Por Jorge Bello | El Litoral
La picazón, el intenso picor resulta difícil de disimular, y las lesiones causadas por el rascado son igual de elocuentes, delatoras. Estos dos elementos, junto con el aspecto general del individuo, le dan la excusa al dedo acusador, que señala al niño, que no tiene la culpa.
Así señalado, el niño se verá estigmatizado, marginado. Verá limitadas sus posibilidades sociales y escolares. El dedo acusador, cruel e hipócrita, ignorante, ocasiona mucho daño, tanto al individuo a quien señala como al grupo, familia, villa o comunidad al cual pertenezca.
La mayoría de los afectados son niños y jóvenes. Las embarazadas, las madres que dan de mamar y el bebé que de ella mama resultan también afectados en particular. La sarna no se debe a la pobreza, ni a la poca higiene, sino a la negligencia oficial.
Mal llamada sarna o sarnilla, la escabiosis reclama más y mejor atención. Reclama respeto y que se sepa, porque saber es lo primero para que no te engañen.
Allá donde es complicado el acceso a un médico, una enfermera u otro agente sanitario igual de competente, la escabiosis se expande con rapidez entre los miembros de la familia y la comunidad. Entonces el estigma los marca, primero al individuo y después a la comunidad. Y el estigma es un obstáculo, incluso para buscar atención médica y tratamiento.
En muchos lugares, para muchas personas, poder llegar al médico y luego acceder al tratamiento es más una teoría que una realidad. Como consecuencia, la escabiosis se extiende, y puede complicarse con una infección bacteriana, el impétigo.
A su vez, el impétigo puede relacionarse con complicaciones más importantes, y de más difícil tratamiento, que afectan al riñón y al corazón. Fácil será comprender que la enfermedad, aguda o crónica, en un entorno donde atención médica y tratamiento son complicados de conseguir, representa un obstáculo para el desarrollo de este entorno, siendo que desarrollo es lo que ese entorno más necesita.
En efecto, el estigma asociado a la escabiosis y la posibilidad de complicaciones agudas y crónicas son una amenaza para la salud. Y ésto implica un obstáculo para el desarrollo, sobre todo de los niños y jóvenes, de las embarazadas, de las madres que amamantan y de los bebés que maman.
La salud, luego el futuro de la comunidad pueden verse así comprometidos, porque ya se sabe que la salud física y mental de cada individuo contribuye a determinar las perspectivas del entorno donde éste vive y se desarrolla.
La escabiosis no se debe a la falta de higiene, ni a la pobreza. Si bien es frecuente en entornos sociales carenciados, también son frecuentes los brotes epidémicos en colegios privados, en campamentos y entre universitarios. El contagio es rápido cuando se comparte la cama, por el motivo que sea.
De alguna manera, la escabiosis es también un enfermedad de transmisión sexual. Pero así como no son ni la pobreza ni la mugre quienes causan la escabiosis, tampoco es el sexo quien la transmite. Es un parásito que pasa de persona a persona aprovechando el estrecho contacto al cual la pobreza, y el sexo, obligan. El parásito que causa la escabiosis no salta ni vuela, pero sí que camina rápido.
Se transmite de persona a persona, de piel a piel. Así, el contagio ocurre en el diario convivir, o en el pasar rato largo en estrecho contacto, con independencia de la condición social y de la higiene. El perro no transmite la escabiosis. El contagio por medio de objetos o de ropa es posible, pero es menos probable.
Hay que saber que el intenso picor de la escabiosis puede tardar más de un mes cuando se trate de la primera infección. Durante este tiempo, el paciente es contagioso, pero no lo sabe. El tratamiento es entonces necesario, incluso para los contactos del paciente, aunque todavía no les pique nada. Si es una re-infección, en cambio, el picor aparece rápido.
En Argentina, la escabiosis está presente en un grado que se considera medio (similar a Egipto y Nigeria). En Brasil, en cambio, lo está en un grado alto, como en Camerún. Y en ambos países los tiempos son difíciles para las muchas comunidades que la pasan mal a causa de la negligencia oficial. En Brasil ya se ha visto el retroceso, por esta negligencia, de los muchos logros que en materia de sanidad para todos se habían conseguido durante los últimos años. Me pregunto si en Argentina no está pasando algo similar.
Ya se sabe que ciertos cambios políticos provocan cambios sociales en consecuencia. Y también se sabe que estos cambios pueden favorecer la aparición de epidemias, incluso de escabiosis.
La escabiosis está presente en un grado que se considera muy alto en ciertos lugares como Panamá y las islas Fiyi. Sabiendo la importancia de esta enfermedad, en dos de las islas Fiyi se les ofreció, a todos sus habitantes, un acceso fácil y rápido al diagnóstico y al tratamiento. Los resultados de esta actuación demostraron que el acceso al diagnóstico y al tratamiento, más que cualquier otro factor, es la clave para que muchas personas se liberen por fin de la enfermedad, y se detenga así la cadena de contagios.
Para resaltar la importancia que tiene esta enfermedad como obstáculo para el desarrollo de ciertos grupos, barrios y comunidades, en 2017 la Organización Mundial de la Salud incluyó la escabiosis en la lista de las enfermedades olvidadas, es decir, tratadas con negligencia. La enfermedad de Chagas también está en esta lista.
La mayoría de los afectados son niños y jóvenes. Las embarazadas, las madres que dan de mamar y el bebé que de ella mama resultan también afectados en particular. La sarna no se debe a la pobreza, ni a la poca higiene, sino a la negligencia oficial.
Allá donde es complicado el acceso a un médico, una enfermera u otro agente sanitario igual de competente, la escabiosis se expande con rapidez entre los miembros de la familia y la comunidad. Entonces el estigma los marca, primero al individuo y después a la comunidad. Y el estigma es un obstáculo.
- The public health control of scabies: priorities for research and action. The Lancet 2019; 394: 81-92.
- Brazil’s unified health system: the first 30 years and prospects for the future. The Lancet 2019; 394: 345-356.