"La imperfección es la belleza, la locura es genial y es mejor ser absolutamente ridículo que absolutamente aburrido." Marilyn Monroe
El Peiso no necesitó de las redes para hacerse conocer; siempre decía a sus interlocutores que a él no le gustaban ni las guasas ni los "guasaps".
"La imperfección es la belleza, la locura es genial y es mejor ser absolutamente ridículo que absolutamente aburrido." Marilyn Monroe
El pasado jueves 21 de octubre se cumplió un año del fallecimiento de Carlos Mario Peisojovich, tan conocido por ustedes como Peiso, el loco Peiso. El Peiso no necesitó de las redes para hacerse conocer; siempre decía a sus interlocutores que a él no le gustaban ni las guasas ni los "guasaps". Él iba chocho por la vida con su telefonito a botonera que usaba solamente para hablar, porque no veía las letras para mensajes; desguazado, obviamente.
Tenía el record de romper aparatos de radio y de gastar fortunas en pilas y repelentes. Paso a explicarles: rompía las radios porque tenía la costumbre de escuchar las "audiciones" al mediodía, a la siesta y a la noche; la hora fatal (para los aparatos). Casi sordo de un oído por uso y abuso de auriculares y casi sordo del otro por conveniencia, se dormía con el aparato de radio en su pecho, para no perderse detalle y por puro fanatismo de los programas nocturnos de las emisoras porteñas. Muchas veces se despertaba con la radio destripada en el piso, las pilas desparramadas en recónditos e inalcanzables lugares y las partes del "coso ese que tapa las pilas" rotas. Segundo inconveniente: las pilas. Si no se perdían, terminaban agotándose a la semana por el exagerado uso que hacía de ellas; porque no solamente realizaba un intenso abuso de manera consciente, sino que a veces simplemente se olvidaba el aparato encendido porque ni se enteraba de que estaba prendido desde la noche anterior. ¿Por qué no usaba enchufes? Se preguntarán queridos amigos. Simple, los rompía. Era un personaje al que le gustaba deambular escuchando la radio, del dormitorio a la cocina, de la cocina al comedor y así todo el día. No quería perderse detalle, fue un animal de radio, de la radio libre, sin ataduras ni cables, una extensión de su persona y de su personalidad.
Su obsesión con los repelentes: tenía una teoría que se condecía con su personalidad; afirmaba que donde sea que estuviese, ahí estaban los mosquitos; los que lo rodeaban sin tregua, generalmente se centraban en sus tobillos sin medias y en mocasines (muy a la usanza de los 70's) así que en los atardeceres estivales, dejaba pasar las horas con su radio a pilas encendida a todo volumen (sus vecinos pueden dar cuenta de ello), con espirales encendidos en cada una de las habitaciones, con hectolitros semanales de repelente sobre la piel siempre bronceada y la lectura de diarios nacionales y El Litoral principalmente.
De carácter afable, de modos amables y sonrisa fácil y cálida, encandilaba a conocidos y amigos con chistes generalmente autorreferenciales. Como hacen quienes no están acostumbrados a no esconder nada. Se amaba con pasión desmedida, no egoísta. Mezcla de mimo, actor, y payaso verborrágico, se desenvolvía de cualquier eventualidad con la risa y la simpatía natural de saber que siempre te iba a dar algo más que una experiencia, te regalaba un momento de gracia, una anécdota.
"Yo me acuerdo una vez que lo vi y…" así empiezan muchas de las charlas cuando se enteran que soy el hijo o simplemente para recordarlo aquellos que lo conocieron mucho o poco. Todos tuvieron un pedacito de él. Él se encargó de eso.
Extremadamente culto, amaba el cine de autor y la música clásica. Leía diariamente. Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, y los escritores rusos y alemanes del siglo pasado (la pucha que suena vetusto). Admiraba a quienes hacían buen humor: Groucho Marx, Les Luthiers, Diego Capusotto, Landrú, Quino y tantos otros hacían las delicias de su eterno sentido del humor. No era común verlo o escucharlo enojado, pero una de las cosas que lo rebelaba era precisamente la falta de lectura de autores que él consideraba esenciales, clásicos y contemporáneos, y la ignorancia de los jóvenes periodistas respecto al periodismo pasado y sus figuras fundamentales y fundacionales. Lector reputado, re-puteaba la "googlealización" de la profesión y la falta de conceptos precisos en determinados temas. Muchas veces venía con el cuento de que estaba escuchando tal o cual cosa por radio y que tal o cual periodista no sabía quién había sido tal o cual persona en la cultura o en el medio.
