El 29 de abril quedó marcado en la memoria de los santafesinos como una fecha imborrable. Toda evocación a ese momento es una sacudida a nuestra memoria, a un pasado todavía reciente, que se presenta en el recuerdo del trágico día tras el cual Santa Fe dejó de ser la misma.
Por definición, los desastres representan una ruptura en el orden social, en las rutinas; un corte abrupto en el día a día. La ciudad de Santa Fe se paralizó ese 29 de abril, y se necesitaron semanas, meses, para que vuelva a ser la ciudad de antes del ingreso del agua. Tuvimos que trabajar muy duro desde, por lo menos, dos dimensiones: la dimensión de lo público y la dimensión de lo privado.
La administración de lo público consiste en trabajar desde el Estado para proteger a cada uno de sus habitantes, y no solamente desde la importante tarea de la obra pública. En una ciudad rodeada de ríos, es una obligación sostener el buen estado de las estaciones de bombeo, verificar los asentamientos ilegales en terrenos inundables, revisar el estado de los desagües. También generar conciencia social sobre las características de nuestro terreno; diseñar planes de contingencia que se pongan en práctica cuando sea estrictamente necesario. Parece algo tan simple pero no existió, y hubiese evitado las corridas, salir con lo puesto de casa; perder todo.
Y cuando el Estado no está presente, aparece la sociedad civil organizada. Aparecen las escuelas, los centros comunitarios, las organizaciones barriales, las universidades. Todos estos núcleos sociales fueron fundamentales para recomponer la ruptura temporal que implicó la tragedia: asistieron, cobijaron, ayudaron y contuvieron.
La enorme tarea de volver a la cotidianeidad pre-tragedia requirió de cada uno de los santafesinos y santafesinas. Se tendieron lazos interpersonales, interbarriales con la conformación de asociaciones y grupos. Las memorias individuales pasaron a ser una “memoria colectiva”. La antropóloga Susann Ullberg usa el término “memo-paisajes” para referirse al conjunto de memorias y olvidos que se construyen socialmente en torno de un momento determinado.
Esta dimensión de lo privado tejió nuevos lazos entre santafesinos y santafesinas, que tal vez no vemos en el día a día pero que reaparecen en estas fechas, cuando no hace falta decir nada para saber que estamos sintiendo lo mismo, que estamos recordando el mismo ruido, el mismo olor, el mismo barro en las calles y en las casas, la misma angustia, el silencio y los gritos del 29. Los “memo-paisajes” de la catástrofe, que hicieron de Santa Fe la ciudad que hoy es.
21 años después, el reclamo de justicia comenzará a saldarse. Finalmente, el gobierno santafesino indemnizará a las familias que sufrieron esta tragedia, cumpliendo así con el fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Provincia.
Una ley provincial recuerda el 29 de abril de 2003 como el "Día de la Memoria y la Solidaridad de la Inundación de Santa Fe y alrededores". Deberíamos marcar en el almanaque la fecha como la del nacimiento de una ciudad resiliente, que aprendió y se fortaleció con las más duras lecciones. Porque desde ese día, decimos nunca más.
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