Javier Milei ha removido demasiadas "piedras" y muchas humedades del suelo, ocultas bajo las piedras, han aparecido y se empiezan a secar ante el sol y la intemperie. El periodismo estaba en tal situación. No todos. Un sector se tostaba con alegría ante su decisión: me gusta el sol y el aire libre. Otros celosos de su silencio, vivían bajo las piedras sin que se supiese cómo conseguían el calor del sol porque hay un punto de convergencia: todos queremos un lugar bajo el sol.
En el viejo Restaurante Hamburgo, en Buenos Aires, entre Lavalle y Tucumán, viendo pasar a los autos por la Avenida 9 de Julio (esa paralela tiene su nombre, que siempre olvido, creo que es Bernardo de Irigoyen y no pienso buscar el nombre más allá de mis recuerdos) nos encontrábamos el domingo por la noche con Osvaldo Ardizzone, veterano periodista que, en los 70, servía de núcleo para interminables charlas en la cena y después.
El veterano periodista, cuando entrábamos y nos recibía un "maitre" que nos llevaba hasta una mesa redonda semiprivada, giraba y me murmuraba: "Bigote, alguien paga este despliegue". La referencia es que "el maitre", el recibidor, estaría cargado en la cuenta, cuando llegase el momento de pagar la comida y la intimidad de ese clásico restaurante. No había enojo, simplemente indicaba que se sabía el juego y se aceptaba. El empleado, de riguroso uniforme con saco rojo, sonreía; Osvaldo agradecía.
El Gordo Pedro (Pedro Uzquiza), Jorge Taboada, "El Flaco" César, José María Casabal, algunas veces Juan De Biase, también Horacito Del Prado, y se sumaba alguien a quien invitábamos a compartir una mesa de tango y fútbol, de literatura y amor por Roberto Arlt, Raúl González Tuñón, y la mofa de los periodistas de las frases hechas y el corazón dormido sobre el más visible costado, el de la billetera. Nos conjuraban los libros y la bohemia del amor por la literatura rusa.
Todos cobrábamos un sueldo y todos, sin dudas, teníamos amores y odios. También desconocimiento. Entre los triunfos de mi vida diaria cuento (entre los triunfos grandes, importantes) haber presentado a Osvaldo con Astor Piazzolla. También "al flaco". Un sitio que regenteaba Blackie (Paloma Efron), donde Astor presentaba su material con ese extraño conjunto que también integraba su hijo. Cantaba el flaco José Ángel Trelles. Bancaba un bodeguero mendocino. En la cuadra siguiente de "Caño 14".
¿Dónde, dónde estarán esas grabaciones, cada día diferentes? ¡Que conciertos! Nada era gratuito. Blackie decía: "Cuenten lo que vieron, así viene más gente". Nos reíamos de Bernardo Neustadt/Mariano Grondona y de José María Muñoz. Había un tácito acuerdo: todos trabajamos por una paga. La "pitanza". Oro, incienso o mirra. "Algo que me alivie un poco más" podríamos sostener, con el permiso de Fito Páez, el que una vez se enojó con la mitad de la ciudad de Buenos Aires y la insultó. Había una certeza bajo las piedras. Nadie es un clavel del aire, todos teníamos un cable a tierra, un sitio donde se encontraba el mendrugo. Nos confabulábamos por afinidad de amores, odios y escarnios.
Puestos en este día, para que se entienda, a nadie molestaría que Jonatan Viale, Luis Majul, Alejandro Fantino, Ernesto Tenembaum, hasta personalidades tan particulares como Carlos Pagni, Baby Etchecopar o Viviana Canosa digan lo suyo y, de hecho, a nadie molesta ni sus casos ni los de Víctor Hugo Morales u otros.
Tampoco molesta la parábola de personalidades tan importantes como Jorge Lanata. Recuerdo con una sonrisa aquello que fue "el programa oficial": 6, 7, 8. Con otra sonrisa memoro a los y las que se fueron de allá para acá con muchas ganas y mucha necesidad. En ese programa se terminó por demostrar que "todos tenemos un amor… que nos complica la vida" (Hasta los muchachos de La Mosca saben de filosofía barata y zapatillas… bueno… ¡Basta de derivar!)
En muchas oportunidades el mendrugo coincide con las ideas y el asunto es más cómodo. En otras, las ideas son pocas y el mendrugo necesario. Enrique Santos Discépolo, uno de mis afectos con calor de eternidad, fue un militante feroz (Mordisquito). Enrique Pedro Maroni, el uruguayo de La Cumparsita, leía el diario La Prensa a la mañana temprano en una jovencísima manera de comunicar: las radioemisoras de la década del 30.
La radiofonía como un modo de conectarse y entender la vida… según el color de quien la cuenta. El diario La Prensa… qué manera de definirse. Una cuestión viejísima dice lo suyo: esa cuentera milenaria y universal, la mentirosa señorita Scheherezade, que contaba y contaba para salvar la vida. Ojito, contaba según creía que serviría para salvar su vida… sin enojar al príncipe… ¿Se entiende?
