Más allá del adjetivo peyorativo que se le otorga a la palabra “populismo”, para ubicarlo en algún lugar, las ciencias sociales y políticas acuerdan de que se trata de “una forma de gobierno con un fuerte liderazgo de un sujeto carismático… es importante señalar la simplificación dicotómica y el claro predominio de los argumentos emocionales sobre los racionales”.
Desde esta columna, en agosto de 2021, cuando Milei comenzaba su carrera política institucional y aún no se había sometido a sondeo electoral alguno, afirmaba que “Milei no es un fenómeno”.
Dos años después, un aluvión de votos que supera el 55 %, confirma aquel análisis que ubicaba al economista disruptivo como intérprete de un proceso social que selló la pandemia. “En ese contexto aparece “libertad” y la idea del capitalismo "libertario" -lo más antiguo en un museo de novedades- y la sola palabra como estandarte que opera sobre las emociones, no sobre el intelecto” se afirmaba en aquel momento.
El mejor “desgobierno de la historia”, representado por Alberto Fernández, llegó, durante el periodo de pandemia, a un caudal de aprobación del 80 % con una imagen positiva, de Fernández, del 93 % (abril de 2020). Aparecían fakes de fosas comunes en EEUU y Brasil, llegando a bastardear el sistema de salud de Suecia por su estrategia sanitaria para afrontar el COVID.
Alberto Fernández, comenzó a “hablarse encima”, puso piloto automático a la gestión de la crisis económica y puso al Estado a financiar el freno de la economía real, mediante emisión, exenciones, subsidios extraordinarios y administración de la indigencia con asistencia alimentaria.
Sobre la culminación de la cuarentena y con el nivel de hartazgo en su máximo nivel, se conoció la foto de la vergüenza.
La Foto
Sobre la culminación de la cuarentena y con el nivel de hartazgo en su máximo nivel, se conoció la foto de la vergüenza (o la sinvergüenza). Ahí terminó el gobierno de Alberto Fernández y comenzó el sobrevuelo de chacales sobre la administración del “elegido” por Cristina Fernández que había “osado” creerse presidente. El vacunatorio VIP terminó de sellar el cajón de “la casta” que se arrastraba por “salvarse”, en un momento en que la vacuna era “agua en el desierto” para sobrevivir.
Mientras caía la imagen del “desgobierno”, subía la inflación, el peso se devaluaba al tiempo que aparecía, agitada, la peluca de un señor que gritaba “Viva la Libertad Carajo” y despotricaba contra la casta política que sintetizaba perversión en “La Foto”.
Todo esto mientras los comunes cumplían, obedientemente, la libertad condicional del #QuedateEnCasa y el peor miedo de un ser viviente emergía masivamente: La muerte, la finitud de la existencia.
Pasó inadvertida la alusión de Milei, en pleno debate, a la cuarentena como “delito de lesa humanidad”. La mención, hoy, aparece como absurda, pero es una definición ideológica de la relación del individuo en comunidad, extrema, pero definición al fín.
Javier Milei, no “interpretó” el contexto, lo protagonizó desde la bronca, rompió la quietud de la espera y le hizo “tochi” a la flema de la casta política. De los medios tradicionales a las redes, de las redes a los medios tradicionales, el presidente electo, dos años, después, gritaba, insultaba, ante una sociedad sumisa que acataba lo que el “Padre Estado” imponía.
Inconsciente colectivo
Por debajo, cómo una corriente subterránea invisible, el enojo comenzó a crecer por las redes sociales, preexistentes, pero que, con la cuarentena, interminable, pasó a ser real y no virtual.
Los principales afectados por esta circunstancia fueron los adolescentes, hoy mayores de edad, que por naturaleza propia se encontraron frente a una pantalla, aparentemente cómodos, pero disconformes al punto tal que fueron ellos, los dinamizadores del efecto Milei de “Libertad” como grito, como expresión, como reacción, más que como construcción.
Ese “Inconsciente Colectivo”, tan discutido en el plano profesional de la psicología, como el de la sociología, se expresó en las urnas de manera legítima.
Los exabruptos, los insultos y desprecios del candidato, así como la mutación de anticasta, a casta que “acuerda” con quienes eran “el problema, no la solución”, son minimizados por quienes muchas veces creyeron y fueron traicionados por la política y ahora “elige creer” desde la emoción, más que desde la razón.
Milei, como expresión del populismo más de manual, cuenta con “las fuerzas del cielo”, a falta de representación legislativa y territorial propia, tendrá que generar las condiciones sociales para presionar a las institucionales, con la masa, con el pueblo.
Medidas como privatizaciones, desaparición del BCRA y del peso, ajuste del gasto público (subsidios de servicios y administración), deberán pasar –irremediablemente- por el Congreso, a prima facie no le dan los números, pero la luna de miel del presidente con más de la mitad de la población le permite poner a la casta contra la espada y la pared para sobrevivir como burócratas.
Milei, expresó lo que el inconsciente colectivo reprimió en estos últimos años, no necesitó, de ese populismo, para generar conciencia.
La mutación del Milei opositor, al Milei oficialista será sólo formal, cuando reciba la banda.
Seguramente seguirá siendo un crítico al sistema, pero desde dentro de él. ¿Podrá? El antecedente inmediato de un candidato que ofrecía ser el cambio a la gestión propia y que estuvo a 3 puntos de ganar en primera vuelta, demuestra que no hay que sobreestimar la coherencia como valor en tiempos en que lo efímero, culmina siendo conservador.