Nos escribe Adrián (34 años, Urquiza): "Buenas tardes Luciano, te escribo porque hace un tiempo que estoy con ansiedad y me pasa que ya no sé qué hacer. Te aclaro que hace un tiempo que voy al psicólogo y después empecé con psiquiatra, pero me cuesta mucho dejar de pensar. Ahí no sé qué viene primero, si el pensamiento o la ansiedad. ¿Estoy ansioso y pienso, o pienso porque estoy ansioso? Me gustaría conocer tu opinión sobre el tema de la ansiedad, desde ya que te lo agradezco mucho".
Querido Adrián... ¡Qué difícil es la ansiedad! En principio, me alegra saber que estás en tratamiento psicológico, que incluso diste el paso hacia la consulta psiquiátrica, sin sentir que eso era cosa de "locos". Son muchas las personas que sufren y, por no aceptar la necesidad que tienen de un tratamiento integral, van cambiando de profesionales o prueban cosas diversas, a la medida de sus miedos.
Lo más complejo en el inicio de un tratamiento, es entregarse y aceptar con consenso las indicaciones del psicoterapeuta o del médico. Esto a veces es difícil en los casos de ansiedad, en los que la prisa hace que se quiera una solución rápida, o bien la desconfianza se revela como un síntoma de base. Por otro lado, en relación a lo que me contás, me resulta importante destacar que el tipo de ansiedad que vos mencionás es la que se relaciona con el pensamiento.
La ansiedad tiene diferentes máscaras y a cada profesional le toca hacer el diagnóstico que corresponde. Incluso es interesante la pregunta que proponés, "¿Estoy ansioso y pienso, o pienso porque estoy ansioso?", porque no se nota la oposición que buscás plantear. Dicho de otro modo, no queda esbozada la alternativa: que pensar sea la causa de la ansiedad. Entonces, como supongo que esto que no se pudo decir es lo importante, voy a dedicar este artículo a reflexionar sobre la relación entre pensamiento y ansiedad.
Por supuesto, como otras veces, desde un punto de vista amplio, para que sea de utilidad para los demás lectores de esta columna. En primer lugar, quisiera decir algo que parece simple: no siempre el pensamiento fue tan importante. Por ejemplo, incluso entre los filósofos griegos había momentos en que era necesario dejar de pensar y hacer otras cosas. El pensamiento no es algo que va bien con cualquier momento del día.
Esto último es algo que también sabían algunos filósofos romanos, cuando decían que, en el final del día, antes de irse a dormir, era mejor dedicarse a la tarea de recordar y, sobre todo, darle lugar a la imaginación de momentos felices –por ejemplo, la relación con aquellos que amamos y nos aman. Pienso en cuántas personas hoy padecen insomnio porque no dejan de pensar en la cama. Es que, en segundo lugar, nuestro pensamiento más corriente suele ser operativo. Nos la pasamos pensando qué hacer o qué vamos a hacer.
Si te fijás bien, querido Adrián, te vas a dar cuenta de que muchas veces lo que hacemos es darnos órdenes con la mente: "Y ahora voy a hacer esto, después esto, mañana esto otro, etc.". Este funcionamiento del pensamiento como voz impersonal es uno de los modos que asume lo que en psicoanálisis llamamos superyó. Por eso me parece interesante que un filósofo de otra época dijese que, ya en la cama, mejor imaginar; es decir, darle lugar al a mirada. Tengo un amigo que cuando se va a dormir repasa mentalmente los goles de Lionel Messi.
Pero no nos vayamos por las ramas. Ya que mencioné a los antiguos y los romanos -no por nada en los últimos años están despertando tanto interés los estoicos-, detengámonos por un momento en ese filósofo moderno por excelencia, René Descartes, quien dijo "Pienso, luego existo" y así selló la fórmula de nuestro malestar contemporáneo.
Desde Descartes pareciera que pensar es lo más importante que podemos hacer, incluso quedó habilitado el pensamiento como actividad constante. En efecto, hasta ocurre que ante un problema queremos resolverlo con el pensamiento, pensando, cuando la mayoría de los problemas -me animo a decir- se resuelven de otro modo, viviéndolos.
Es tan fuerte el impacto de Descartes en nuestro modo de existencia, que con los siglos no nos llama la atención que los seres humanos hayamos inventado máquinas para pensar, dedicadas por supuesto al pensamiento operativo, a las que llamamos "computadoras". Y, por cierto, hay teorías psicológicas que parten de postular que la mente sería un sistema de funciones operativas como el de una computadora.
Nada de esto es sin consecuencias. La verdad es que la invención de las computadoras no nos ayudó a estar más livianos con el pensamiento; no es que ellas nos descargan de esa tarea de pensar, sino que la reforzaron. Vivimos pegados a las máquinas y así muchos dicen que no pueden dejar de maquinar. En nuestra cultura, la identificación con la máquina se volvió absoluta.
Qué difícil, entonces, empezar a orientarse con el pensamiento. Las personas piensan y piensan, pero no por eso saben pensar. Para mí es importante regresar a una idea típica de los viejos filósofos: necesitamos pensamientos "adecuados". ¿Qué es un pensamiento adecuado? Uno que es acorde con la situación en la que estamos y que, además, nos permite dejar de pensar.
Esto que también parece simple, es bastante más complejo. El pensamiento operativo al que estamos entregados, vive obsesionado con lo correcto, con lo verdadero, etc., pero perdió el criterio de adecuación. Por ejemplo, yo puedo ir hacia mi casa en colectivo pensando en un teorema matemático y empezar a ponerme ansioso por llegar y desarrollarlo.
El problema en este caso es que estoy pensando en un lugar en que pensar no es algo facilitado; comienzo a exigirme y quizá cuando llegue a mi casa me lleve puesta a la gente, ni salude y, ya en el escritorio, no recuerde qué quería pensar. Así me voy a sentir frustrado y la ansiedad va a aumentar.
¿A dónde voy con todas estas reflexiones? A un detalle concreto. Si el ejemplo que di gira en torno a un teorema, imagínate lo que ocurriría con un problema existencial. La vida se puede volver imposible si uno no se toma el trabajo de aprender a pensar. Los seres humanos no somos animales racionales; ya no en el siglo XXI, cuando somos más bien máquinas que sufren del pensamiento.
Para concluir, querido Adrián, quisiera recomendarte dos reflexiones: no trates de que el pensamiento sea la solución para algo y, mejor, concentrate en buscar pensamientos que te puedan dar paz. En segundo lugar, pensá con otro más que en soledad, para que el otro pueda ayudarte a separarte de los pensamientos rígidos. Como despedida, me alegro nuevamente de saber que estás en espacios terapéuticos. Confío en que así todo irá bien.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com