En algún momento, un día, después de "la caída del muro", mucho después de Hiroshima, el mundo de las mil noches en una noche se fue convirtiendo en el cuento que se universalizaba, que aceptaba necesario. Repito: se volvió necesario alguien que explique el día de ayer en esta fría mañana tan incierta. Alguien en quien confiar, para no pensar en mitad del camino hacia el trabajo… si lo hubiera o hubiese.
En otro momento ese personaje, verdadero intermediario, advirtió que lo suyo era, finalmente, un poder, un don, una herramienta. Un arma. En otro corte del tiempo (otro momento), ese arma (el arma, masculino), se convirtió en tan poderosa que solía escaparse de las manos. En todo caso que mataba más de lo previsible. Uno se dio cuenta y los demás también.
Alguien carga las armas. No es El Diablo. Tal vez sí. Con semejante arma el poder es parte integrante, acompaña y se consigue, se defiende, se define. Si bien se sabe que la información es poder, el caso de retorcer la información al punto del engaño y la superchería, se da como consecuencia. Tres cosas, parados en este fin de abril, deben incorporarse, deben darse por conocidas para engañarnos menos; al menos eso.
Desde "LA" Democracia de 1983 a la fecha, el periodismo, que tomó partido, inundó de información real, real e imaginada, real, imaginada y/o deseada a quienes podía alcanzar con esa, su arma. Todos somos parte de un juego en el que nadie es imparcial porque esta tipificación no existe, ni siquiera como recurso de armisticio. Todos los Actores Políticos de Primer Grado eran enjuiciados a diario por los Actores Políticos de Segundo Grado (el periodismo).
La Peste destruyó bastiones que se creían inexpugnables. Las clases por zoom, la política por zoom y hasta la pornografía de los políticos por zoom. Cambió la calidad de la intermediación y su necesidad. El universo se abrió a lo superfluo y lo profundo como una categoría única: los que estaban en el zoom en ese momento desde cualquier lugar y sin ninguna intermediación.
Ni libros ni lenguaraces. Una atomización de los foros. El universo es ancho y ajeno. Desde Johannes Gutenberg, que popularizó el conocimiento, nada hay de tanto estallido como el mundo viviendo el día a día por las redes. La convivencia de tantas formas simultáneas de comunicación provocó un ruido, un estallido que aún no terminó. Tal vez no convivan, acaso confronten. Es una Nova en expansión.
Bajando al país aquella sumatoria de escarnios, de claras y "valientes" denuncias de una parte de los Actores de Primer Grado y la contrapartida, las denuncias de la otra mitad del menú llevaron a un punto: no hay nadie sano, honesto, posible. Ese fue el saldo de tanto mensaje pago por salud, dinero y amor. Con todo se cobraba y se cobra. Aparecieron los "Luises". El Estado soy yo. Después de mí… el Diluvio Universal. El mensaje tiene, si se me permite, un claro corte nihilista.
Es un "cul-de-sac". Lanata es súper valiente al denunciar. Debía hacerlo. Víctor Hugo debía defender. Ambos deben cobrar su pitanza. Los empresarios periodísticos necesitan de los ganapanes. Los Actores de Primer Grado saben del pacto: los amigos me invitan, los enemigos me critican. No es un juego de "suma cero", porque las consecuencias son muchas y nadie conoce el fin. Se sabe que no existía un sitio sólido en la relación durísima de Estado y Sociedad. ¿Qué Estado? ¿Qué Sociedad?
Ni en el peor grotesco discepoliano, ni en el más berreta de los sainetes de Alberto Vaccarezza se podía crear un personaje como Javier Milei. Pero cuidado: no solo que existe y desafía la lógica del siglo XX y los valores consagrados de la compra y venta de opinión (repito: por salud, dinero o amor), sino que (¡Cuidadito!) es la más legítima expresión del voto popular.
Los columnistas "finsemaneros" siguen en sus poltronas (pagas, obvio y está bien que así sea). Se creen, nos creemos, que la voluntad popular está equivocada. Já. Llegó Ubú Rey al país y tiene en sus espaldas el 56% de los votos y la sorpresa del periodismo que dice "Yo no fui"; del Actor de Primer Grado que dice "Yo no robé tanto", "No era para que nos pase esto".
Milei ha removido demasiadas "piedras" y muchas humedades del suelo, ocultas bajo las piedras, han aparecido y se empiezan a secar ante el sol y la intemperie. Personalmente me asusto. Societariamente me irrita aquel que dice: "Yonofui, yonofui". Compramos demasiado pasado y perdonamos demasiados pecados, ahora vienen negándonos el pan nuestro que hemos conseguido perder. O casi (la esperanza de la pauta es lo último que se pierde).
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