Desde que tengo memoria me consta que un asado con amigos se hace para celebrar, para divertirse, para festejar. Ni hablar si además al asado son invitados 87 héroes cuya hidalguía y temeridad nos recuerda a los bravos que defendieron el fuerte El Álamo o a los muchachos que el Día D desembarcaron en Normandía. La comilona tuvo lugar en la residencia de Olivos convocada por el propio presidente de la Nación desbordado de júbilo porque logró vetar la ley que proponía un modestísimo aumento a los jubilados. Lo logramos, a brindar se ha dicho, los viejos no van a cobrar ningún aumento. A lo que añade, con un cierto toque de refinado cinismo, que todo esto lo hacemos por el bien de ellos. Quizás la figura emblemática que le otorga tono y color a la churrasqueada la expresó la diputada libertaria María Celeste Ponce, que posó ante las cámaras luciendo un vestuario que transforma a nuestra exuberante Cristina en una Cenicienta andrajosa. Como ocurre en estos casos, un toque de tilinguería siempre es necesario en estas lides. La "fiesta inolvidable" me recordó, con las diferencias del caso, aquella canción cantada por Alfredo Zitarrosa, y en particular una estrofa que dice: "Mire amigo no venga con que los ricos son gente dada/ Yo lo vi a Míster Coso tomando whisky con los del clú/ pero nunca lo vide tomando mate con la peonada/ no dirá que chupaban y que brindaban a mi salú".
"Oposición responsable", reclaman algunos colegas periodistas que efectivamente de opositores tiene poco y nada, y me temo que su exclusiva responsabilidad consiste en agasajar y lisonjear al oficialismo. Al respecto, lo que aprendí en los rústicos manuales de Instrucción Cívica del colegio, es que no hay democracia sin oposición. Y que así como a la libertad no se la adjetiva, tampoco debería adjetivarse el ejercicio democrático y republicano de la oposición. Ni oposición responsable, ni oposición salvaje, ni oposición complaciente. Oposición a secas. Además... ¿Quién dispone de un "responsablelómetro" como para medir las dosis permitidas o no de responsabilidad? Lo siento por mis colegas, pero les recuerdo que en el campo de la política lo que se juegan son estrategias de poder, intereses e ideologías. Myriam Bregman o Nicolás Del Caño no son irresponsables, son trotskistas que proponen la revolución social. Para su ideología y para la estrategia de su partido son políticos responsables, es decir responden a sus creencias y al mandato de sus representados. Lo que hay que discutir con ellos, si es que la discusión merece darse, es su ideología integrista, los horrores cometidos por su ayatolá León Trotski durante la revolución rusa y la tragedia que representaron para la humanidad las revoluciones de signo marxista leninista. En una república adjetivar el rol de la oposición o los alcances de la libertad, siempre significa poner límites. Jorge Videla por ejemplo, hablaba de libertad responsable. Y ya sabemos lo que pensaba Videla de la libertad y de la responsabilidad. Un político opositor está en ese lugar no porque es responsable o irresponsable, sino porque el electorado lo colocó allí. Su tarea no es arrojar piedras o tirar petardos, pero tampoco es transformarse en nombre de la responsabilidad en un cortesano del oficialismo. Entre ambos extremos hay un espacio visible y necesario. Un político que se precie de tal a ese espacio lo debe saber ocupar. "Hay una grieta en todas las cosas; así es como entra la luz", dice una antigua canción.
