En un mundo con pocas certezas, y en Argentina con menos aún, una de las pocas que admiten casi todos los actores económicos, políticos y empresarios es que este año la economía va a crecer y probablemente lo haga por encima del 5 por ciento que fija como pauta el presupuesto nacional 2021.
La noticia no podría ser mejor para un país cuya economía está estancada desde hace una década, que desde 2018 padece una recesión, y que el aumento de los precios pulverizó los salarios de los sectores de ingresos fijos. La inflación se ha convertido en la principal preocupación de los argentinos.
La pandemia no hizo más que agravar la situación. El mundo vive la peor crisis económica del capitalismo moderno, en algunos casos con caídas de producción y desempleo superiores a los de la Segunda Guerra Mundial, donde Argentina no es ni puede ser una isla.
Que la economía crezca este año no solo es una buena noticia para el gobierno en términos electorales. Además lo es para una ciudadanía agobiada por tres años de retroceso y uno de encierro que puso al límite la vida de muchas personas.
Ahora bien. ¿Como va a hacer el gobierno para que la mayor cantidad de ciudadanos perciba la mejora que muestran las estadísticas oficiales y algunas privadas en su vida cotidiana? Eso lleva tiempo en una sociedad heterogénea en un país con distintas realidades productivas.
Más allá del previsible 10 por ciento de caída de la economía en 2020 que en la semana oficializó el Indec, el contexto económico es favorable a partir del aumento del precio de los commodities (la soja está en 520 dólares la tonelada); el buen desempeño de las empresas vinculadas a la energía en Vaca Muerta que mostraron récord de producción; la competitividad del tipo de cambio; y medidas de política económica como la reducción de las retenciones a productos industriales y la eliminación para la exportación vinculados a los servicios de la industria del conocimiento; alientan la recuperación que ya está en marcha.
De hecho, así lo refleja el último informe de Panorama Producto que elabora el Centro de Estudios para la Producción y que se difundió también la semana que pasó.
En él se indica que este año comenzó a consolidarse la recuperación observada en la última parte de 2020, "en buena medida traccionada por ramas como la industria manufacturera que para el último bimestre del año pasado no solo habían recuperado lo perdido por la pandemia sino que también habían logrado ubicarse entre un 4 y un 5% por encima de los últimos meses de 2019".
Lo primero que deberá hacer, antes que esperar que las paritarias recompongan el poder adquisitivo de los salarios, que lleva tiempo de negociación y que con suerte se reflejará en la mayoría de la población a partir del segundo cuatrimestre del año, será ponerle un freno a la inflación con una batería de medidas que tenga un efecto concreto en la vida cotidiana de las personas. Sobre todo a la de los alimentos que han resistido hasta hoy los controles, los acuerdos, las advertencias y todas las medidas que el gobierno tomó.
De poco sirve que el ministro de Economía, Martín Guzmán, sostenga, como lo hizo en México ante empresarios de ese país, que la economía Argentina se está recuperando a una velocidad más rápida que otros países de la región si no se recupera el poder adquisitivo de los salarios.
O que el país está en un proceso de recuperación de reservas, que seguramente se consolidará a partir del mes próximo cuando empiece la liquidación de la cosecha y se llegue a un acuerdo con el FMI.
Tampoco que se organicen reuniones con empresarios del sector de la alimentación y que lo más importante sea mostrarse enojados por aumentos sin un justificativo razonable sin tomar medidas. Ni que repitan todos sobre la necesidad de "alinear" las expectativas de inflación con el 29% previsto en el presupuesto nacional para este año.
Sindicalistas y funcionarios admitieron que el objetivo de este año es que los salarios le ganen a la inflación. Son lindas palabras. Habrá que ver como se concreta lo que por ahora es una expresión de deseos.