Aún hoy, pisando los 90, cada vez que paso por las ruinas del Hotel Ritz no puedo evitar mirar arriba, a la terraza…
Aún hoy, pisando los 90, cada vez que paso por las ruinas del Hotel Ritz no puedo evitar mirar arriba, a la terraza…
Por aquellos años, y hablo del año 47, el diario "El Orden" había largado una convocatoria: Todo el que tenga una "necesidad o una carencia" escriba una corta misiva y tráigala al diario, nosotros se la daremos en mano a Evita en su próxima visita a Santa Fe.
Yo tenía una familia profundamente antiperonista, pero también tenía una urgencia: la salud de mi mamá.
Los médicos habían sido terminantes, de no conseguir la droga todo se complicaría rápidamente y el desenlace sería cosa de días. Para colmo, no era cuestión de plata, es que en Argentina no se producía.
Por la publicidad se me "prendió la lamparita", tenía que escribir una carta a Perón; era la única posibilidad para mi madre. Y tenía que hacerlo en secreto, sin que se entere mi papá, que nunca lo hubiera aceptado, y menos mi mamá que desconocía la gravedad de su enfermedad.
Toda una aventura para mis 16 años recién cumplidos. Debía ser cosa mía y de nadie más.
"Señor Presidente: Mi madre se encuentra en muy grave estado y los médicos de Santa Fe y de Rosario nos dicen que debemos conseguir una droga -Hj14 de laboratorio Squibb- que en nuestro país no se consigue. Por si de algo sirve, ella dice conocerlo de cuando estuvo en el Regimiento 12. No sé si será verdad. Le agradezco de corazón lo que pueda hacer. José Luis G., hijo de Marta A. de G".
¡Inocente de mí!
Aquel 7 de diciembre en que llegó Evita, carta en mano, seguí la caravana por toda la ciudad. Estaba convencido de que si se la daba personalmente sería mucho mejor y, seguro, seguro, llegaría al presidente.
Por el tránsito de locos y un policía pesado, tarde llegué con la bicicleta a la estación del Mitre. Y nada, sólo la pude ver de lejos.
Alguien dijo que se iba para el nuevo Hospital de Niños, en bulevar, y para allá me fui pedaleando a todo lo que daba.
Ahí la vi, estaba en el balcón, saludando a la gente. Por más que le hice señas con la carta en la mano, creo que ni me vio.
Después me fui hasta Colón, y tuve que dejar la bicicleta con el cuidador y hasta pagar la entrada. Adentro del estadio, unos guardias impidieron que llegara al campo, por más que expliqué que era sólo para darle una carta.
Pero en la cena de Unión al fin logré mi cometido. Mi amigo el Chueco Gómez, que jugaba de wing derecho en la primera del club, me hizo el favor. Yo vi desde lejos cuando se la entregó a Evita en mano.
Tarea cumplida, volví contento y me mordí para no contarle a mamá.
A las tres semanas y poco, el cartero dejó en mi casa un paquete con el remedio y una carta de puño y letra de Perón que aún conservo.
"Estimado José Luis, ahí te mando el medicamente para Martita, dispensá la demora pibe, es que tuve que pedirlo a Estados Unidos y vos sabes que estos gringos son difíciles de arriar. Deseale una pronta mejoría y decile que iré a verla por Santa Fe. Atte. Juan Perón".
Mi mamá, ya estaba complicada pero alcanzaron a inyectarle la droga y mejoró notablemente por un buen tiempo. Los médicos dijeron que por efectos del medicamento pero yo creo que fue por haberle leído, en secreto, la carta del General.
Murió en julio del 48 con la idea fija de esperar a Perón para agradecerle y decirle que ya estaba curada. Cuando se dio cuenta de que no llegaba le escribió una carta larga, todavía la tengo guardada, aunque por respeto nunca llegué a leerla.
El General Perón llegó a Santa Fe dos meses después, en septiembre; con Evita se hospedaron en el Ritz, y cumplió. Mandó al edecán a mi casa para preguntar por la salud de Marta.
Por desgracia se anticipó mi papá y lo sacó carpiendo.
Hasta llegó a pensar que se trataba de una broma de mal gusto o algo aún más cruel.
Yo tenía que hacer algo en honor a la verdad y por la memoria de mi vieja.
Me fui a Ritz.
Entré al hall central y vi al edecán que horas antes había estado en casa.
Tomé coraje, me acerqué y amagué a entregarle la carta de mi mamá para el general. El milico, me paró en seco y me pidió que espere. Tenía que hablar con el presidente.
Al rato volvió y me dijo que Perón, sí, sí, el mismísimo Presidente de la Nación, me esperaba en el sexto para comer algo.
Y esa noche, esa inolvidable noche del miércoles 8 de septiembre de 1948 en la terraza del Hotel Ritz cambió mi vida. Me hice peronista.
Hablamos del país, hablamos de lo hermosos que era este Hotel Ritz, de la vida y de la muerte. Y terminamos los dos abrazados y llorando cuando me contó del noviazgo breve pero intenso con mamá, cuyo secreto ella se llevó a la tumba.
Fui diputado provincial, diputado nacional y funcionario en varios ministerios, antes de morir mi papá me perdonó todo. Todo menos aquella noche con el general que tuve la mala idea de contarle años después.
Hablé con Perón muchas veces; la última en marzo del 74. Ya estaba enfermo y muy cansado.
En gobierno, en medio de un encuentro con políticos de todo el país, yo muy atrás sentadito, escuchando. Me vio, y sonrió a la distancia. Interrumpió la reunión e hizo un gesto para que me acerque. Tuve que atravesar el salón con la mirada de todos. Por esos días, había quienes dudaban de su lucidez.
Ya a su lado, con voz cascada me dijo al oído. -Pibe, me dijeron que se fundió el Ritz, ¿será cierto?
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"Veinte relatos posibles" son aventuras literarias entre la ficción y la realidad, que recorrerán las distintas etapas del Edificio Plaza Ritz. Tu historia puede inspirarnos y podés enviarla a: [email protected]