Por Augusto Munaro
Por Augusto Munaro
Más allá del aura vagamente nihilista que nos remite el título, acaso, como un libro más de la bibliografía del filósofo rumano Cioran, lo primero que pensé luego de concluir la lectura de "Ética para nada", fue en los hermanos Lamborghini: Osvaldo y Leónidas. Genios de la lengua argentina. Y cuando digo lengua, me refiero a la poesía, desde luego. ¿Cómo escribir poesía "desde"/"luego-de" ellos? Dificilísima empresa, sin embargo, el autor de este libro lo ha conseguido.
"Ética para nada", de Manuel Ignacio Moyano, busca-intenta-ensaya desentrañar los estragos de una mirada. Se lanza a la misión de querer versar ese ejercicio íntimo, dar de lleno ante esa mirada que lo empuja a indagar sobre los propios límites del lenguaje. Pues, en ese "idioma que tenés escrito/ atrás de los ojos", está la médula narrativa del poemario. ¿Qué le dice a la voz que ve esos ojos inolvidables, esos ojos inasibles?, ahí, la aventura del libro. Y en ese periplo misterioso -entre comillas, paréntesis y digresiones-, Moyano sabotea el lenguaje, haciendo poesía.
Pues ante todo, en Moyano hay una clara desarticulación de los versos. Ellos se estructuran buscando otra lógica, y claro, otra ética. La de la indagación. Teje una elipsis poética singular. Radical; vocablo tras vocablo las reorganiza, las fricciona entre sí, exprimiendo otras emociones. "Espina acacia/ incrusta ojo/ revienta cristalino/ crea cielo/ ojo/ sin ver/ busca luz/ mentón mueve/ caer/ cabeza atrás/ cielo interno abrir". Hay, claro, un goce de la lengua. Plena de elipsis, su creatividad radica, no en la interpretación, sino en su propia expresión. Las suyas, son otras realidades. Literalidad al pie de la letra. Una literalidad sonora, resistiendo en el pliegue del balbuceo. Ese es el lugar desde donde se inscribe parte fundamental de su poética.
Pues su escritura es móvil, inquieta, siempre al acecho. Su relación con la misma es conflictiva, dado que persigue el desborde que reagrupa, refuncionaliza y atraviesa formas discursivas muy variadas. El espíritu escriturario de Moyano se reduce así al intento obsesivo de librarse de cualquier nomenclatura. Evade estilos, géneros; su discurso (que por momentos finge con éxito la improvisada oralidad) converge y diverge en múltiples direcciones. Ocurre que "Ética para nada", entre tantas cosas, es un desatado torrente verbal de un pensar modulado sin impostaciones tonales.
En el mundillo literario la mayoría escribe porque anhela cierta posteridad, otorgada por el mercado. Agotar ediciones sobre temáticas que estén en boga en los tiempos corrientes, pareciera ser una receta infalible. La profesan hasta el hartazgo. No obstante, es un privilegio vivir en conflicto con la propia época, escribir a espaldas de ese frenesí. Porque por más que no queramos, en todo momento uno es consciente de "no ser", como todos los demás. Ese agudo estado de desemejanza, por muy indigente y estéril que parezca, constituye la única escapatoria sincera para llegar a cierta verdad. Moyano sabe esto, sus poemas responden a ese principio. Esa aventura que facilita el rebalse de la sintaxis, la perversión del lenguaje: la escritura como renovación constante.
La mirada y las palabras, lo inútil de las palabras. El ojo, y su mirada infinita, indecible. "Ya no hay más nada por decir./ Queda todo/ por callar (tallar)", concluye un poema. Y es así. La escritura aquí, hay que destacarlo, es más un gesto productivo constante, que una obra acabada. Un pulso beckettiano que se trasmuta en realidad interiorizada. Un intento, como la vida misma.
En Moyano hay una clara desarticulación de los versos. Ellos se estructuran buscando otra lógica, y claro, otra ética. La de la indagación. Teje una elipsis poética singular.