I
I
No sé si el peronismo será derrotado en las urnas en octubre, pero merece serlo porque, atendiendo a las mediciones sociales, a la fotografía de un país cuyos exclusivos índices de crecimiento parecen ser la pobreza, la indigencia, la inflación, el costo de la vida y la inseguridad, lo menos que el peronismo puede hacer con la nación a la que no ha honrado es admitir que ha fracasado y volver al llano. La Argentina de marzo de 2023 es el peor de los escenarios posibles, lo más cercano a una pesadilla en un país que dispone de recursos humanos y naturales para no merecer este desdichado presente. Y en democracia, el poder de los ciudadanos es el voto, el voto que castiga la incompetencia y abre esperanzas. O debería abrirlas. Estamos mal y vamos mal. Es verdad, siempre podemos estar peor de lo que estamos, pero convengamos que el peronismo en el poder se ha esmerado para dejarnos en las peores condiciones porque no ha cumplido ninguna de los promesas que hizo en 2019; por el contrario, sus decisiones han agravado las condiciones de un país que desde hace rato viene en falsa escuadra y sus gobernantes parecen esmerarse en que todo vaya un poco peor.
II
A los calamitosos índices sociales, se suma la sensación de un gobierno cuyos principales dirigentes han hecho de la farsa un estilo distintivo de ejercer el poder. El peronismo que hizo de la distribución de la riqueza una de sus banderas distintivas, exhibe un balance elevadísimo de pobres e indigentes, esa pobreza que prometieron derrotar, esos pobres que aseguraron proteger, esos jubilados por cuya defensa estaban dispuestos a ir a la guerra. El panorama tres años después es desolador y patético. El gobierno cuyos dirigentes actuales se embanderaron en la causa de los derechos humanos, no puede o no quiere dar respuestas acerca de los desaparecidos en operativos que se están investigando bajo la certeza de que en la mayoría de los casos agentes de esas fuerzas de seguridad que ellos deberían controlar, los cometieron, en diversas circunstancias y con diferentes métodos. Y ya que estamos en tema, nunca olvidemos que los actuales defensores de los derechos humanos, en su momento juraron amnistiar a los militares y sabotearon las iniciativas de Alfonsín incluida la Conadep y los juicios a las juntas militares.
III
La Señora y la plenitud de la farsa. La abanderada de los humildes en el siglo XXI luce vestuarios cuyo valor supera el salario de cinco años de un obrero; la Señora que estuvo al borde de las lágrimas por la condición de los jubilados, cobra pensiones que superan los ocho millones de pesos mensuales; la Señora que se presenta como el hada bienhechora de los derechos humanos, en su vida presentó un habeas corpus cuando esos habeas corpus podían decidir la vida o la muerte de un detenido; la Señora, condenada por los jueces por ladrona y cuya libertad es una prueba de los privilegios que disfrutan los poderosos. Después está Néstor, el marido de la Señora, el mismo que durante los años de la dictadura se dedicó a lisonjear a los militares, galanterías que fueron retribuidas con beneficios económicos a costa de deudores que no podían pagar las cuotas de sus viviendas; ese mismo señor nunca dijo una palabra acerca de la colaboración de su hermana Alicia con el gobierno de la dictadura militar, por el contrario, hoy la misma colaboracionista es la gobernadora de la provincia en nombre de la venerable causa nacional y popular.
