Habían matado a Pocho. Un tiro en la garganta. “Bajen las armas, acá sólo hay pibes comiendo”, había dicho Pocho, parado sobre el techo de la escuela, a los policías sedientos de bala. Lo bajaron de un tiro. Y nació un ángel, el Ángel de la Bicicleta. Pero también nació la militancia de otro miembro de la familia Lepratti. Su hermana, Celeste, tan parecida a Pocho, viajó desde Entre Ríos para ocuparse de los dolorosos trámites que la burocracia impone cuando te matan a un hermano. Era apenas una jovencita del campo. Y al sentir el amor que toda la barriada rosarina le había tenido a Pocho, no se fue más. Se quedó en Rosario y tomó su bandera de lucha por la igualdad social, por la inclusión, para crear “un mundo en el que quepan todos los mundos”, como decía su hermano. Celeste militó los barrios de Rosario, fue concejala y nunca claudicó en su reclamo de justicia, por su hermano, víctima del gatillo fácil de la represión de aquel trágico diciembre de 2001. Pero también por el resto de los mártires. Por cada uno de ellos. Como lo hizo este último diciembre, al igual que cada año. A Celeste la conocí en Santa Fe. Venía seguido a reclamar a Reutemann justicia por la muerte de Pocho. Y se quedaba. Conversaba. Miraba a los ojos. Después me tocó publicar una crónica que abre el libro “Pocho Vive!” (Ed. Biblioteca Pocho Lepratti y UNR). Mi artículo se titula Alegría Cero. Y lo presentamos una noche en la Feria del Libro de Santa Fe, junto a Celeste. Después nos fuimos a ATE, con los compañeros y las compañeras, a compartir un asado y hablar de Pocho. En horas se va el año y nos cae esta triste noticia. Hasta siempre, admirable Celeste, luchadora. Andá, abrazalo a Pocho, que te espera.