Nos escribe Patricio (24 años, Clorinda): "Hola Luciano, la vez pasada le respondiste a un estudiante de medicina. Esta vez te escribe uno de psicología, para hacerte la pregunta más difícil de todas: ¿Qué es la locura? ¿Por qué hay personas que enloquecen? Sé que estas no son preguntas fáciles, pero me gustaría conocer tu punto de vista sobre la salud mental y el modo en que se la piensa hoy".
Querido Patricio, muchas gracias por tu correo. Me parece interesante que tu pregunta haya surgido a partir de lo que otro escribió. ¿Será por eso que te sentiste autorizado? Acaso… ¿te guardabas esas preguntas? ¿Las demorabas? ¿Se te ocurrieron después de leer las de otro? Estas parecen preguntas simples, pero no lo son. Se relacionan directamente con el tema de esta columna. Vayamos por partes.
¿Qué es la locura? Esta pregunta no se puede responder sin tener en cuenta cada época. En cada momento histórico se le dio un lugar diferente. Para los griegos, podía ser un estado de inspiración. Entre los románticos, una forma de la genialidad. En nuestro mundo, que es el de los rendimientos y las capacidades, la locura es una disfunción. Es muy difícil renunciar a la idea de que "al loco le falta algo". Ya sea porque se dice que "se le volaron los patos" (o que "no tiene los patitos en fila"), o que le faltan "jugadores" o "caramelos en el tarro".
La noción deficitaria de la locura es la que nos domina. Ya sea que dejemos de hablar de patos, jugadores, caramelos y pasemos a hablar de neurotransmisores. Inmediatamente, pasamos a pensar en el loco como alguien que no es un sujeto y más bien lo objetivamos. Decimos que "le falta un tornillo" o que "no le llega el agua al tanque", como si se tratara de una máquina. Esta es una idea moderna, la de usar al autómata como alter ego del yo que sí piensa y razona correctamente. ¿Tiene vigencia todavía esta concepción en un mundo en el que la inteligencia es artificial y los robots reemplazan a los humanos?
Quizás esta pregunta permita reconducir la cuestión de la locura hacia un trasfondo que es el de la experiencia humana. La locura es la ocasión de que nos pensemos en el marco de nuestras debilidades, interpretaciones apresuradas y erróneas, delirios cotidianos. Empatizar con el loco no es darle la razón -como a los locos– sino todo lo contrario, porque se trata de ir hacia lo más profundo de la existencia humana para oponerse a la rigidez y el "como si" como forma de vida actual. En su inadaptación, el loco nos muestra el costo enorme que tiene la vida funcional en la que somos burócratas de nosotros mismos.
Querido Patricio, te hice antes unas preguntas que -dije- iban al hueso de la cuestión. Lo digo de otra manera: ¿Qué más humano que poder leerse a uno mismo en la inquietud de otro? Quizás esas preguntas ya te habitaban, pero dormidas en tu mundo interno, ¿qué otra realidad tenían, si no la del sueño? Esta es otra imagen que suele usarse para hablar del loco, del que se dice que está dormido; pero, ¿no hay locuras que se parecen más al despertar?
Con esto último quiero decir que no siempre se enloquece como algo negativo. Este es otro prejuicio. A veces el enloquecimiento es lo que hace que alguien pueda integrar aspectos de su vida que, hasta ese momento, estaban escindidos y repercutían en inhibiciones y otros síntomas menos ruidosos, pero más sufrientes. ¿Por qué enloquecen y no pueden realizar esa integración de un modo más armónico?
Bueno, respecto de esta cuestión la respuesta es concreta: cada quien enferma del modo que puede. El punto más importante es no creer que la enfermedad es algo malo o un castigo divino. Es muchas más veces la manifestación exterior de un movimiento existencial por el que alguien quiere realizar un proceso de vida. Paradójicamente, esta última necesita a veces a la enfermedad como su más firme aliada.
Ahora pasemos a otra consideración, Patricio, la que proponés a propósito de la salud mental. Por todo lo anterior, es claro que ser sano no es no tener conflictos y mucho menos también la falta de síntomas. En este punto, para mí es especialmente importante que todos quienes trabajamos en el ámbito de la salud mental tengamos presente que no tratamos lo que antes se llamaba "alienados" (personas que no pueden responder por sí mismas, porque están fuera de sí) sino a personas con afecciones psíquicas.
Esta última distinción es muy importante, porque es un modo de sostener la idea de que el loco puede responder por sus decisiones, que tiene capacidad de elección, que es sujeto y no objeto, que no merece ser castigado por su condición psíquica, que la medicación no es un recurso punitivo, que un profesional no puede disponer de la vida de su paciente a través de un diagnóstico, como tampoco hacer pronósticos invalidantes, entre otras líneas de fuerza que son apenas un punto de partida.
A los locos se les teme. Y como muchas veces ocurre, ante lo que se teme se responde con violencia. Esta antes se ejercía en función del encierro, hoy a través de una degradación mucho más feroz, que es la concepción deficitaria de la locura de la que hablé antes. Ya no hace falta encerrarlos, ahora alcanza con decir -con términos del más refinado cientificismo- que es un problema de conexiones neuronales, si no genética. Ahora, mejor dicho, el loco está encerrado en su cerebro, del que otro -el especialista- sabe más que él.
Querido Patricio, espero que estas líneas sean de ayuda para una reflexión comprensiva, que no busque causas lineales sino acceder a la complejidad de la cuestión. Porque en última instancia, como siempre digo, cuando se busca una causalidad lineal, no se hace otra cosa que buscar de forma disfrazada algún tipo de culpabilidad moral.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com