IV
La farsa y el grotesco es al populismo como el embuste y el timo es al estafador. Después están las ironías de la política. Los Kirchner durante años se reportaron ante Menem, lo piropearon con las frases más melosas y serviles, pero luego las peripecias de la política los colocó en la vereda de enfrente. A partir de ese momento, el relato kirchnerista instaló a Menem como sinónimo de corrupción, neoliberalismo y traición a la causa popular. Lo que decían de Menem no era mentira, lo que sucede es que no eran ellos los más indicados para reprocharle esas faltas. Menem no terminó en la cárcel (salvo esa temporadita de seis meses en la casa de su amigo Gostanián y con la compañía de la señora Cecilia) porque lo protegió el peronismo, todo el peronismo, con los Kirchner incluido. Fue una vergüenza, pero esas desvergüenzas a los compañeros no les hace perder el sueño. Las vueltas que tiene la vida, como dice el tango. Hoy la situación de Cristina es parecida a la de Menem. No ha ido presa porque dispone de poder y porque los peronistas cierran filas para protegerla. Dirán que es injusto ponerlos en el mismo lugar porque uno es neoliberal y la otra es nacional y popular. Pamplinas. Menem nunca fue neoliberal y Cristina cree en los valores de la causa nacional y popular como yo creo en el viejo de la bolsa. No son lo mismo Menem y Cristina, pero si en un punto la historia los puede reconocer es en el concepto acerca del ejercicio absoluto del poder, en la pulsión incontrolable por corromper lo que tocan, más el privilegio de la impunidad tal como lo estableció en su momento el señor Yabrán.
V
La farsa populista incluye el circo con EE.UU. Desde el "Braden o Perón" a la fecha, un peronista de ley debería admitir que si Estados Unidos no existiera el peronismo debería inventarlo porque siempre fue la excusa oportuna para engatusar ingenuos y eludir las responsabilidades internas, lo que nunca les impidió marchar en procesión a Washington para lamer la mano de los amos de la Casa Blanca. Braden fue el aliado más oportuno del peronismo en 1945, oportunidad que no le impidió al general ganador de las elecciones en 1946, otorgarle la medalla de oro a la lealtad peronista al siguiente embajador de Estados Unidos. Picardía criolla que le dicen; o delicias y genialidades de la conducción política. Con los Kirchner la bestia negra fue Bush; y hay que decir que se dieron el gusto de "bardearlo" en la Argentina de la mano de Chávez y Fidel Castro. Con Donald Trump la situación es un tanto más complicada. Para el discurso oficial nac-pop, Trump es la derecha imperial, el personaje siniestro que se pasea de la mano de Macri y Bolsonaro por las ruinas de los países que han avasallado. Una vez más, los laberintos de la política tramaron su propio texto. Trump está a punto de ser el primer presidente de los Estados Unidos en ser acusado por delitos privados. Puede ser imputado, procesado y condenado. Está furioso. Lanza sapos y culebras. Y curiosamente su retórica es un calco de la retórica de la Señora. Para Trump, los responsables de sus desdichas judiciales son los jueces y los periodistas ¿Les suenan las campanadas? Se ha dicho que Trump y Cristina no son lo mismo porque uno es un populista de derecha y la otra de izquierda. Macanas. Trump es muy probable que sea de derecha, pero Cristina es de izquierda como yo soy sacristán de la capilla de mi barrio. Lo que palabras más palabras menos, mantienen en común es una misma concepción del poder y, en particular, los une la fobia a sus enemigos declarados: la justicia independiente y la prensa.
VI
Concluyo reiterando que existen muchas posibilidades de derrotar en las urnas al populismo en octubre. Las ruinas del populismo, los esperpentos de una experiencia política que ha agotado todas sus posibilidades, se desintegra. Ha no llamarse a engaño. El peronismo podrá ser derrotado en las urnas, pero mantendrá una gravitación social más o menos importante. Peronismo o no, ciertos hábitos populistas continuarán en la Argentina, tal vez porque ciertas franjas de la sociedad necesite de esas prácticas. Sí importa que el destino de la nación no esté en sus manos. El populismo no solo fracasó en la Argentina; está fracasando en el mundo. Y en los lugares que se sostiene lo hace bajo la forma de despotismo o autocracia. Pero el réquiem al populismo no lo damos los periodistas, los intelectuales o los políticos. Tampoco a través de un decreto o negando la democracia El réquiem se lo debe dar el pueblo soberano. En las urnas, de cara al sol y en el cuarto oscuro.