Desordenado, diría que casi todo en su vida estaba plagado de desorden y caos, excepto en la puntualidad horaria. Vicios del oficio y la profesión, sus horarios eran respetados con máxima eficacia inglesa, pero para todo lo demás, era el despelote andante.
Locura sana le llaman, como si los locos fuesen malos; pues sí, tenía una locura de no atar, tenía la locura de la libertad. No se acartonaba ni se ponía en poses estudiadas; andaba despreocupado por la vida y por los medios que lo cobijaron bajo sufrientes direcciones y producciones. Jugó a divertirse con las palabras y con los micrófonos, jugó al actor y al conductor, jugó con su gente y para ellos; jugó al rockero y al D.J., se divirtió con la vida como casi nadie lo hizo, sin culpas ni culpabilidades. Jugó a entretener para entretenerse.
Yo lo descubrí de grande y pude darme cuenta que detrás de todo ese aparente "descuido al andar" él tenía sus cosas bien claras y estudiadas. Solo un par de muestras como ejemplos: cuando nos fuimos a España, para ganarse un lugar en el Sello Ariola, que sería el trabajo que lo tomaría como difusor y representante de artistas, compró revistas por kilo y las devoró para embeberse de la cultura, el carácter, los medios y la música española, y así poder sorprender y agradar a quien sería su jefe. A las pocas horas de llegar, ya tenía su trabajo y el conocimiento previo de la sociedad que iba a acogerlo durante los siguientes 20 años.
En su rol de desbocado conductor de libre espíritu, desafió constantemente al "status quo" reinante en cada medio que pisó. Pedía perdón antes, nunca después. Es conocida y famosa la anécdota en la vieja "Nueva Nueve" cuando después de haberse mandado una de las suyas con el director de aquel entonces, gran amigo y socio, el Sapo Caputto, donde éste llama a la recepcionista diciéndole que a partir del día siguiente el Peiso no debía poner un pie en la radio -"Señor Peiso, el señor "Sapo" dice que mañana usted no debe poner un pie en la radio…". Al día siguiente y bajo la anuencia de su operador, entró de manos haciendo la carretilla.
Sus últimos años los cerró cumpliendo sueños que compartió conmigo, y donde tuve la oportunidad de conocerlo mejor, fuera de las anécdotas y las experiencias transmitidas por otros. Su sueño, primer sueño cumplido, fue volver a escribir en El Litoral, su amado diario. El segundo, fue trabajar juntos y dejarme su legado. Pudo cumplirlos.
Soñando se fue también, la fría dama lo encontró durmiendo con su sempiterna sonrisa.
Escribí el pasado jueves en Facebook las palabras que quiero compartir con ustedes sobre este loco que vivía con re-cuerdos.
"Hace un año toco irte. Desplegaste las alas de tu locura y levantaste el vuelo hacia el más allá. Dejaste tu estela inimitable. Fuiste inimputable. Ese día dejaste huérfano a los medios de Santa Fe por segunda vez y, como siempre, se te fue perdonado. Habrá sido por tu alegría sincera, por tu despreocupado desparpajo, por tu graciosa estampa payasesca, que aún sin zapatones ni gestos pintarrajeados, caías siempre de pie. De carcajada fácil y abrazo generoso, abriste caminos y plantaste amigos de roble. El agua de tu amada Setúbal arrastró tus cenizas acompañadas de susurros y silencios de radio.
No fuiste un personaje, fuiste un auténtico 'Peisonaje', y así, quienes te quisieron, te recordarán por siempre".
Era un personaje al que le gustaba deambular escuchando la radio, del dormitorio a la cocina, de la cocina al comedor y así todo el día. Fue un animal de radio, de la radio libre, sin ataduras ni cables, una extensión de su persona y de su personalidad.
Jugó a divertirse con las palabras y con los micrófonos, jugó al actor y al conductor, jugó con su gente y para ellos; jugó al rockero y al D.J., se divirtió con la vida como casi nadie lo hizo, sin culpas ni culpabilidades. Jugó a entretener para entretenerse.