Nos escribe Gustavo (45 años, Río Negro): "Luciano, aquí en mi casa somos seguidores de tus columnas. Te queremos contar que con mi pareja estamos juntos desde la adolescencia, con idas y venidas, la pregunta es qué pensás de estas relaciones tan largas, ¿nos queda algo por vivir? Las veces que nos separamos, duró un tiempo y a los meses volvimos; si hablo por mí, no me imagino la vida con otra persona, ¿esto es seguridad o deseo?".
Querido Gustavo, muchísimas gracias por leerme; para mí es un gusto recibir el correo de un lector frecuente, porque permite ubicar una continuidad en lo que vamos pensando en esta columna. Además, tu inquietud va directo al hueso de una cuestión siempre vigente y a la orden del día: ¿cómo se relacionan la seguridad y el deseo? O, mejor dicho, ¿un deseo tiene que coincidir con lo inseguro?
Por un lado, mientras te leía pensaba en qué poco frecuente es escuchar hoy el relato de quienes están juntos desde la juventud. Quizá porque esta etapa de la vida se volvió hoy una instancia de postergación y las cuestiones del amor perdieron su urgencia; no es raro que a los adolescentes hoy se les diga: "No te pongas de novio, mejor viví y experimentá, que para lo demás hay tiempo después", como si un amor no fuera para vivirlo a fondo, como si este tipo de consejos no lo dieran padres que tal vez sí formalizaron demasiado pronto vínculos que se basaban en el temor –a veces el miedo a no poder estar con otra persona.
También es cierto que los noviazgos que arrancan desde la adolescencia llevan alguna marca de lo no elaborado en la familia de origen. Me explico: en ocasiones, la consolidación de un vínculo dependiente es lo que permite construir (reconstruir o compensar) un vínculo dañado en la infancia; de ahí que algunas de esas relaciones no tengan tanto que ver con el amor, sino con otro tipo de anhelo: el de ser muy importante para alguien, la expectativa de otra persona que no nos abandonará, una pareja sobre la que ejercer un dominio que no se pudo tener sobre los hermanos, etc.
Quizás este último ejemplo te llama la atención, pero créeme que no es poco importante el lugar que, en la elección de pareja, ocupa la relación fraterna. Es uno de los aspectos que menos se investigan y mayor incidencia tiene. Ahora bien, creo que por esta orientación se puede entender lo que planteás respecto de la seguridad, pero vamos a reformularlo: hay una clase de relaciones, de las que alguien no puede irse, porque lo que une es mucho más un tipo de continuidad de la propia vida que una pasión hacia otro. Esto no es algo malo ni criticable, sí es algo para reconocer y destacar; en esta dimensión, la pareja se vuelve una necesidad con el fin de que yo sienta que soy yo, que tengo una vida o, mejor dicho, que mi vida es mi vida, pero ahora vos me preguntarás: ¿esto no pasa en todas las parejas?
Te voy a responder que sí. Incluso que esta dimensión basal de una relación es cada vez menos frecuente; es decir, elegir a otro para crecer de a dos y que su vida transforme la nuestra, te diría que es más bien algo cada vez más raro –porque nuestros modelos de pareja actual, que se dicen guiados por el deseo, en realidad hacen del otro un objeto de placer y un socio para ciertas actividades durante un tiempo, pero no se llega a la vía de transformación recíproca. Donde hay fricciones, rápidamente mejor dejar. Quizá lo que hoy llama la atención de una pareja que lleva varios años es la pregunta implícita: ¿qué oscura dependencia los une, cuando hoy los demás ante el primer problema nos separamos?
Sin embargo, esa unión no siempre está basada en la dependencia. En cierta medida, yo no dejo de creer en el amor para toda la vida, así que por eso voy a decir que más allá de la edad, hay encuentros que sellan un amor que no tendrá fin –lo cual no quiere decir que sea un amor infinito. Justamente, hoy la promesa de amor para toda la vida –de acuerdo con la idea de la cláusula matrimonial– nos resulta un poco impactante, pero porque no pensamos en lo que hizo que ciertas personas sientan la necesidad de hacer esa promesa. No es que prometen en vacío, a futuro, sino que declaran un sentimiento íntimo, el amor en su dimensión simple: las ganas de ver a ese otro todos los días, de contarle qué hicimos y que nos cuente cómo le fue, de compartir hábitos y tener algunos planes en común.
Claramente esto no tiene nada que ver con la seguridad. En efecto, hay parejas de las que vienen de largo y tendido que, incluso jóvenes aún, ya cada uno hace su vida como si se tratase de un matrimonio longevo. Solo les falta dormir en habitaciones separadas; pero no es de esto que hablamos. Tal vez lo que no podría dejar de subrayar es que lo más frecuente hoy es que dos personas decidan crecer juntas durante un tiempo, hasta que nos encontramos con dos encrucijadas: la chance de hijos y algún movimiento de desarrollo personal de uno de los dos. Estas son dos instancias de crisis que muestran que algunas parejas que vienen desde la adolescencia estaban basadas en acompañarse y suplir aspectos familiares, hasta que viene el momento de tomar las riendas de la vida.
Por otro lado, las "idas y venidas" –como las llamás– son lo más normal del mundo. Es un ideal demasiado exigente el de la pareja que tiene que estar siempre bien y en parejas que llevan varios años, la crisis eventual puede ser un motor para el reencuentro. Quizás a veces lo que ocurre es que, cuando el otro fue el único compañero sexual, se vive la pregunta de si no habría que probar con otras personas. Honestamente, no sé por qué desde hace unos años se popularizó la idea de pensar el sexo como una destreza que se adquiría a través de diversas personas. Voy a hacer una comparación tonta, sabrás perdonarme: si para aprender a manejar no salgo todos los días con un auto distinto, ¿por qué para una capacidad tan específica y no instrumental, como es la sexualidad, voy a pensar en términos de ejercitación y no de lazo en profundidad? Desde mi punto de vista, la madurez sexual se realiza en vínculos continuos, con espesor, que llevan tiempo y apertura.
El milagro de la sexualidad no es el de la excitación, sino el de encontrar el cuerpo de uno en el cuerpo de otro, descubrir tu propio cuerpo en otro cuerpo, ese cuerpo que el otro te da y que no está en ninguna otra parte. Esto no es seguridad, es deseo.
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