Nos escribe Luciano (38 años, Tandil): "¿Cómo va, tocayo? Te escribo para hacerte una consulta bien directa. ¿Qué es una pareja? Ya sé que muchas veces escribiste sobre este tema, pero es como que nunca definís qué es pareja y, por otro lado, también te quiero preguntar si es posible tener una relación sana".
Querido Luciano, tocayo, como me decís, ante todo agradezco tu mensaje, porque es la ocasión de hacer un repaso por los conceptos que tantas veces trabajamos en esta columna. Para el sentido común, la pareja es algo que se adquiere con el tiempo o está por venir. Para el psicoanálisis, la pareja es el inicio.
Nacemos de una pareja –en la medida en que el deseo de hijo es deseo de una pareja, incluso en los casos de familias monoparentales– y nacemos en pareja, la que se constituye en la díada madre-hijo. Por lo tanto, la pregunta es cómo se sale de una pareja para pasar a otra. En particular, cómo se pasa de la pareja indiferenciada de inicio a una por sustitución.
Por otro lado, también es una pregunta lo que ocurre en ese momento en que, luego de haber parido, una mujer puede quedar desdoblada en dos parejas: la de crianza y la conyugal. A este desdoblamiento se le suma el que existe entre la pareja conyugal y la pareja parental. Podrás ver, Luciano, que a la pregunta qué es una pareja, se le puede responder con otra: ¿Qué tipo de pareja? ¿Cuál de todas?
Ahora bien, retomemos el desdoblamiento anterior, que permite afirmar una inclinación espontánea en la mujer hacia el poliamor, si puede sostener dos vínculos simultáneos (con el hijo y el cónyuge), mientras que para el varón la cuestión no es tan simple, porque no hay relación directa con el bebé (salvo que se maternice, lo que ocurre frecuentemente).
En este punto, una pareja –la que sea– se define como un vínculo con alguien o algo, a través del cual se obtienen efectos para hacer una interpretación de uno mismo; el segundo rasgo es que en la pareja se pone el cuerpo. Para retomar el ejemplo: es interesante cómo la mujer puede sostener prestarle su cuerpo al hijo para libidinizarlo y, eventualmente, quizá solo un rato o unas horas después, disponer de otro cuerpo erótico para el encuentro sexual conyugal.
Quizá por esto último, cuando las mujeres son infieles, son mucho más hábiles que los varones, mientras que estos pocas veces pueden transgredir sin mandarse al frente. También esta distinción permite plantear otra pregunta, sobre la diferencia en lo que buscan un varón y una mujer en un amante.
Nada se parece menos a la infidelidad masculina que la femenina, este es otro tema que ya hemos tocado en esta columna. Por lo general, la primera es un tipo de traición a la madre, mientras que la segunda es una especie de proceso de adopción (por lo común, para no dejar de amar al cónyuge).
Igualmente, más allá de estas distinciones y preguntas, siempre precisables, debatibles, lo fundamental es que no se puede pensar la pareja como algo que alguien tiene o no tiene, sino que la cuestión –al menos para el psicoanálisis– es en qué pareja está alguien, incluso cuando dice que no está pareja: lo está con su trabajo, con sus padres, con sus hijos, con una droga, en fin, las opciones son múltiples.
Vamos ahora a la segunda cuestión. ¿Una relación sana? Parece difícil si no olvidamos que toda pareja tiene una raíz inconsciente e infantil. Para el caso, varón y mujer no son solo roles sociales, surgidos de la relación entre géneros, sino que también son modos de haber sido hijos.
Por ejemplo, hay un tipo de pareja que es la que mejor demuestra las condiciones infantiles de las elecciones amorosas. Me refiero al caso del vínculo entre un varón que fue criado por una madre posesiva, de la que no pudo separarse más que con el costo de abrigar un deseo de venganza, a la que todavía hoy no soporta y de la que rechaza todo (extremo el ejemplo, pero, ¿hasta qué punto no son todos los varones un poquito así?) y una mujer cuyo padre era cariñoso, pero relativamente indiferente; quizá la quiso mucho en su niñez, pero en la pubertad ya dejó de prestarle atención (¿no es un caso conocido?).
Entonces estos se ponen en pareja y si bien disfrutan juntos, con el tiempo la relación se enfría. Él comienza a mostrarse distante y abstraído, ella alguna vez se lo reprocha, pero luego hace la suya. Él no la escucha, ella lo odia en silencio. Ambos se resienten. Cierto día, ocurre que suena el teléfono y es la madre de él. El varón dice: "Qué hincha" y ella asiente; en otro momento dice: "La hincha de tu mamá" y si bien él se ríe, no le gusta que ella insulte a su madre. No es lo mismo que lo diga él, a que lo diga otro, sobre todo su pareja. "No le digas así a mi mamá", le dice y, entonces, se pelean por una pavada, por otra cosa, pero la causa de la pelea es este motivo desplazado.
Así se explica la raíz inconsciente de esta relación específica: él se buscó una pareja que no obstaculizara la venganza contra su mamá (encubierta, por ejemplo, en un proyecto de realización personal) y ella hizo lazo con un tipo al que desprecia, que le permite conservar la idealización de su padre; más indiferente es su pareja, más se inflama la nostalgia del padre ideal (que puede estimularse con la fantasía de que con otro hombre estaría mejor).
El momento del insulto es crucial. Él no está dispuesto a compartir su venganza, su pareja solamente tiene que asistir como testigo silencioso, pero así es que él también se venga de ella y, entonces, se ve la verdad de la relación: haciendo de su pareja una presencia neutralizada, en realidad puede ser que en su fantasía crea que se venga que su madre, pero al desplazar la venganza hacia su pareja, refuerza el amor hacia la primera y así, entonces, más sólido se vuelve ese vínculo primario. Como tan sólido es el vínculo con su pareja, basado en el resentimiento y la hostilidad.
Ellos casi no se hablan, discuten por cualquier cosa, se separan unos días, pero vuelven, con culpa, hasta que el circuito se reinicia. La culpa por sus dependencias infantiles es lo que hace que el circuito se reinicie. Es una pareja típica, ¿hasta qué punto no conocemos varias que son más o menos así?
Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com