Nos escribe Marisa (32 años, San Salvador): "Luciano, te escribo para que me orientes sobre cómo seguir con una situación. Empiezo a salir con alguien y va todo bien, siento que nos enganchamos, pero después la cosa se enfría y lo que al principio era todo buena onda, después se empieza a estirar y la paso mal porque como que el encuentro tengo que militarlo yo y no me gusta estar en esa actitud de insistencia. Además, no sé qué les pasa a los tipos hoy que casi todos te dicen que no creen en la monogamia y para mí eso es más miedo que otra cosa, porque si es una la que les dice que quiere salir con varias personas, hasta que se ponen celosos o posesivos."
Querida Marisa, muchas gracias por tu correo, que nuevamente es la oportunidad –para esta columna– de conversar con alguien de otra parte del país. En este caso de Jujuy, donde me consta hay muchos amigos y queridos lectores.
Voy a distinguir dos cuestiones en tu consulta, Marisa, porque me parece que puedo dar dos respuestas diferentes. Por un lado, la cuestión del "enfriamiento" –después de un inicio que parecía promisorio. Comencemos por ahí.
Entiendo que no es fácil conocer a otro hoy. Esto es algo de lo que venimos charlando en este espacio del diario y, en esta ocasión, creo que podemos dar un paso más: me parece que es importante distinguir entre gustarle a alguien y la disponibilidad que pueda haber para generar algo más que un encuentro. Dicho de otro modo, quizá puede ser sencillo transitar la emoción inicial, cuando –por ejemplo– se chatea y se genera un clima y una expectativa de seducción que está buenísima, pero otra cosa es –una vez realizada la cita– volver a combinar para verse. Para decirlo de una manera gráfica: del 0 al 1 hay un camino más expeditivo que del 1 al 2. Y del 2 al 3 (y del 3 al 4) ni te cuento.
¿Por qué? Porque después de haber atravesado la situación inicial de seducción, el hecho de volver a verse genera un compromiso implícito. Al menos, el de hacerle algún lugar al otro en la propia vida. Cuando dos personas no se conocen, quizá puede ser que se cambie alguna actividad cotidiana o se falte (al gimnasio, a una reunión, etc.), pero otra cosa es tener que hacerlo de nuevo y ahí sí que se dividen las aguas. Para decirlo de manera sencilla, no es claro que todas las personas tengan tiempo para verse con alguien; puede ser que se gusten un montón, pero este interés no mueve para nada la aguja de cara a futuros encuentros. Esto es lo que escucho en diferentes personas que comienzan a tener citas, pero lo cierto es que después no tienen tiempo para nuevas salidas. Y el punto aquí es que el compromiso no es con el otro, sino con el tiempo para los encuentros.
Donde empiezan los líos de agenda, es porque no hay una disponibilidad básica para el amor. Esto no es bueno ni malo. No juzgo a nadie, aunque sí creo que sería bueno intentar ser atentos; porque es posible que hagamos una lectura personal de la situación y creamos que hicimos algo mal y por eso los encuentros no se repiten y, en particular, eso lleva a la actitud que vos, Marisa, mencionás: sentirse en una posición suplicante que no produce gratificación. Entonces, también me parece importante que quienes no tienen tiempo para el amor, traten de ser claros respecto de este punto, por lo que pueden producir en el otro. Además, esto implica registrar algo que puede ser una tentación: que haya alguien que escribe con ganas de vernos. Esto hay que tenerlo presente y, si no estamos disponibles, ser explícitos.
En el amor una de las actitudes más valiosas es la de saber privarse. Podemos gustarnos muchísimo, pero eso no quiere decir nada respecto del inicio de una historia de amor. Diría incluso que, para una historia amorosa, es mucho más importante el tiempo que el amor, al menos en su dimensión pasional y seductora. Ahora bien, esto nos lleva al segundo punto de tu consulta, querida Marisa: la cuestión de la monogamia; porque muchas veces hay quienes dicen que están en contra de este estilo vincular como un modo de sortear el compromiso que la relación con otro nos impone. En este punto, hacen una interpretación errónea del poliamor como si fuera un libertinaje que habilita a estar con quien se quiera sin que el otro nos pueda pedir explicaciones, porque, después de todo, nada le prometimos.
Esto no es así. Todo vínculo implica un compromiso. Como dije antes, puede ser que el compromiso no esté en el estatuto de la relación, pero sí lo está en la disponibilidad –como el sostén básico para un intercambio afectivo. Por otro lado, muchas veces se cree que eso que llamamos "monogamia" es un mandato social que aceptamos obligadamente, sin considerar que es un patrón vincular que se desprende de nuestra forma habitual de crianza –a través de una única figura de dependencia (a la que llamamos "mamá"). De este modo, a través de la monogamia se consolida la unificación de nuestros intereses sexuales en una persona que no tiene por qué ser única, dado que puede variar a lo largo del tiempo.
¿Qué es lo que quiero subrayar al decir esto? Pongo un ejemplo simple: me considero una persona de hábitos comunes. Uno de mis postres favoritos es la llamada "Chocotorta" y, la verdad, es que cuando paso frente a diferentes pastelerías me tiento con otros postres, pero cuando quiero y puedo elegir, digo siempre "Chocotorta". Podrían decir que tengo el permiso para comer muchas otras porciones de tortas, pero eso francamente me aburre y, por cierto, nunca tengo la sensación de perderme algo cuando elijo mi postre favorito. Entonces, hago la siguiente pregunta: ¿de dónde viene la sensación de que nos perdemos algo cuando se trata de las relaciones amorosas?
Aquí tengo la impresión de que, antes que de un verdadero impulso del deseo –porque el deseo es algo decidido y resuelto, es un "quiero esto" con firmeza y determinación y no un "ay no sé, quizá quiera otra cosa"–, lo que hace que algunas personas se declaren en contra de la monogamia es esa patología del alma que llamamos "neurosis". De ahí que, como vos bien te das cuenta Marisa, cuando ocurre que algunos de estos neuróticos se encuentran con que pueden perder al otro… entonces piden a gritos su regreso. Eso es lo propio de las neurosis, necesitar perder algo para desearlo con más intensidad.
Entonces, antes que un verdadero deseo de poligamia, lo que se puede reconocer en algunos de esos casos es la indeterminación neurótica de quienes no tienen tiempo y no quieren que se los prive de la libertad de elegir, una libertad que es tan general y abstracta como vacía. Es la situación de quien quiere ser libre, pero para no tener que actuar. Como dice una canción: "Por no ser esclavo tuyo, soy esclavo de mí mismo".
Querida Marisa, entiendo tu cansancio y fastidio. Mejor dicho, lo percibo entre líneas al leer tu correo. Espero que esta respuesta haya servido para establecer una orientación –según el término que usaste– y una comprensión que no es para desanimarse, sino para desandar la interpretación personal (y culpable) que solemos a hacer de los desencuentros. Hay cosas que son del otro y, con una mínima precaución, podemos decidir ir para otro lado.
Para escribir a esta sección: [email protected]