Por Rogelio Alaniz
Por Rogelio Alaniz
Por Rogelio Alaniz
Lo conozco a Quique Bolcatto desde hace muchos años, tal vez demasiados. En la vida hay diferentes modos de construir la amistad. Uno de ellos es a través de amigos comunes. Mi amistad con Quique pertenece a ese linaje. Somos amigos porque un puñado de amigos comunes sostienen esa amistad, amigos con los cuales hemos discutido —a veces duramente—, hemos compartido alegrías y tristezas, esperanzas y frustraciones, sin dejar de creer en dos o tres certezas fundamentales que nos justifican como hombres. Hablo de Marcelo O’Connor, Jorge Trédici, Edgardo Salazar, por mencionar a aquellos con los que nos unen afectos perdurables. Algunos están, otro no, pero a la hora de la memoria eso no tiene demasiada importancia.
Hace unos años, leí el libro que Bolcatto publicó sobre Luis Bonaparte. Lo leí con curiosidad y satisfacción.
Bonaparte siempre fue para mí una referencia histórica y moral. También una leyenda, una ejemplar leyenda. Mis mayores me hablaban de él con admiración y cariño. Bonaparte encarnaba los más altos y nobles ideales de su tiempo, pero todo lo que se conocía de él era a través de testimonios orales.
Había sido periodista, legislador, político, militante social y, sin embargo, cincuenta o sesenta años después de su muerte su memoria apenas era recuperada por un puñado de hombres que lo habían conocido. Se sabe que la muerte trabaja para el olvido, pero que es tarea de los hombres impedir que el olvido borre aquellas huellas que marcaron con profundidad su tiempo y aquellas voces que se levantaron para denunciar las injusticias de su época.
Gracias al citado libro pude conocer a Bonaparte, porque un buen libro permite sostener algo así como un diálogo con alguien que ya no está más con nosotros. Le agradezco a Quique haberme permitido intimar con un gran hombre. En realidad, todos deberíamos agradecerle ese esfuerzo obsesivo, esa pasión militante, esa tarea sistemática de exhumar archivos, entrevistar testigos, cotejar textos y todo ello sin otro alimento que sus propias exigencias intelectuales. Bolcatto no está rentado, no conoce becas, viáticos, no dispone de un equipo de producción, todo lo hace en soledad, sin otro estímulo que el que le dicta su propia conciencia.
Un libro así pensado es un ancla con el pasado. Quique sabe que en aquello que llamamos pasado hay tradiciones, testimonios y huellas que no pueden borrarse, que no deben borrarse porque, como dijera Benjamín, si esto ocurre es porque el enemigo ha ganado la batalla.
Pensar en Bonaparte significa reflexionar acerca de la tradición liberal progresista que constituyó la república en la segunda mitad del siglo XIX, y las primeras décadas del siglo XX. Bonaparte fue una de las expresiones más lúcidas de ese liberalismo que puesto a prueba en el escenario de la historia se desplazó hacia posiciones progresistas y en un punto llegó a confundirse con el socialismo.
La biografía de Bonaparte es un testimonio de ese itinerario. El liberal consecuente, el libre pensador, el optimista lúcido y el luchador empecinado define afiliarse al Partido Socialista después del golpe de Estado de 1930.
Está por cumplir los 80 años y, sin embargo, dispone de las energías espirituales necesarias como para seguir apostando a la vida y seguir creyendo en las causas nobles de la humanidad. Como Alejandro Korn, Bonaparte cree en una sociedad más justa y así como supone que el liberalismo permite afianzar los valores de la libertad, entiende que el socialismo es la experiencia teórica que hará posible la justicia en la Tierra.
Se sabe que existen tantas definiciones de liberalismo como liberales hay, pero desde el punto de vista histórico podemos convenir que esa corriente del pensamiento que se constituye alrededor de los ideales modernos de la libertad, en la segunda mitad del siglo XIX adquiere un tono conservador o socialista.
Luis Bonaparte es tal vez la expresión más representativa, de esa fusión del liberalismo con el socialismo, tal como intentara formularlo Stuart Mill, uno de los clásicos del pensamiento liberal. Bonaparte no es el único por supuesto, pero es uno de los que expresa esa orientación con más lucidez y coherencia.
El propósito de Bolcatto es precisamente iluminar ese itinerario que es personal, pero al mismo tiempo histórico. El libro que ahora se publica se titula “Luis Bonaparte. Periodismo y libre pensamiento” y da a conocer los artículos periodísticos publicados desde 1903 a 1934, un año antes de su muerte.
Bonaparte, como los liberales de su tiempo, creía en la verdad de la palabra y apostaba a que el mundo podía ser más justo y más libre, no por capricho de la naturaleza o de alguna disposición divina, sino por la acción inteligente y fecunda de los hombres.
Un diario para él era una tribuna, una cátedra y un testimonio militante. Así, pensaban Sarmiento, Oroño, Hernández, Guido y Spano, Avellaneda y Mitre, entre otros. Para todos estos hombres, la palabra era una cosa seria, escribir era siempre un compromiso, no una excusa o una evasión. Para todos ellos, las ideas importaban y debían difundirse y ponerse a prueba en el debate y en el campo de batalla de la historia. Desconocían ciertas banalidades de la política, ciertos oportunismos celebrados en el nombre de un pragmatismo tan cínico como tramposo. No eran religiosos pero eran hombres de fe, una fe laica, racional y profundamente humanista; una fe sin hogueras y sin dogmas.
Las cartas de Bonaparte escritas a su hija semanas antes de su muerte, en las que reflexiona sobre la vida, el amor, la esperanza y la justicia, son un ejemplo conmovedor de la entereza ética de un hombre que nunca necesitó fugarse a los paraísos de la religión para sostener en nombre de la inteligencia y la sensibilidad los valores trascendentes de la condición humana.
Imposible reconstruir la vida de Bonaparte sin esta vocación de periodista, pensado entonces no como un cronista de acontecimientos triviales, sino como un testigo de la historia y como un intelectual que reflexiona sobre los dilemas políticos y morales de su tiempo.
Vida ejemplar la de Bonaparte que los santafesinos no podemos permitirnos el lujo de desconocer. Ejemplar, porque es una apuesta palpitante a la inteligencia, a la honradez y al coraje civil. Gracias a las investigaciones de Bolcatto, a su esfuerzo tenaz y minucioso, podemos hoy disponer del testimonio de este hombre, pero por sobre todas las cosas, los santafesinos podemos saldar la deuda pendiente con un pasado que por diferentes motivos ha sido olvidado.
A través de las investigaciones de Bolcatto, Bonaparte llega a nosotros para recordarnos que ciertas tradiciones deben recuperase, que borrar aquellas experiencias del pasado significa empobrecernos como sujetos históricos. Que en definitiva la libertad que nos constituye como hombres y la justicia que nos cohesiona como sociedad, son valores que merecen ser defendidos.
(Prólogo de “Luis Bonaparte. Periodismo y libre pensamiento”, de Hipólito Guillermo Bolcatto)