Escribe Cecilia (41 años, Rosario): "Te vengo siguiendo desde hace un tiempo, sobre todo tus reflexiones sobre la pandemia. Es un tema que me tiene mal. Me preocupa cómo vamos a salir de todo esto. Porque ahora parece que la vida vuelve a la normalidad, pero yo no me siento bien. Tengo miedo, pero ahora mucho más, porque no solo me preocupa el virus, sino la vida y cómo recuperar mis rutinas, el día a día. Siento que todo está yendo muy rápido y me asusta. ¿Cómo lo pensás vos?
En esta oportunidad elegí la carta de Cecilia, porque refleja el malestar de diferentes personas que escuché en estos días. Le agradezco que me pregunte cómo lo pienso yo, es decir, que acepte que no puedo decir cómo son las cosas, sino cómo las pienso, mi opinión y punto de vista, porque nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar, todavía vivimos con un horizonte indefinido -aunque podamos estar tranquilos, debido a que la campaña de vacunación avanza.
Dije que el horizonte es indefinido y aquí quisiera hacer la distinción -que suelo hacer- entre la incertidumbre y lo incierto. La incertidumbre es lo que todavía no sabemos mientras que lo incierto es aquello que no tendrá definición. Nuestro horizonte cada día se vuelve más nítido, cada día sabemos más cosas del virus y de cómo cuidarnos, nuestra incertidumbre se achica, podemos dejar de pensar en escenarios de incerteza y temor, pero cada vez que sabemos algo, también llegan nuevos miedos.
El mensaje de Cecilia me hace pensar cómo en estos días, en que la presencialidad comenzó a planificarse a pasos agigantados, escucho a diferentes personas decir "No tan rápido" y no porque haya dudas respecto de cómo se desarrolla la campaña de vacunación o porque se crea que las condiciones de seguridad estén en peligro; las cosas empiezan a estar para sentirnos más seguros, pero la pregunta es otra; es: ¿estamos mentalmente preparados?
Después de un año y medio, ¿es tan fácil regresar a una vida pública? Está la prisa económica, más que comprensible debido a su urgencia, pero ¿cuál es su costo? Además, yo no creo que solo se justifique por la economía, me parece más bien una especie de desmentida: "Volvamos a lo de antes, pronto…", ¿no sea cosa que la gente se acuerde de que la vida de antes no era para nada satisfactoria (llena de ansiedades, exigencias, prisas, frustraciones, etc.)? Esto es lo que escucho, tal como leí en el mail de Cecilia: personas que dicen que no pueden volver fácilmente a lo anterior, que necesitan tiempo -a medida que la "normalidad" se instala- para pensar y tomar decisiones.
Es cierto que en el último tiempo casi todos empezamos a ver a más personas, ya no solo familiares, y surgieron reuniones varias, pero esto es parte de una ampliación de la vida privada, no es el "afuera" en serio, no es el mundo público, que requiere condiciones psíquicas además de materiales, para que las respuestas no sean panicosas, angustiosas, fóbicas, etc. Hace dos semanas, por ejemplo, hablamos mucho de salud mental en base al caso Chano, pero ¿no sería bueno empezar a iluminar el pasaje a la "presencialidad", sin que se la confunda con la vida "de antes"?
Otro ejemplo: hay jóvenes que ven amigos, sí, que se juntan, pero no saben caminar solos por la calle; hay adultos que se sofocan de pensar en subirse todas las mañanas a un tren, a un subte o a un transporte público repleto; hay quienes pudieron salir en este tiempo porque hicieron del espacio exterior una extensión de su intimidad, pero la vida pública es otra cosa y quizá sea preciso empezar a pensar y evaluar sus condiciones.
Al igual que a vos, Cecilia, a mí me preocupa lo que llamaría un nuevo negacionismo: así como estaban los que decían que el virus no existía, hoy también están los que dicen que con la vacuna "el virus ya fue". Y no pienso solamente en que además de la vacuna es preciso controlar la circulación de las variantes, sino en que la pandemia no termina con la reducción de contagios y con la liberación de las camas de terapia intensiva. De lo que hablo, es que el paso siguiente es -como decís vos- "recuperar rutinas" y esto es algo que no se puede hacer apresuradamente.
A los ejemplos que mencioné antes, podríamos agregar estos: niños pequeños que perdieron el hábito de ir a la escuela y les cuesta la permanencia en la institución; personas que necesitan rehacer los hábitos con que se protegieron durante la pandemia y no hablo de lavarse las manos y usar barbijos; me refiero a hábitos mentales, que hicieron que cada uno desarrolle una personalidad específica para atravesar este tiempo, de la que no puede desprenderse como quien se saca una mascarilla.
Quisiera ser claro: no anticipo una epidemia de patología mental, como hacen algunos medios, ni voy a proponer un "síndrome específico", no, pero sí digo que en el pasaje a la nueva normalidad es preciso gestionar los tiempos y dar pasos muy progresivos, porque si no vamos a volver a privilegiar (como en el inicio de la pandemia) la salud física y nos vamos a olvidar de la calidad de vida y de que este es tiempo fundamental para que cada quien no relance cotidianidad con un esfuerzo que le traería un malestar encubierto.
Mientras escribo estas líneas, pienso que hoy se confunde volver a la presencialidad con retorno a la normalidad. Justamente, la pandemia mostró que nuestra vida de antes no era tan feliz que digamos, que tenía varias inercias y presiones. Entonces, si hay una salida saludable de este tiempo hacia una "nueva normalidad", no es con la imposición de lo presencial sino con una redefinición de los modos de estar presente.
En particular, pienso que la presencia es algo fundamental para tener una vida pública y con otros y que eso no puede medirse con cantidad de horas, sino cualitativamente. La pandemia demostró que mucho de nuestro trabajo puede hacerse de manera virtual, que incluso la virtualidad necesita ser pensada para no absorbernos de manera compulsiva. El problema es que la virtualización de la vida llegó para quedarse y no la vamos a modificar con una presencialidad obligatoria, más bien creo que se trata de recuperar muy de poco hábitos de vida pública que sean gratificantes: si las interacciones comunitarias no son la fuente de un placer compartido, van a permanecer solamente como eso que hacemos para volver rápido a casa, para volver a encerrarnos.
Esto es algo que ya nos pasaba antes, este problema es previo a la pandemia y por eso debemos pensar estrategias para que no se reedite y solo exija más adaptación y menos creatividad. En última instancia, si tuviera que hacer un balance de este momento, pienso que lo más importante es que tanto sufrimiento (hemos perdido tiempo, espacios, amigos, familiares, dinero, etc.) no haya sido en vano.
Nadie nos puede evitar el dolor, pero sí es posible reconocer, Cecilia, que un temor como el tuyo tiene un sentido: nos muestra que necesitamos tiempo para el más humano de los actos, que no es trabajar ni reunirse a festejar porque un período triste quedó detrás; necesitamos tiempo para hacer un duelo por todo lo que vivimos en estos años, porque solo así se recuperan no sólo hábitos, sino también las ganas de vivir.