Existe un texto fundacional en la historia del psicoanálisis que se titula "Estudios sobre la histeria", publicado en coautoría por Josef Breuer y Sigmund Freud en el año 1895. Entre un conjunto de hipótesis teóricas y descripciones de casos clínicos, suele destacarse un célebre pasaje. En función del éxito del tratamiento psicoterapéutico, Freud explica que es necesario un trabajo de rememoración de los sucesos penosos y traumáticos de la vida, que allí obran como causa de los síntomas actuales de origen psíquico.
Tras esta comunicación, un paciente le objeta con justa razón: "¿Cómo, no pudiendo usted cambiar nada de ello, va a curarme?". Como todos sabemos, efectivamente el pasado no puede modificarse. Sin embargo, a su turno Freud le responde de la siguiente manera: "Pero ya se convencerá usted de que adelantamos mucho si conseguimos transformar su miseria neurótica en un infortunio corriente. Con una vida anímica restablecida usted podrá defenderse mejor de este último". Aunque es una frase algo enigmática, allí habita uno de los principios del tratamiento psicoanalítico que intentaremos desplegar en lo que sigue.
Una primera pista. Se trata de un pasaje entre dos sintagmas que definen posiciones subjetivas ante las vicisitudes de la existencia. Es una progresión temporal que, en el mejor de los casos, se desplaza desde la "miseria neurótica" hasta el "infortunio corriente". Son dos claves, bien distintas, con las cuales interpretamos y otorgamos sentido a los hechos y sucesos que nos conciernen. Segunda pista. Ambas posiciones se inscriben en un antiguo debate filosófico, es decir, la diferencia lógica entre la categoría de lo necesario y lo contingente. Lo necesario es lo que sí o sí va a ocurrir, lo contingente es lo que puede o no ocurrir. En palabras menos formales, la distancia entre la idea de destino y el azar.
Ahora bien, ¿qué es entonces la miseria neurótica? En tanto es un tecnicismo propio de una disciplina, su definición no es sencilla y requiere un poco de paciencia. En esencia, es el modo que Freud encontró de nombrar un fenómeno propio de la condición humana, a saber, la tendencia a sufrir de más. Al mismo tiempo, es la creencia en un destino que se repite y se ensaña con uno mismo. Para comprender mejor esta noción, el paso siguiente es definir el infortunio corriente. Sencillamente, la suerte adversa. Si se adjetiva como corriente, es porque no hay nada especial en dicho infortunio, solo las peripecias de la vida cotidiana de las cuales nadie está exento por el simple hecho de estar vivo.
En la estrategia argumentativa proponemos la siguiente ficción clínica. A sus seis años, un niño recibe con recelo la noticia de un embarazo en su familia de origen. Tras el nacimiento, el bebé recién llegado presenta una condición de salud que requiere largos tratamientos médicos y el acompañamiento de sus padres. Sin duda, una coyuntura difícil que conmueve el equilibrio familiar. En adelante, cada integrante simbolizará la situación traumática a su manera, según los recursos subjetivos y las historias personales de cada uno. En lo que atañe al niño mayor, supongamos que el saldo de este trayecto de vida es una interpretación inconsciente, es decir, una fantasía: "mi lugar en el otro no está asegurado". Tiene sentido aclarar que dicha interpretación no es el desenlace esperable o necesario de la situación, sino una interpretación entre muchas otras posibles. Es una respuesta subjetiva singular, lejos de cualquier relación lineal de causa y efecto.
Ya en su adultez y en el marco de una búsqueda laboral, se dirige a una entrevista y, para su sorpresa, el dueño de la empresa no se encuentra en la ciudad y no fue notificado a tiempo de la cancelación de la cita. Puede conjeturarse que esta circunstancia desencadenará un reflejo de enojo, furia o incluso frustración. Para un observador externo, supone una respuesta desproporcionada. Sin embargo, es la fantasía "mi lugar no está asegurado" la que restituye la proporción de la reacción en cuestión. Se trata menos del hecho en sí -el olvido del dueño de la empresa es aquí anecdótico- y más de la antigua fantasía de rechazo que hace resonar.
Precisamente, la miseria neurótica es entonces una clave interpretativa que transforma un simple olvido (infortunio corriente) en una ofensa personal, introduciendo así una dimensión aún más sufriente en este contexto. Más allá de los hechos objetivos, en psicoanálisis interesa también cómo se significan los acontecimientos. Estas significaciones, aunque parezcan espontáneas y justificadas, están condicionadas por las fantasías inconscientes. Si bien el psicoanálisis no puede ahorrarle a nadie las adversidades de la vida, sí puede tocar los sentidos y significaciones que se anudan a las marcas de la propia historia.
De regreso a la respuesta que Freud dirige a su paciente, donde explica que existe una ganancia en trasformar la miseria neurótica en infortunio corriente, ahora es posible agregar que el efecto terapéutico reside en un "vaciamiento de sentido". Aquello que se sustrae es lo que cada uno agrega al infortunio corriente en su modo singular de afrontarlo, haciendo consistir allí la idea de un destino que nos pisa los talones. Dicho en pocas palabras, el destino no es más que la contingencia leída desde la chifladura de cada uno.
Si aplicamos esta misma lógica a la ficción clínica que antecede, entonces no es lo mismo perder algunas horas del día desplazándonos inútilmente hasta una entrevista laboral, que confrontarse con la idea angustiante de no tener lugar en los otros. Lógicamente, ningún procedimiento puede modificar la vivencia de desamparo inicial tras la llegada del hermano menor, pero sí puede movilizar la respuesta inicial en la cual el sujeto se inmoviliza y abrir así a otras lecturas posibles.