Nos escribe Agustina (39 años, Florida): "Hola Luciano. ¿Cómo estás? Disculpame que te escriba, pero estuve leyendo tu libro sobre adolescentes y quisiera entender un poco más sobre el periodo de latencia. Me gustó lo que decís de no tratar a los niños como si fueran tan niños y la cuestión del síntoma infantil. ¡Yo soy de esas madres que piensan que todo lo que le pasa a mi hijo tiene que ver conmigo! También quisiera pedirte si podés desarrollar alguito más la idea de cómo es la relación con los pares en este periodo. Muchas gracias".
Querida Agustina, muchísimas gracias por tu mensaje. Y, claro,... ¡No siempre es culpa de los padres! En efecto, me resultó divertido que tu carta comenzara con un "discúlpame". ¿Para quién será ese pedido de disculpas? No es un tema que a mí me concierna, así que paso a lo que me toca: explicar un poco mejor el periodo de latencia y detenerme en la cuestión del vínculo entre pares.
Para responder, vamos empezar con algunas distinciones básicas. Hasta cierta edad, lo que les ocurre a los niños es una respuesta a lo que pasa en el vínculo con y de los padres. Esta es la definición básica del síntoma infantil. Sin embargo, esta concepción del síntoma vale para la temprana infancia. A partir de la latencia sería esperable encontrar otro estatuto para lo sintomático. En particular, me refiero a aquellos síntomas con que un niño (se) hace una pregunta que trasciende la relación con los padres; una que estos no pueden responder. En este nuevo estatuto, la pregunta está dirigida a la realidad.
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Si las teorías que elucubran los niños pequeños -que se descubren en sus síntomas-, responden preguntas sobre de dónde vienen los hijos, la diferencia entre los sexos, etc.; la pregunta de la latencia es profundamente cosmológica. No se logra acceder a esta instancia sin la constitución de la mentira: no me refiero solo a que el niño engañe a sus padres, para darse cuenta de que no saben todo; sino también a que estos mientan, incluso cuando le dicen la verdad. Es que ya no pueden responder las preguntas del niño.
Intentaré ilustrar esto con un ejemplo. Conozco a un niño que comenzó a despertarse angustiado a las 3.00 AM. Los padres le pueden contar la teoría de las etapas del sueño, etc., pero esa respuesta ya no está en el vínculo con los padres. Es una pregunta por la realidad del sueño. Esta es la diferencia entre un niño que juega con dinosaurios, a los que les teme y que representan su escena primaria, mientras que un latente se asombra -como me contaba uno- con que el universo está en expansión constante.
La especificidad del síntoma de la latencia es una de las cuestiones que menos se tiene en cuenta hoy en día. Más veces se sigue pensando el síntoma del latente con el modelo de la infancia temprana. Esto es evidente hoy porque muchos niños que deberían ser latentes continúan en una relación temprana con los padres. Pero también ocurre que, en supervisiones, sea frecuente que colegas cuenten casos de latentes como si fueran niños pequeños. Y tratar a un niño como si fuera más pequeño de lo que es acarrea problemas. Para eso ya están los padres cuando traen a consulta un latente y creen que todo lo que le pasa es por ellos, cuando el niño está en otra escena.
Mirá tambiénLos terribles dos añosEn cierta medida, podría decirse que la cuestión se debe a que hasta hace unas décadas la latencia coincidía con el inicio de la etapa escolar (primaria) y, de un tiempo a esta parte, los niños crecen más lentamente. Incluso la latencia se ha reducido considerablemente y, para el caso, es posible que en unos años se pase de la infancia temprana a la pubertad sin que aún exista esta etapa intermedia, que es fundamental para el desarrollo de la interioridad y, como dije antes, una relación más estable con la realidad.
Cuando esto último no ocurre, nos encontramos con personas adultas que se relacionan como si fueran niños y, sin solución de continuidad, rápidamente confunden un jefe u otro tipo de autoridad con una figura paterna, o bien se manejan siempre en la informalidad de los vínculos. No por nada también hoy todos nos pensamos en términos de patrones de conducta que repetimos, desde la infancia, como si en el medio no hubiera pasado nada. En efecto, la teoría popular del apego ansioso y el apego evitativo se difundió en esta época en que a las personas les cuesta mucho dejar de actuar como niños.
Dicho esto sobre la primera cuestión, pasemos a la segunda. Sobre este punto quisiera que tengas presente otra distinción: durante su etapa infantil, los niños se pelean con su hermano u otros niños rivales. Esto es propio de la pasión edípica por excelencia: los celos. En el pasaje a la latencia, el conflicto se interioriza y es esperable que -hasta la regresión de la pubertad- se pelee menos con los hermanos u otros niños: el trabajo psíquico consiste menos en destacarse respecto de otro niño, para ganarse el amor de los padres, que en diferenciarse del niño que se fue (para esos mismos padres).
Este es un indicador claro y preciso. Por ejemplo, el latente ya no quiere dormir en la cama en que dormía de pequeño, o bien es mucho más sensible al reconocimiento de su madurez. Dicho de otro modo, el latente ya no quiere ser el hermano mayor o el hijo predilecto; le alcanza con ya no ser el niño edípico. Nuevamente, este es un aspecto básico para entender los modos vinculares actuales, en los que los celos ocupan un lugar destacado y a veces hasta enfermizo, habilitando conductas compulsivas, formas de control y otros tipos de posesividades.
Querida Agustina, como habrás visto, la latencia dista mucho de ser un tópico marginal o anécdota. Según el modo en que la pensemos nos haremos una idea del desarrollo psíquico del niño. Así que te agradezco mucho tu correo y quedamos en contacto. Abrazo y gracias.
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