De todas maneras, no deja de asombrarme que un presidente convoque a un asado para festejar que no habrá aumentos para los jubilados. Este singular sentido del humor de Javier Milei no es nuevo. Ya sabemos que uno de los rasgos distintivos de su personalidad política es la de festejar despidos, cesantías o cierre de instituciones necesarias para una sociedad. Yo puedo entender que los rigores de la economía obliguen a un ajuste con sus consecuencias siempre lesivas para quienes perciben menos ingresos. Puedo entenderlo, pero lo que se me hace difícil entender es la alegría que exhibe quien comete estos actos. ¿Cruel, sádico? Prefiero no propasarme con los adjetivos, porque para el caso me alcanza con decir insensible, alguien que enamorado de sus teorías no mide o no evalúa el sufrimiento que la aplicación de esas teorías puede provocar. Por supuesto que Milei dispone de argumentos para justificar sus decisiones. La herencia recibida es el primero, argumento que todos los presidentes de este siglo y del pasado han sabido usar con más o menos entusiasmo. El otro argumento es más ideológico y se expresa a través de un relato simple, casi infantil, pero de notable eficacia: si controlamos la inflación y el déficit fiscal, mejoraría nuestra imagen en el mundo, los capitalistas más ricos invertirían en Argentina, las inversiones generarían trabajo con buenos salarios y colorín colorado este cuento ha terminado. Por lo pronto habrá que pasar el invierno o achicar el estado para agrandar la nación, o admitir que estamos mal pero vamos bien. ¿Le suenan de algún lugar esas consignas?
Hay que sacrificarse ahora para ser felices después. La consigna es de una simplicidad asombrosa, pero pareciera que en ciertas coyunturas esa simplicidad más que un obstáculo es la clave de un éxito cuyas relaciones con la verdad a nadie le importan. El relato del sacrificio en tiempo presente para la felicidad futura no es nuevo, por el contrario suele ser el dispositivo verbal preferido de todos los manipuladores que en el mundo han sido. Tal vez polemizando con esos personajes Winston Churchill escribió: "El deber de los gobiernos es ante todo ser prácticos. Yo estoy a favor de los arreglos y expedientes provisorios. Me gustaría hacer que la gente que vive en este mundo en la misma época que yo, estuviera mejor alimentada y fuera, en general, más feliz. Si, además, beneficio a la posteridad, tanto mejor, pero yo no sacrificaría a mi propia generación por un principio por más elevado que sea, o a una verdad por grande que sea". Aclaro, por las dudas, que Churchill fue conservador y anticomunista, pero ni su conservadorismo inglés ni su anticomunismo rabioso, le impidieron arribar a acuerdos incluso con sus enemigos más detestables. Y lo aclaro para que no me digan luego que el señor Churchill fue un descarado y desvergonzado simpatizante de la bandera roja con el martillo y la hoz, como lo probarían las numerosas fotos en las que posa feliz con su habano en la boca al lado de un José Stalin que hasta es capaz de de sonreír.
No sé si con la vorágine de acontecimientos que se suceden en los tiempos modernos, alguien la semana que viene se acordará del asado que comieron 87 héroes más el presidente y ministros. Yo por lo pronto no lo olvido. Y no lo olvido por el significado que tiene, por los valores que exhibe, por el momento feliz que vivieron los comensales. Milei ya había celebrado su fiesta personal el pasado domingo con cadena nacional incluida. A decir verdad, el hombre no se priva de nada. De todos modos, resulta notable observar cómo el señor que se presentó como el enemigo de la casta y de los políticos a los que no vacila en calificar de ratas inmundas, a pasos acelerados y de manera inquietante adquiere las destrezas, mañas y arrumacos de la política tradicional, incluida una corte de obsecuentes, sus tribunales inquisitoriales, sus roscas, sus zancadillas y sus sombríos monjes negros. Esas insospechables habilidades, más el talento para detectar los humores de una sociedad agobiada por experiencias políticas fracasadas, es lo que le ha permitido ejercer el liderazgo que ejerce. Y a eso lo está haciendo bien. Se equivoca y acierta como cualquiera, pero dispone de un beneficio extra que otros políticos no tuvieron: no hay nadie que le haga sombra en la cancha. O lo que hay es poco. Los que auguraron un gobierno que no llegaba a Semana Santa, un gobierno cuyo presidente era retirado de la Casa Rosada con chaleco de fuerza, se han equivocado. Como Salvador Dalí, Milei muy bien podría decir sin faltar a la verdad que: "La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco". Y estoy dispuesto a darle la razón. A Milei se lo puede criticar por reaccionario o ultraderechista, una crítica que dicho sea de paso, en su intimidad lo reconforta porque, a pesar de quienes se empeñan o se ilusionan en sostener lo contrario, a nuestro presidente se lo ve muy feliz cuando dispone de la oportunidad de rodearse y codearse con los personajes más reaccionarios del planeta.