Por Alejandro A. Damianovich
Por Alejandro A. Damianovich
Hace unos meses recibimos en la Junta Provincial de Estudios Históricos una consulta referida a las características del poncho santafesino. La inquietud estaba dirigida a dar mayor contenido a una fiesta criolla del sur de la provincia. Con mucho interés repasamos notas propias y bibliografía especializada y confirmamos lo que ya creíamos: Santa Fe no contó con un poncho propio durante la época colonial ni durante el siglo XIX, entendido como prenda de confección artesanal local que respondiera a unas características que lo diferenciaran de otros ponchos de la amplia región rioplatense.
Se usaban aquí, especialmente, los ponchos cordobeses y santiagueños, según ha quedado registrado en los cuadernos contables de las estancias de Francisco Antonio Candioti. En ellos constan los ponchos que se entregaban a los puesteros entre otras prendas, provisiones y herramientas, y no se encontrará más que ponchos cordobeses y santiagueños, siendo además los únicos que figuran entre los productos que pagaban derechos en 1817. En este listado se mencionan los ponchos "calamacos" (redondos, ordinarios, cortos y de color rojizo) y los "de apala" (fabricados en telares de "pala").
Sin "fábricas de ponchería".
Es que Santa Fe no producía tejidos con fines comerciales, como lo documentó el capitán de fragata Juan Francisco Aguirre a su paso por la ciudad. Frente a las quejas que escuchó en relación a la pérdida del privilegio de "puerto preciso" (1780), el marino les reprochó a los santafesinos en 1793 que no desarrollaran "fábricas de ponchería", ya que sobraba lana y el algodón no faltaba, particularmente en Coronda. Da a entender sin embargo, que había en la ciudad algunos tejedores hábiles, pero afirma que su sugerencia hizo reír a quienes la oyeron, convencidos que era imposible competir con los ponchos cordobeses.
Entendía Aguirre que estos productos podrían tener un mercado en Corrientes y en Paraguay, y que este comercio podía asegurar de retorno importantes volúmenes de yerba, producto del que Santa Fe había sido distribuidora por largos períodos.
Tanto Juan Carlos Garavaglia, en sus monografías sobre la introducción de textiles en Buenos Aires, como Fernando Assunçao en su conocido libro "Pilchas criollas", confirman que los ponchos de la región del Río de la Plata se fabricaban mayoritariamente en Córdoba y en Santiago del Estero, pero también los producían los indios de las pampas y las mujeres de Corrientes. No existían en la provincia de Buenos Aires ni una sola fábrica criolla de ese artículo, y lo mismo ocurría en Santa Fe, donde un informe producido por el procurador Larramendi en 1795, niega que hubiera en la ciudad ningún tipo de producción artesanal con miras al comercio.
Siendo Santa Fe un punto de encrucijada, era un centro de intercambio permanente de la producción de una gran región que llegaba al "reino de Chile" y al Perú por tierra, y por río al Paraguay, condición que se consolidó durante la vigencia del puerto preciso (1739 - 1780). De allí que los ponchos de diversas regiones fueran de uso en Santa Fe, sin que hubiera un poncho propiamente santafesino. Según el viajero inglés Robertson, el que le vio vestir a Candioti, hacia 1812, "había sido hecho en el Perú y, fuera de ser del material más rico, estaba bordado en campo blanco y en soberbio estilo".
Avanzado el siglo XIX se extendió el uso del poncho militar de paño azul, casi siempre forrado en bayeta colorada, como también los tejidos ingleses, más livianos, de trama más apretada, y de hermosos diseños, introducidos en el país a impulsos de la revolución industrial, y usados tanto en ponchos como en chiripás.
El poncho de Estanislao López.
La consulta dirigida a la Junta de Estudios Históricos también indagaba sobre las características del poncho que habría usado Estanislao López, asunto que no ha sido posible esclarecer por falta de documentos en los que fundarnos, aun cuando hay testimonios que muestran su inclinación al uso del vestuario rural, como la referencia que hace en sus Memorias el general Tomás de Iriarte, quien lo tuvo hospedado en su casa de Buenos Aires en 1820 (tras la firma del Pacto del Pilar) y dice –con cierto desprecio- que López "se presentó en traje de gaucho, con chiripá".
El poncho era una prenda de la predilección de López, a diferencia de la capa española que solían utilizar los señores y los oficiales porteños. Consecuentemente, el único pintor que lo representó con capa fue Enrique Estrada Bello (1938), mientras que obras de Juan Arancio y César Fernández Navarro lo muestran con el poncho en el hombro o colocado por encima del uniforme. La costosa capa de paño fino que figura en el inventario de sus bienes, estaba sin ningún uso, como se dejó constancia.
Un poncho para Paz y otro para Urquiza.
No había ni una capa en los campamentos de López. Por eso no pudo ofrecerle una al General Paz cuando fue capturado y llevado a su presencia el 11 de mayo de 1831. Como López notó que el ilustre prisionero estaba desabrigado, hizo traer un poncho de su carretón. Un testigo anotó el dialogo entre los jefes enemigos. "General, -dijo López- las únicas capas que podemos ofrecerle son las de "cuatro puntas" y de ponerse por la boca: a lo que el General Paz contestó que eran las mejores, y cuando vino el asistente, se cubrió arrebozándose"
Otro curioso episodio referido al gusto de López por los ponchos ocurrió por la misma época, cuando Pascual Echagüe, que operaba sobre Entre Ríos en medio de los enfrentamientos políticos locales, tomó prisionero a Justo José de Urquiza, que actuaba en una de las facciones, y lo envió a Santa Fe. A pesar de haber sido recibido por López, quedó en una celda por un par de meses. Tiempo después, siendo comandante de la frontera del Uruguay y con el ánimo de acercarse al gobernador de Santa Fe, por entonces líder regional, Urquiza le obsequió seis caballos seleccionados que López utilizó en su siguiente campaña contra los indios del Chaco. Por cortesía, aun cuando siempre receló de Urquiza, López le correspondió con un "poncho guaycurú" confeccionado al efecto.
Esta referencia a un poncho guaycurú de alta calidad nos indica la necesidad de profundizar los estudios sobre los tejidos chaqueños, ya que si bien se sabe que produjeron fajas, mantas y ponchos, (especialmente las segundas con las que se cubrían) no parece que hayan tenido un desarrollo semejante al de otros pueblos originarios. Salvo aquellas mantas a las que se refirió el padre Florian Paucke que fueron fabricadas en San Javier por las mujeres mocovíes, de las que envió las mejores trescientas al Paraguay donde fueron bien vendidas, dato que indica que Aguirre no estaba errado cuando sugirió esa posibilidad comercial a los santafesinos muchos años después.
Si no hubo un poncho propiamente santafesino, es evidente que, fueran cordobeses o santiagueños, no existió prenda más usada y valorada por el soldado, el arriero o el carretero, como también por los generales y caudillos, a la hora de encarar las grandes travesías de la pampa en el trajinar de los ejércitos, los arreos y las caravanas.