Por Ing. Alberto Bottai
Vivimos en una sociedad que avanza tecnológicamente pero una crisis sanitaria nos trae una nueva y contundente lección.
Por Ing. Alberto Bottai
Vivimos en una sociedad que avanza tecnológicamente. De esto no existe ninguna duda, y este avance es cada vez más vertiginoso.
Al hombre le llevó siglos descubrir la rueda. Mucho más modernamente la electricidad, pero también le llevó mucho tiempo poder utilizarla. El desarrollo empezó lentamente pero luego su utilización se diversificó, abriendo un camino de infinitas ramificaciones.
Si miramos en retrospectiva, estos grandes descubrimientos y los beneficios que generan para la humanidad, hacen que aunque recordemos que somos mortales, muchas veces creamos que existen ciertos campos en los cuales la tecnología que hoy disponemos nos permite movernos con tranquilidad y seguridad.
Me refiero por ejemplo al viaje inaugural del “Titanic”. Ese barco en 1912, poseía una tecnología de avanzada -comparada con la utilizada en los viajes de Colón-, poseía una tecnología de avanzada que hizo pensar a tripulantes, pasajeros y casi a todo el planeta, que su hundimiento era imposible. Sin embargo protagonizó una de las catástrofes más inesperadas de la historia, que para muchos fue un recordatorio de lo efímero de nuestra existencia.
Hoy la crisis del Coronavirus nos trae una nueva y contundente lección. Nos toma ya en el siglo XXI, en el que la tecnología tiene un desarrollo exponencial, con países poderosos constituidos en líderes del mundo y una peste -palabra prácticamente en desuso- hace estragos entre sus habitantes. Hay algo que resulta casi gracioso en relación con la evolución tecnológica que creíamos tener, el único remedio que las grandes potencias disponen para combatir la Covid-19 es aislarnos en nuestras viviendas y lavarnos las manos con agua y jabón.
A esto debemos sumar que además de no contar con un remedio adecuado, también hizo colapsar los sistemas de salud de todo el mundo.
Podemos decir vulgarmente “de esta no se salva nadie”. Me refiero a que no importa si sos Alberto de Mónaco o el primer ministro Británico -ambos infectados- o un simple ciudadano Argentino.
¿Y qué pasa con nosotros los Argentinos? Hasta ahora tenemos un comportamiento más que aceptable pero -sin menospreciarnos-, si bien el gobierno tomó las medidas adecuadas, existen dos grandes razones que colaboraron fuertemente: carecemos del interés turístico de los mas afectados (menos circulación de extranjeros) y la gran distancia que nos separa de China, hizo que tuviéramos el diario del lunes con grandes titulares de la catástrofe.
Otro accionar primitivo que muchos pensamos la humanidad había superado, era la de aplicar la fuerza o cualquier medio disponible para quitar al otro lo que me puede salvar, Pero no es así. Quedó bien demostrado con la escasez de respiradores y el incidente protagonizado por compradores de Estados Unidos, que arrebataron al gobierno Francés un cargamento de mascarillas protectoras, pagando en el aeropuerto de Shanghai, hasta cuatro veces más por el mismo pedido que ya había pagado Francia, mostró un comportamiento similar al de “los malos” en las antiguas películas del oeste norteamericano.
Para los creyentes de todas las religiones hemos quedado en las manos de Dios. Para los agnósticos en manos de la Naturaleza.