todo cambió. Nos fue imposible no hablar de la realidad, y obviamente, hablar de política. Lo que en su génesis iba a ser una columna semanal costumbrista con toda la locura surreal basada en los locos sueños de un personaje en sí mismo que fue Peiso, decantó en una crónica mensual, en una visión crítica con cierto desparpajo y algún dejo de sarcasmo, algún que otro ejercicio de la memoria y con cierta dosis de humor.
Y usted, querido lector o lectora, quizás se pregunte... ¿Y para qué toda esta introducción? Simplemente para justificarme. Es que cada vez que me siento a escribir esta columna, me digo a mi mismo: "Hoy la realidad me va a resbalar, iré por los sueños, las tradiciones, las costumbres, las anécdotas. Hoy no voy a hablar de política, hoy no voy a hablar de Javier Milei". Pero me resulta imposible, realmente no puedo. En este bendito país, al que cada día que pasa me convenzo más que odiamos amar, pasan cosas... pero no solo que suceden cosas permanentemente, ya que eso es parte de la vida misma, sino que lo que pasa, pasa con una celeridad y una "catarata" informativa inmensurable, plagada de matices y coloridos personajes que ennegrecen la realidad con rostros impávidos (si se me permiten los oxímoron), con la dureza del titanio en sus pétreas facciones, las que reescriben sus verdades en base a mentiras que se vuelven reales.
Muchos de estos personajes desfilan por canales y radios que son estudios de televisión donde sus interlocutores solo saben asentir. La obsecuencia al poder de turno, el amiguismo y los canales desinformativos a la orden del día. Los "delincuentes ensobrados" son condescendientes corderitos ante la presencia mesiánica de su propio verdugo. Un verdugo que se valió de sus dichos, de su postura de la anti política como remedio del mal que aqueja a la Argentina desde hace cien años. Como el mesías que vino a salvar a las masas de la casta gobernante. Verdugo que se apropió del circo mediático que terminó siendo la plataforma y devenido partidarios de ese personaje no convencional, complejo, pintoresco, agresivo, que presentaba una disruptiva sensibilidad paternalista con sus mascotas como la contracara de su dureza discursiva. Como el doctor Henry Jekyll de su verdadero Edward Hyde, de la novela de Robert Louis Stevenson.
Su manifiesta elocuencia e histrionismo generaban complacencia, entre las risas, el asombro y la complicidad que era el plato fuerte en los platós televisivos y en los medios afines. Ese personaje se valió del Estado para llegar adonde llegó, y se vale del Estado para financiar sus viajes, posar con boquita de pato y en picado con sus máximos referentes y para dar entrevistas en medios internacionales en donde se ve, se siente muy cómodo y que después de seis meses y casi como en trance de delirio místico decir: "Amo. Amo ser el topo dentro del Estado. Soy el que destruye el Estado desde adentro".
Leí hace tiempo un artículo de un periodista español donde analizaba la postura de un político en particular del partido "Podemos". El periodista en cuestión se preguntaba el porqué de algunos políticos que llegaban gracias al clamor de la gente, y una vez en el puesto, se volvían sordos a ese mismo clamor que los había puesto en el lugar deseado. Entre otras cosas decía: "Serán los inhibidores de frecuencia que usan los servicios de seguridad (…) Los IPad que atrofian el sentido del oído (…) La exposición frecuente a los micrófonos de los periodistas". Luego llegaba a la conclusión: "Yo no sé qué será, pero la política quizás produzca sordera o algún tipo de extraña alteración de la escucha".
Por mi parte, yo agregaría el desmesurado brillo de las luces de los pisos de televisión y el exagerado uso de las redes sociales, como X, la ex Twitter. Lugar donde el odio es el pan de cada día; donde el odio se recicla y se multiplica en odios chiquititos, que se suman a los odios grandes y repotencian el odio a escalas gigantescas (valga la redundancia). ¿Qué puede salir bueno desde ese lugar?
Milei sigue volando, desde las alturas solo baja para postear y dar un par de notas... y seguir viajando. Ya lleva ocho giras a diferentes partes del mundo y no trajo una sola inversión a un país que las necesita de forma urgente. De esos viajes, la gran mayoría tuvo carácter religioso o fueron para recibir premios, sumando cucardas a su pechito orgulloso de famoso presidente anti inflacionario (ejem) y gurú del sueño libertario como verbo hecho carne. En ese trajín hubo presidentes que lo evitaron, premios apócrifos, problemas protocolares, y nada, pero nada de algo positivo para el país/estado que él intenta destruir mediante amenazas o futuros vetos.
¿La democracia? Con dolor de oídos. Esperemos que las instituciones que son las responsables de velar por el bien de la población no hagan oídos sordos al clamor de su gente. Clamor que por ahora es solo un susurro.